sábado, 30 de julio de 2016

Medios franceses homenajean a Federica Montseny, la primera mujer ministra de Europa


RADIOCABLE.COM
19 julio, 2016

Su figura ha sido en gran medida «olvidada por la Historia», incluso en España, pero en Francia un documental, emitido este 18 de julio paradójicamente coincidiendo con el 80 aniversario del golpe, y varios artículos están poniendo de relieve la vida y trayectoria de Federica Montseny. Se resalta que fue la primera mujer en ser ministra en Europa y que aprobó la primera ley del aborto, además de otras medidas en favor de la igualdad de género y los más desfavorecidos. También se subraya cómo la «modernidad de sus ideas» ha llegado a influir a las nuevas generaciones, incluida Ada Colau.
France 3 homenajea a Federica Montseny, la indomable, en un documental. En la noche de este 18 de julio cuando se cumplen 80 años del golpe que inició la Guerra Civil, la TV gala ha emitido un documental de Jean Michel Rodrigo en el que se homenajea a Federica Montseny y la modernidad de sus ideas. Se resalta que fue una figura intelectual, feminista y libertaria, que llegó a ser ministra de Sanidad e intentó imponer en España, en plena Guerra Civil, la primera ley que autorizaba el aborto. Detalla como la ruptura definitiva entre comunistas y anarquista la obliga a salir del gobierno y más tarde exiliarse a Francia. Recuerda que en este país fue perseguida y juzgada por el régimen de Vichy, aunque no fue extraditada por estar embarazada.

La Croix enfatiza que fue la primera mujer ministra en Europa. Recuerda que se cumplen 80 años de la nominación de Federica Montseny «escritora, editora, figura vanguardista de los movimientos libertarios y feministas y la primera que ocupó cargo de ministra en Europa en la Segunda República española». Explica que Montseny fue una figura principal de la CNT y del anarco-sindicalismo español y que pese a ser en principio «refractaria» a la política, aceptó entrar en el gobierno como ministra para democratizar el acceso a la salud de los más pobres y favorecer la igualdad entre los sexos. Añade que tras exiliarse se instaló en Toulouse, convirtiéndose en «heroína de la resistencia y símbolo para las nuevas generaciones».

L´Humanité apunta que Montseny fue la «madre del aborto» en España. Apunta que ha sido «olvidada por la historia», pero Federica Montseny llegó a ser la primera mujer ministro en España y Europa y se propuso en 1936 legalizar el aborto, aprobando de hecho la primera ley al respecto. Añade también que la figura de Montseny es una referencia para Ada Colau que reivindica su memoria y apunta a ciertos paralelismos con la propia trayectoria de la actual alcaldesa de Barcelona, al provenir Montseny del movimiento libertario y Colau, del social.

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lunes, 18 de julio de 2016

1936, una experiencia que no se olvida


El 19 de julio de 1936 ocurrió en España un acto muy significativo para la historia revolucionaria: el General Francisco Franco daba un golpe de Estado en España contra la República y como respuesta a ello el pueblo se subleva en media España deteniendo el golpe franquista. Comenzó la guerra civil, pero al mismo tiempo se libraba una revolución, haciendo posible lo que hasta ese entonces se consideraba una utopía.

Corría la década de 1930, y en el mundo ningún otro país como España representaba realmente un baluarte de la Revolución Social y del anarquismo. Había ocurrido ya la revolución rusa de 1917, siendo aplastada la voluntad popular del pueblo ruso; Stalin era el amo y jefe de Rusia y del Partido Comunista.

En España la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y la FAI (Federación Anarquista Ibérica) ejercían su influencia sobre la gran mayoría del movimiento obrero revolucionario, en Barcelona esta mayoría era por demás evidente. Cuando Franco dio el golpe contra el Gobierno de la República (buscando reinstaurar la monarquía) en julio de 1936, esta última pretendía solucionar el conflicto de manera diplomática, al mismo tiempo que negaba las armas a los trabajadores, a quienes que temía más que al propio fascismo amenazante.

