martes, 5 de mayo de 2015

Con el pueblo o con el gobierno


Por ANTONIO SENTA

Cuando la Historia se repite, corre el riesgo de convertirse en tragedia. Pero aunque se quedase en farsa, no habría que alegrarse. El caso es que la Historia no se repite igual nunca, y ahora tenemos la remota posibilidad de evitar tanto la farsa como la tragedia. Viendo el entusiasmo que ha contagiado la elección de Tsipras, no se puede por menos que pensar en las pasadas ilusiones socialdemocráticas y en todas las desilusiones que les han seguido con regularidad.

A ojos de los antiautoritarios, lo que más rechina en los apoyos a Tsipras y a Syriza es que se hacen «en apoyo del pueblo y el gobierno griegos», por parte de un amplio espectro de la izquierda, que de cualquier modo representa una esperanza.

Pero tal esperanza es vana, por una serie de motivos. Apoyando a Tsipras en su «convergencia» con el Banco Central Europeo y Merkel, se da por descontado que su éxito abriría nuevos márgenes de maniobra a ciertos movimientos que, gracias a un gobierno amigo —ahora griego, pero que puede que pronto europeo— podrían extender sus prácticas de autonomía y de conflicto frente el neoliberalismo. Parece que se tenga la convicción de que las fuerzas de los gobiernos progresistas, por una parte, y las fuerzas de los movimientos sociales, por otra, sean elementos directamente proporcionales entre sí: cuanto más sólido sea el gobierno progresista, más amplias serán las posibilidades de incidencia de los movimientos sociales.

Al contrario, las cosas van de otra forma y los dos elementos son entre ellos inversamente proporcionales: cuanto más se coloca un gobierno progresista como catalizador de las peticiones de los movimientos sociales, más se debilitan estos últimos. Tal afirmación no deriva de un acto de fe en el pensamiento de Bakunin o en las deliberaciones de algún congreso, ni siquiera del de fundación de la Internacional antiautoritaria (Saint-Imier 1872), sino que está demostrado por varios factores. Pensamos, por ejemplo, en el referéndum italiano contra la privatización del agua de junio de 2011, fruto de una movilización que duró años y en el que 27 millones de personas votaron por el agua pública. Después de la votación, la actividad de los comités ha cesado, dejando de hecho el campo abierto a que se acentúen los procesos de privatización y mercantilización en abierta violación de los resultados del referéndum. Pensamos también en todo lo sucedido en los últimos años en Sudamérica, donde formaciones nacidas en el seno de los mismo movimientos han tomado el poder y han cambiado las relaciones de fuerza en las instituciones estatales, obteniendo así dos resultados complementarios: la desarticulación de numerosas organizaciones populares y la reproducción de políticas que, lejos de ser transformadoras, se han revelado sustancialmente en continuidad con las de los gobiernos precedentes.

La lógica estatal es implacablemente adversa a los movimientos sociales, ya que se funda sobre la renuncia de la propia actividad política en primera persona para delegarla a burocracias que tienen la función de gobernar. Cada vez que antiguos militantes son «integrados» y se convierten en dirigentes y funcionarios de las instituciones de gobierno, el Estado erosiona un espacio de los movimientos sociales. El Estado no es una cosa; es una práctica, un complejo de relaciones sociales, primero en movimiento y que después se paran, para esclerotizarse.

El éxito electoral de Syriza ha sido posible solo gracias a la movilización de parte de la población griega, que ha llevado a cabo prácticas autogestionarias. En poco tiempo, su consenso electoral ha alzado el vuelo, haciéndose catalizador de movimientos en los que desempeña un papel marginal: es un partido que todavía no tiene una base militante. ¡Sólo existe por ser gobierno!

Estas formas difusas de autogestión sufren ahora el riesgo de normalización y recuperación por parte del nuevo gobierno. Cuando leemos que la autogestión de la ERT, la antigua televisión pública gestionada durante veinte meses por sus seiscientos trabajadores, será estatalizada (exactamente así: «la autogestión será estatalizada»), sabemos que la práctica estatal no podrá convivir con una práctica autogestionada. Lo saben también los mismos trabajadores de la ERT, que pretenden obtener del nuevo gobierno griego la garantía de poder continuar la programación con la misma libertad que durante los últimos meses. Lo mismo las farmacias y los ambulatorios autoorganizados o las asambleas de barrio, que dan soluciones reales de acogida a los huidos de Siria, los comedores populares, las fábricas autogestionadas, las cooperativas y los grupos de consumo.

Lo que ha sucedido en Grecia sucederá probablemente en otras partes: en España con Podemos, en Croacia con Barrera Humana, y puede que en Italia, donde —aunque no está claro— alguien podría intentar dar vida a un simulacro de «nuevo sujeto» de izquierdas. El dirigente de Syriza Argiris Panagópulos, desde la tribuna de la manifestación nacional de apoyo a Grecia celebrada en Roma el pasado 14 de febrero, ha dicho: «Quien gobierna ahora en Grecia viene de lejos, viene de Génova, viene del G8 del 2001, viene de la plaza Alimonda: ese es el patrimonio político». Quien estuvo en Génova, y ha sido marcado por ese evento, sabe que en la calle había todo un movimiento internacional que entonces como ahora rechaza la lógica de la representación y del gobierno, que huye de la disciplina, que se opone al dominio a cualquier nivel que se dé y a los intentos de hegemonía.

