martes, 17 de diciembre de 2013

El trabajo asalariado


MIJAIL A. BAKUNIN

Así, el capitalista viene al mercado si no con la capacidad de un agente absolutamente libre, al menos con la de un agente infinitamente más libre que el obrero. Lo que acontece en el mercado es el encuentro entre un impulso de lucro y el hambre, entre amo y esclavo. Jurídicamente las dos partes son iguales, pero económicamente el obrero es el siervo del capitalista, incluso antes de haberse concluido la transacción mercantil mediante la cual el obrero vende su persona y su libertad por un tiempo determinado. El obrero está en la posición del siervo por la terrible amenaza de hambre que gravita diariamente sobre su cabeza y su familia; esta amenaza le obligará a aceptar cualquier condición impuesta por los ávidos cálculos del capitalista, el industrial, el patrono.

Y una vez que se ha concertado el contrato, la servidumbre del obrero se incrementa doblemente… El Sr. Karl Marx, ilustre jefe del comunismo alemán, observó con justicia en su magnífico trabajo Das Kapital que si el contrato pactado libremente por los vendedores de dinero ―en forma de salario― y los vendedores de su propio trabajo ―es decir, entre el empresario y los trabajadores— no se concluyera sólo por un tiempo definido y limitado, sino a perpetuidad, constituiría una auténtica esclavitud. Habiéndose pactado a plazo fijo y reservando al obrero el derecho a abandonar su empleo, este contrato constituye una especie de servidumbre voluntaria y transitoria.

Transitoria y voluntaria desde el punto de vista jurídico, sí, pero no desde el punto de vista de la posibilidad económica. El obrero tiene siempre el derecho de abandonar a su patrono. Pero ¿tiene los medios para hacerlo? Y si de hecho le deja, ¿es para llevar una existencia libre, sin otro amo excepto él mismo? No, lo hace a fin de venderse a otro patrono. Se ve impulsado a ello por la misma hambre que le forzó a venderse al primer empresario.

De este modo, la libertad del obrero ―tan exaltada por los economistas, juristas y burgueses republicanos― es sólo una libertad teórica que carece de medio alguno para su realización. En consecuencia, es sólo libertad ficticia, una completa falsedad. La verdad es que toda la vida del obrero constituye simplemente una serie continua y descorazonadora de servidumbres ―voluntarias desde el punto de vista jurídico, pero forzosas en el sentido económico― rota por breves intervalos de libertad acompañados de hambre; en otras palabras, es una verdadera esclavitud.

Cartas a un francés
(1870)

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