Las primeras horas del alzamiento franquista en Marruecos fueron de completa efervescencia en las calles de Barcelona: el pueblo se encontraba en las calles dispuesto a defenderse del agresor, pero sin las armas que el gobierno negaba. Ocurrieron los primeros enfrentamientos con las fuerzas de seguridad del gobierno y lograron obtenerse las primeras armas. Inmediatamente militantes de la CNT y de la FAI comienzan a requisar camiones y carros particulares del gobierno y de los burgueses, en los que se pintaron con letras blancas las insignias que habrían de marcar esos primeros momentos: CNT-FAI.

El pueblo comprendió que los anarquistas se jugaban el todo por el todo y estallaron en ¡hurras! a ellos. Rápidamente el pueblo, organizado en milicias autónomas, se alzó con las pocas armas que tenía, derrotando en más de media España a los militares fascistas sublevados.

Es en las zonas y regiones liberadas donde había sido derrotado el fascismo, habiendo un vacío de poder y una fuerte influencia del movimiento anarquista, se dio paso a la posibilidad de hacer del ideal una práctica real: los trabajadores colectivizaron las empresas de los propietarios fascistas en fuga, se socializaron los medios de producción, los campesinos colectivizaron las tierras y los bienes de la Iglesia fueron confiscados por el pueblo. Las iglesias fueron incendiadas en infinidad de ocasiones y cuando toda imagen de Dios había sido sacada, se utilizaban como almacenes o escuelas laicas.

Sin embargo los gobiernos y las potencias democráticas del mundo no iban a quedarse con los brazos cruzados (irónicamente actuando en ese sentido, quedarse con los brazos cruzados): se creó el Comité de No Intervención, comedia qué pretendía hacer que nadie interviniera en el conflicto español; sin embargo, la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler ayudaban directamente a Franco. La URSS se mantuvo al margen hasta no ver los beneficios económicos y políticos que la desgracia española podía rendirle. Por medio de este Comité-burla se congelaron los fondos bancarios de España en todos los países y se negaron todos a suministrar armas al pueblo español. Se iba tranquilamente a presenciar el ataque de Franco (con ayuda de Italia y Alemania) a un pueblo al que se le negaba todo. La URSS se decide a intervenir en el conflicto vendiendo armas viejas de la guerra de Crimea al pueblo español, armas por las que se exigía las riendas de la guerra y preferencia en la distribución de las armas -en buena condición- al Partido Comunista de España. Poco después salieron para Rusia 500 toneladas de oro del Banco de España, que pudiendo haber servido para comprar armas o renovar la industria de guerra catalana que era deficiente, sin embargo ese oro sirvió para llenar las arcas de Stalin y con ello la contrarrevolución se hizo más fuerte.


Mientras se reconstituía el gobierno de la República, que supuestamente tenía por finalidad llevar a buen término la guerra, en Aragón se establecieron las colectividades a iniciativa de los campesinos, anarquistas en su mayoría. Pero llegados los miembros delegados de la URSS y los embajadores de la misma, se dan a la tarea de atacar las colectividades anarquistas, militarizar las milicias (que hasta ese momento no habían adoptado la disciplina de cuartel) y comenzando los asesinatos de muchos miembros del anarcosindicalismo. Cuando llega mayo de 1937 la situación en España venia ya a menos: el gobierno se hallaba ya en su gran mayoría en manos del Partido Comunista de España y de la URSS, para quien trabajaban. Las derrotas venían sucediéndose, y ya eliminadas las milicias, los conflictos internos se agudizaban. La censura gubernamental trabajaba a todo vapor, las Tchekas rusas mataban sin piedad a quienes se atrevieran a contradecir al PCE y a la República, esa misma República que hacía unos meses se había negado a dar armas a los trabajadores, esa misma República que trató de negociar con el fascismo para detener su avance, esa misma República y ese mismo PCE que ponían todos los obstáculos a las conquistas de los trabajadores.