En Grecia, como en otros sitios, el error más grande de los movimientos sociales sería delegar una vez más las soluciones a la actual «crisis social» a los nuevos gobernantes, desmovilizándose, renunciando al esfuerzo personal, o limitándose a «hacer presión» sobre ellos. Esto podría conllevar enormes riesgos, incluido el del ascenso de la extrema derecha en Grecia y el resto de Europa, una vez evaporadas —porque se evaporarían— las promesas electorales.

La única vía posible pasa por el refuerzo de las organizaciones populares, de las iniciativas y de las prácticas de autonomía y de conflicto, de las asambleas y de la acción directa, de la extensión de la certeza de que la autogestión y el gobierno son incompatibles, de la profundización de la brecha entre gobernantes y gobernados. Esta posición es, de hecho, el único camino para salvar por mucho tiempo los movimientos sociales y para trazar dinámicas radicales de transformación social.

La única oposición fructífera a las políticas de austeridad es perseverar en la vía de la autonomía de toda expresión institucional para reforzar movimientos trasnacionales, mediterráneos, con posibilidad de arrinconar gobiernos e instituciones, y finalmente hacer las cosas por nosotros mismos.

Nº 322, Mayo 2015.

viernes, 1 de mayo de 2015

Primero de Mayo: ser o no ser. La Clase Trabajadora, protagonista del cambio


Otra vez llega el Primero de Mayo, y seguimos viviendo en condiciones de pobreza física y mental, las cuales no hemos elegido ni en la forma ni en el fondo, sufriéndolas como clase con una resignación que resulta insultante.

Hay quien piensa que lo anterior se refiere al Primero de Mayo histórico, pero no nos engañemos: tiene que ver con el Primero de Mayo aquí y ahora. Ya que en épocas pasadas, para disgusto de muchos, la clase obrera consiguió convertirse en actriz protagonista de la sociedad. Elegía su papel, redactaba su propio guión, decidiendo dónde y cómo actuar. No necesitaba apuntadores ni regidores, actuaba por sí misma en función de sus propios intereses y valores, encaminados a cambiar todas las injusticias y desigualdades sociales a las que estaba sometida. Conseguimos llenar taquilla hasta desbordar el aforo del teatro en el que querían que actuáramos, y cambiamos su realidad transformando la nuestra. Juntos, como una misma clase consciente y concienciada, éramos el espectáculo en vivo y en directo.

Este año, como todos los años electorales, asistimos a otro tipo de espectáculo: el ilusionismo político. De poco vale esperar cambios profundos metiendo sangre nueva en las instituciones. Hay una vieja verdad que a cada tanto reverdece: el poder corrompe a quien lo ostenta. La experiencia demuestra que no podemos aspirar a transformar la sociedad desde los parlamentos; en la CNT pensamos que no se puede construir un mundo nuevo, más libre e igualitario, utilizando las herramientas que nos dieron los amos.

Las operaciones Pandora y Piñata son un preestreno por la puerta grande de lo que nos espera con la «ley mordaza». Queremos aprovechar esta jornada de lucha para expresar nuestra profunda repulsa por la aprobación de dicha ley, cuyo objetivo es paralizar toda resistencia y movilización en la calle. Por ello nos solidarizamos con todos los detenidos en las últimas operaciones contra colectivos del movimiento libertario y anarquista.

Nuestros gobiernos, independientemente del actor que interprete el papel, no son otra cosa que meros títeres de los poderes económicos y financieros, de las élites de las grandes compañías y de la banca, que nos condenan a una vida de miseria y esclavitud, trabajando sin derechos laborales o condenados al paro, marginados, endeudados, desahuciados de nuestros hogares, acosados con impuestos y tasas, con recortes en las pensiones, sufriendo la privatización, sin servicios públicos de primer orden como sanidad y educación, obligados a emigrar del país... En el circo montado a nuestro alrededor nos distraen con los círculos de las tres pistas, llevándonos a aplaudir mentiras mediáticas, farsas electorales de cambio o aventuras militaristas, y esperando un final de la crisis económica que en realidad nunca llega, ni llegará mientras sigamos creyendo sus mentiras.

Para ser protagonistas de nuestra propia vida y cambiar la sociedad, convirtámonos todos en artistas de calle. Pero en vez de hacer reír, consigamos que la gente reaccione, pierda el miedo, y se sume a la lucha.

Construyamos la alternativa, una alternativa de clase y anarcosindicalista.

¡Aquí y ahora, Primero de Mayo! ¡Organízate y lucha!