En mayo de 1937 (el 3) ocurren los sucesos de Barcelona, en donde la policía trata de ocupar el edificio de la Telefónica desde donde los trabajadores intervenían las comunicaciones del gobierno y se enteraban de sus intenciones de matar la revolución. Las barricadas llenaron de pleno las calles de Barcelona y se trató de matar de una vez al enemigo contrarrevolucionario: el PCE-PSUC. Al final la lucha se detuvo, pero se reforzó el poder del gobierno de Valencia y a partir de aquí la revolución se encontraba más amenazada que nunca: se destruyeron las colectividades anarquistas en Aragón (11 de agosto) y se procedió a una cacería de brujas de los elementos anarquistas en todo el territorio antifascista. Se creó el SIM (15 de agosto), órgano que habría de servir de Santo Oficio a las fuerzas de la contrarrevolución del PCE.

Al año siguiente las derrotas del ejército antifascista continuaban, y en diciembre de 1938 las fuerzas de Franco se deciden atacar de una vez por todas el bastión de la revolución española: Cataluña.

Ésta cae en manos de los fascistas en enero de 1939, siendo culpa entera de la ineptitud del gobierno de Juan Negrín, su séquito gubernamental y sobre todo de las fuerzas militares al servicio de la URSS en España (por el sector de Líster y Modesto fue por donde entraron los fascistas).

La lucha se trasladó entonces a la zona centro sur: Madrid.

De vuelta Negrín y el Estado mayor del PCE se ven en la situación de que las fuerzas que se encontraban aquí no iban a permitir que nuevamente tomaran las riendas de una lucha que Negrin y compañía habían no sólo perdido por completo, sino que lo habían hecho voluntariamente.

En abril de 1939 la revolución española se perdía definitivamente y con ella el número de exiliados se elevó. En Cataluña fueron aproximadamente 600.000 los españoles que cruzaron la frontera con Francia para ser enclaustrados en los campos de concentración; en Madrid fueron aproximadamente 400.000 los que salieron con distintos rumbos (México, Argentina, Uruguay, etc.), más de un millón de españoles tuvieron que dejar sus tierras para no volver nunca, o volver a la muerte del dictador (20 de noviembre de 1975).

La derrota de la revolución española significó la pérdida no solo de una lucha en un lugar determinado, sino la pérdida (momentánea) de la oportunidad de realizar un mundo nuevo. El significado de la revolución española para el movimiento revolucionario no puede ser más grande: la llamada utopía es algo real.

Lejos de las esteras gubernamentales el logro de la revolución se debe a los trabajadores, a quienes con sus manos construían un mundo nuevo, forjado según sus concepciones de la sociedad libertaria. Lejos del ambiente del gobierno, en los campos, en fábricas y en los talleres era donde ese mundo nuevo desbordaba, donde los hombres y mujeres eran hermanos y las desigualdades habían sido eliminadas. Es verdad que hubo errores, pero el carácter anarquista de esta revolución fue una bofetada a la URSS, a los gobiernos republicanos y democracias burguesas, fue un ejemplo de que ese mundo nuevo es posible, fue una demostración a las generaciones actuales de que una sociedad sin Estado y sin autoridad es posible, que una revolución no debe ser necesariamente la dictadura, ni que no hay más camino que seguir al líder, al dirigente o partido político alguno.

La demostración bravía de los camaradas anarcosindicalistas de la CNT, de la FAI, de las FIJL, no ha dejado de estar dentro de la memoria de los trabajadores revolucionarios. En España murieron muchos de los mejores nombres, pero a la vez que los trabajadores anarquistas daban la vida por la revolución, una muerte más ocurría en los campos, en las fábricas y en los talleres: moría la utopía... ¡porque la realización de nuestras ideas no solo es deseable, sino también posible!

3 diciembre 2015

miércoles, 13 de julio de 2016

El mito rojo y negro

Durruti, arriba en el centro.

Un mito en rojo y negro. José Buenaventura Durruti, 'Pepe', lo mismo empuñaba el fusil que cambiaba el pañal a su hija. El leonés más universal 'revive' 120 años después de su nacimiento (y 80 de su muerte).

ANA GAITERO | LEÓN

Roja y negra es la bandera de la CNT. Rojo y negro es el mito de Durruti. Un hombre con una vida apasionada que murió prematuramente, con 40 años cumplidos, en un episodio lleno de misterio. No queda rastro de la casa en la que vio la luz, con un sonoro llanto vital, el líder anarquista aquel 14 de julio de 1896.

El rollo de Santa Ana desapareció bajo la piqueta en los años 80 y, entre los escombros, la humilde vivienda de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez, el padre de origen vasco-francés y la madre de ascendencia catalana. Le bautizaron José por gusto y Buenaventura porque era el santo del día. Una costumbre de la madre.

Pepe, así le llaman en la familia, era el segundo de los ocho retoños del matrimonio: Santiago, Pepe, Rosa, Castorio Vicente, Pedro Catero, Benedicto, Pedro Marciano y Manuel. El padre era curtidor y participó junto a su hermano Ignacio en la huelga que este gremio protagonizó en 1903 en León para reivindicar la jornada de 10 horas.

El abuelo Lorenzo, que abrió una cantina en la calle Renueva tras llegar de Aiherre (Laburdi), Francia, en los años 60 del siglo XIX, prófugo de las tropas de Napoleón III, tuvo que cerrar el establecimiento por la solidaridad que mostró con los huelguistas. Y también se hizo curtidor. Tiempos difíciles y violentos. «La gente se piensa que la jornada de ocho horas, las pensiones y todo lo demás vino de bobilis-bobilis...», reflexiona José Buenaventura Durruti, un célebre ferroviario que dedica su jubilación a cuidar las máquinas y la historia de los caminos de hierro, y que es sobrino del mito revolucionario.

La huelga dejó a la familia tocada económicamente y los chicos pasaron de la escuela de la calle Misericordia a las aulas, más humildes, que regentaba el maestro Ricardo Fanjul en la calle El Cid. Muy cerca de allí, en el asilo de ancianos que estaba en la actual audiencia, dio Durruti su primer mitin. O por lo menos una soflama.

Pepe se sintió muy impresionado por las condiciones de vida de aquellos hombres que recogían colillas del suelo para fumar, tal y como relató su hermano Santiago a Julio Llamazares. Durruti se puso a trabajar en una una huerta de Santa Ana y vendió los melones con los que le pagaron (y alguno más que apartó con un amigo) para comprarles tabaco.

Les llevó las cajetillas y en presencia del maestro cuentan que proclamó: «Lo más triste de un hombre es trabajar toda la vida y llegar a viejo sin recursos y tener que ir a un asilo de mendicidad para vivir malamente. Yo, como soy chico, pido a mis maestros que me eduquen como mejor sepan para poder ser útil a los trabajadores» (Ceranda. 1979). La entrevista es recogida en el libro Los Durruti. Apuntes sobre una familia de vanguardia de José Antonio Martínez Reñones (Lobo Sapiens).

Una de las figuras clave del anarquismo en España y a nivel internacional y uno de los principales protagonistas de la revolución obrera y campesina en Cataluña y Aragón posterior al golpe militar del 18 de julio de 1936, el carismático miliciano que se lanzó con la columna Durruti al frente de Aragón y fue llamado para impedir la caída de Madrid, se vio un rebelde desde crío.

Iba a la catequesis con los franciscanos, pero no quiso comulgar y a un fraile le dio con su tirador. Dicen que era despierto y travieso y que cayó en gracia al obispo Gómez de Salazar. Cierto día, el obispo, que visitaba a los enfermos con un carro, se paró frente a un puesto de huevos donde estaban Buenaventura y su hermano Santiago con otros chavales. Andaban descalzos y el prelado les llevó a un comercio de la plaza Mayor para comprarles unos zapatatos. «Pero cuando estábamos en el comercio mi hermano le preguntó: «Oiga, señor obispo, ¿usted es comunista?», relató Santiago.

La curiosidad tenía su explicación. La mujer de Santiago Eguiagaray —apellido con el que están emparentados los Durruti y que también viene del País Vasco francés a León—uno de los patrones de los talleres de curtidos, había prometido a los chavales que les daría unas peras de las que se caían al suelo si llamaban comunista al obispo.

«¡Tacaña!», habría replicado Buenaventura. «Por lo menos, dénoslas del árbol». Gómez de Salazar quiso salir por la tangente y dijo que no sabía qué es ser comunista; pero Durruti insistió: «Mira, muchacho, si ayudar a los pobres es ser comunista entonces aquí tienes a un obispo comunista».

A los 14 años, empezó a trabajar en el taller de Melchor Martínez. Allí se inició en la mecánica y en el socialismo. Su hermana Rosa contaba que «venía con un real a casa y decía: «Madre, mire lo que la traigo; mientras ellos se enriquecen mire usted lo que la traigo», relata Wenceslao Álvarez Oblanca en la Historia del anarquismo leonés.

Ingresó en la Unión de Metalúrgicos de la UGT y en 1913 trabajó en las obras del lavadero de la compañía Anglo-Hispana de Matallana de Torío como operario de los talleres mecánicos de Antonio Mijé. Allí fue testigo de una huelga de mineros por el trato de uno de los ingenieros y mandó parar a los mecánicos para no perjudicar el paro obrero.

A los 20 años, en 1916, ingresó en el Depósito de Máquinas del ferrocarril cuando su hermano Santiago fue llamado al servicio militar. Poco le duró aquel empleo fue despedido tras la huelga de 1917. Hubo 200 detenidos en toda la provincia y de los mil ferroviarios que se presentaron a trabajar tras terminar la huelga, sólo fueron admitidos 600.

A partir de este momento su vida es un peregrinaje, de país en país y de cárcel en cárcel. José Buenaventura Durruti se estrenó como presidiario en León. «Estuvo quince días en la cárcel vieja, de donde salió al interceder su padre ante Fernando Merino Villarino», el conde consorte de Sagasta y el más influyente de los caciques leoneses.

Marchó a Asturias y al poco tiempo a Francia para no hacer el servicio militar. Regresó en 1919 y se afilió a la CNT estando empleado como mecánico en La Felguera. Uno de sus contactos fue El Toto, Gregorio Martínez Garmón, de Santa María del Páramo, que le informó de los progresos del sindicato en la provincia con Laurentino Tejerina a la cabeza, mientras otro leonés, Ángel Pestaña, impulsaba su expansión en Barcelona.

«Un obrero de cada dos estaba afiliado a la Confederación», señala Abel Paz, autor de Durruti en la revolución española. Quizá por eso no es tan extraño que ahora aparezca el carné cenetista de Paco Martínez Soria, el actor y empresario que prosperó durante la época franquista.

Durruti vuelve a su tierra a apoyar las huelgas mineras en La Robla y, camino de Ponferrada, donde le habían encargado hacer un sabotaje es detenido por la Guardia Civil. Descubren su deserción y le someten a un consejo de guerra en San Sebastián. Logra fugarse y huir de nuevo a Francia. En 1921 se encuentra con Ascaso —uno de los dirigentes más célebres del movimiento anarcosindicalista junto con Federica Montseny, Durruti y Juan García Oliver— en Zaragoza.

Durruti ya forma parte de Los Solidarios —luego Los Justicieros— grupo al que se atribuye el asesinato de Fernando González Regueral en León, en la calle Cervantes, en 1923. «Mi tío no tuvo arte ni parte, estaba en la prisión de San Sebastián y luego le trasladaron al hospital militar de Burgos porque tenía una hernia», asegura su sobrino Manuel Durruti Cubría.

«Dicen que nosotros matamos a Regueral y a Regueral le mató su actuación como gobernador civil de Bilbao», proclamó en León años después durante el mitin que dio en el campo del Petardo en 1931 de León (actual plaza La Inmaculada) cuando vino al entierro de su padre.

La fama hizo que Buenaventura Durruti cargara con muchos sucesos a sus espaldas. Unas veces como «autor intelectual» y otras como material. O ambas cosas, como el asalto al Banco de España en Gijón el 1 de septiembre de 1923 en el que fue tiroteado el director Luis Azcárate Álvarez. Dicen que Durruti «era el hombre de la voz ronca» que se abalanzó sobre uno de los asaltantes al grito de 'canalla'.

El juez miliar de Oviedo dijo que tenía una cicatriz de bala en la mano derecha, pero no se pudo «demostrar fehacientemente que Buenaventura Durruti hubiera participado en el atraco», aprecia Reñones. Sin embargo, se exilió desde desde entonces hasta 1931, cuando la II República declara la amnistía.

Argentina, México, París, Bruselas, Berlín... Son algunos de los países y ciudades en los que reside Durruti. En 1926 es detenido en Francia y encarcelado. Sus cartas dejan constancia de las ideas que le mueven: «Las Navidades son tan solo para los ricos, que la celebran con el sudor del trabajador (...) Las juergas de los ricos son hijas de las miserias de los pobres. Pero pronto esto terminará. La revolución pondrá fin a este desorden social», escribe a su familia, hablando a su hermano Clateo (sic), desde la cárcel de París a su familia en León.

En el exilio conoce y se enamora de Èmmiliene Morin, Mimi. Su compañera y la madre de su única hija, Colette que aún vive en la Bretaña francesa. La niña nació en 1931 en Barcelona, poco antes de la muerte del padre. Tras una visita, Rosa confesó su angustia por las condiciones en que vivían: «Un par de sillas, una mesa y una cama sin colchón, sobre cuyo somier se extiende una manta que sirve para dormir mi cuñada, embarazada...». No quiso dinero ni para un colchón, le dijo tras anunciarle que tendrían un hijo hermoso: «¿Qué podía hacer yo? Mi hermano será siempre un incurable optimista».

Durruti estaba en una lista negra y no encontraba trabajo, así que su compañera se empleó de acomodadora en un cine. Y él se ocupaba de la casa. Barría, cocinaba y cambiaba los pañales a su hija con la misma facilidad que cogía el fusil.

La imagen de Durruti en delantal simboliza para los jóvenes anarquistas de hoy, y también para su familia y quienes le han estudiado, la figura del «hombre nuevo». «Vivió adelantado a su tiempo», sentencian sus sobrinos.

Y era extremadamente honesto. «Una vez mi madre fue a verle a Barcelona y en una zona de viñedos se puso a coger racimos de uva. Mi tío le llamó la atención y le recordó que esos frutos pertenecían al sudor de quien cultivaba la tierra», comenta Manuel Durruti. «Respetaba la propiedad», recalca. Algo que no firmarían los terratenientes que eran expropiados en la España revolucionaria.

«¿Cómo van a salir mis hijos si mi padre era igual?», solía decir Anastasia, según cuenta de su abuela José Buenaventura Durruti, el sobrino ferroviario, a quien bautizaron con el mismo nombre porque nació 1 año, 1 mes y 1 día después de que Durruti muriera en el Clínico de Madrid tras recibir un disparo el 19 de noviembre de 1936 cuando subía al coche.

A Manuel Durruti Cubría le pusieron el nombre de otro tío que fue abatido en 1934 en el puente de San Marcos y murió posteriormente en el hospital. Otro hijo de Anastasia y Santiago, Pedro Marciano, que sufrió cárcel en Madrid con José Antonio por falangista fue fusilado en el monte de El Ferral en 1937 por los fascistas. Bonifacio Durruti, un primo que era maestro, también fue pasado tras el golpe militar.

Funeral de Durruti, 1936.

Sangre caliente

«Desde mi más tierna edad lo primero que vi a mi alrededor fue el sufrimiento, no sólo denuestra familia, sino también de la de nuestros vecinos. Por intuición, yo ya era un rebelde. Creo que entonces se decidió mi destino», escribió a la familia el 31 de octubre de 1931. Era la respuesta a otra misiva de su hermano Perico —Pedro Marciano, que era falangista— quien le pedía que abandonara la vida que llevaba en Barcelona.

«Los Durruti son gente de sangre caliente, con una idea utópica de la sociedad, una familia apasionante», afirma José Antonio Martínez Reñones. Pero la figura de Buenaventura Durruti, añade, requiere una «historia grande y más neutral» que aún no se ha acometido pese a las decenas de libros y artículos que ha inspirado el personaje y el hombre.

Tampoco hay apenas rastro de la figura del leonés más universal en su patria chica. Una calle en Trobajo del Camino y una escultura de Diego Segura en la plaza de Santa Ana, promovida por la CGT, son la única memoria pública de uno de los personajes más controvertidos del siglo XX.

A su familia no le preocupa los nombres ni los monumentos. «Sólo me importa que se le recuerde como un hombre honesto, adelantado a su tiempo y desprendido, que dio hasta su vida», afirma su sobrino Buenaventura Durruti.

«Las calles no me importan, pero es lamentable que la Universidad de León no haya aprovechado para crear una cátedra del anarquismo a nivel mundial», afirma otro sobrino de la singular saga. Manuel Durruti Cubría, bioquímico de formación y botánico por pasión y conocimientos.

La CNT de León también se opone a los símbolos para recordar al mito. Están seguros, dicen, de que «él no lo hubiera aprobado» aunque su imagen se multiplica en el local de la organización en la calle Fruela II y el 120 aniversario de su nacimiento va a servir como telón de fondo de la presentación del Grupo de Investigación y Memoria Viva de la CNT en León, con la proyección de un documental sobre su figura el día de su cumpleaños, 14 de julio. El 20 harán una comida fraternal en La Candamia. Para ellos es el «compañero universalmente conocido», «un ejemplo de coherencia», el paradigma de «hombre nuevo», adelantado a su tiempo, y «no sólo un hombre de acción» que nunca se olvidó de su tierra natal.

«Pepe, siempre que podía, venía por casa a ver los padres. Venía con frecuencia pero estaba poco, un día o dos, y aprovechaba para arreglarse un poco, porque venía con la chaqueta toda rota. Mi hermano Catero le decía: «Oye, eres un gandul, siempre vienes igual» Y les miraba con una risa... Andar, que vosotros habéis cobrado la ´grati´, comprarme una chaqueta», contaba su hermana Rosa.

Era un hombre jovial y disfrutó de los buenos momentos con alegría, como se ve en las numerosas fotos que guardan memoria de su vida. Incluso cuando estuvo deportado en Canarias aprovechó para hacer deporte. «Cuando estaba en casa se sentaba ahí y cantaba a mis hermanos, a los pequeños, a Manolín y a Pedro. Si decía mi madre: ¡pero este hombre está tonto, hasta cantares saca de su organización!», es otro de los testimonios de Rosa,

«Es el leonés más universalmente conocido», recalca su sobrino. Todos están convencidos de que a Durruti «le mataron», no fue un accidente. Y sospechan de Manzana, un sargento que tenía como lugarteniente y de cuyo fusil salió el disparo que le rozó el corazón, tenía algo importante que ocultar para perderse en el exilio en México tras la guerra civil.

«No era un doctrinario, era un 'condottiero', un tipo atrevido y valiente. También se le podía encontrar como una encarnación del guerrillero español». escribió Pío Baroja, quien le conoció personalmente.

La familia nunca olvidó al hombre. La madre solía decir que «cada tantos años nace un revolucionario y éste ha sido mi hijo». Después de la guerra fue a Barcelona con una vecina a visitar la tumba de su hijo en el cementerio de Monjuic: «Podríais decirme donde están las tumbas de los revoltosos, uno que dicen Ascaso y otro Durruti?» Cuando volvió a casa le dijo a su hija: ¿Sabes, Rosa? Están llenas de flores».

10/07/2016