domingo, 30 de septiembre de 2012

29S: Así entraron a golpes los antidisturbios en los bares de Huertas


Este sábado, mientras los últimos manifestantes se retiraban cerca de la medianoche de la plaza de Neptuno tras la protesta del 29-S y después de que los antidisturbios cargasen para disolver la concentración, la tensión se multiplicaba en las calles cercanas del madrileño barrio de Huertas, una zona de bares por la que suelen salir muchos extranjeros. En la calle Cervantes se registraron choques entre la policía y los manifestantes y también en la calle Lope de Vega, donde los incidentes quedaron registrados en un vídeo que está teniendo mucha repercusión en Internet. Es, de hecho, la historia más vista del domingo en Menéame.


En las imágenes, se observa cómo un grupo de antidisturbios carga contra un grupo de gente. La calle está repleta de basura y de contenedores tirados. En un momento, la Policía pasa a la acción con fuerza, golpeando con violencia a los que se encontraban por allí, que intentaron buscar refugio en los bares. Esfuerzo inútil, dado que los agentes entraron tras ellos y los sacaron mientras les golpeaban con las porras.

El autor del vídeo es Arturo DM, que vive en un edificio muy cercano a donde se produjeron los incidentes. Explica que estaba en casa tranquilamente cuando escuchó «jaleo» fuera. Al asomarse, se encontró con un panorama dantesco. «Había bastante gente, contenedores tirados haciendo de barricadas para evitar el paso de la Policía. Los antidisturbios estaban en la parte baja de la calle y esperaron allí a que otros compañeros suyos subieran, para tener rodeada a la gente que estaba en la calle», recuerda en una conversación telefónica. 


«SENTÍ IMPOTENCIA»

«La mayoría de la gente se dispersó entonces, pero quedó un grupo que se vio rodeado y fueron a buscar refugio a los bares», rememora Arturo, que señala que él no vio ningún tipo de agresión de la gente a la Policía. «Los antidisturbios entraron en los bares a por ellos y les empezaron a sacar a base de porrazos», asegura. 

Uno de los bares en los que buscaron refugio fue el Terramundi. «Entraron entre cinco y siete antidisturbios golpeando. Iban solo a por ciertas personas que habían entrado, pero todos nos llevamos un susto muy feo. Gritaban: '¡Fuera, fuera!' y les daban porrazos», explica una empleada del establecimiento. Los antidisturbios también irrumpieron en el bar Quevedo, como recogen otros dos vídeos que circulan por la Red. Los testigos aseguran que en el local no había entrado ningún manifestante. Los propietarios del bar, sin embargo, prefieren no hablar de los incidentes. 

Arturo, que asistió a la manifestación del 25-S pero no a la del sábado, vio cómo para sacar «a dos chicas que pesarían 45 o 50 kilos» fueron cuatro policías «que las pusieron a caldo». «Luego, subieron tres lecheras, supongo que para dispersar la zona. Lo que yo pienso es que si esa gente hubiera hecho algo, les hubiesen metido en los furgones. Pero no, se limitaban a dar palos y les dejaban marcharse». Reconoce que desde su balcón no pasó miedo, aunque le daba respeto observar las escopetas apuntando hacia arriba mientras la policía caminaba. «Pensaba: a ver si se le escapa el gatillo y…».

«Sobre todo sentí impotencia. No sabía si bajar a abrirles el portal o qué hacer. Los policías no iban identificados», destaca.

sábado, 29 de septiembre de 2012

El camarero-héroe del 25-S: 'El jefe policial me ha empujado y me he desmayado'


Alberto Casillas, camarero del Bar Prado, fue atendido por el Samur.
La Policía quiso identificar a un grupo de jóvenes que fueron a saludarle.
Presentará una denuncia: 'Es intolerable que estén acosando así'.


Alberto Casillas, el camarero del Bar Prado que el pasado martes se convirtió en uno de los protagonistas de la convocatoria para rodear el Congreso al impedir a los antidisturbios entrar en su establecimiento, vuelve a serlo en la reedición de la protesta, #Vamos29S, al sufrir una bajada de tensión después de que agentes de la Policía Nacional identificaran a sus clientes.

Casillas, de 49 años, ha sido atendido por el Samur en el Paseo del Prado, frente al local en el que trabaja, y después ha abandonado el lugar por recomendación de los servicios médicos.

Según ha explicado, «habían venido unos 25 chavales a saludarme, sencillamente a darme las gracias por proteger a unos ciudadanos el otro día, cuando de pronto han aparecido cinco lecheras de las que han salido un montón de antidisturbios, que han pedido a los chavales que se fueran con ellos aparte para identificarles».

Siempre según su relato, transmitido por él mismo a ELMUNDO.es, Casillas se ha acercado a los agentes «simplemente para decirles que para qué necesitaban identificar a unos chavales que no estaban haciendo daño a nadie, sólo saludándome. Les he dicho que si tenían que identificarles a ellos, que lo hicieran conmigo también».

Lo siguiente ha sido un forcejeo con quien Casillas ha distinguido como «el jefe del operativo»: «Le he pedido de forma educada su número de placa, que están obligados a facilitar si cualquier ciudadano se lo pide. El hombre se ha encarado conmigo, se ha negado a dármelo, me ha empujado y la verdad es que me he asustado y me he desmayado».

Casillas aseguraba esta tarde que se dirigiría a una comisaria de Policía para denunciar lo sucedido: «Es intolerable que estén acosando y amedrentando a los españoles así, ¡es absurdo! El policía me decía que yo estaba alterando el orden público y que me iban a imponer una sanción... ¡A mí, que sólo le pedía que se identificara!».

«Mi hijo se ha quedado discutiendo con él, pero ha sido un momento dramático porque cuando me he dado cuenta estaba tirado en el suelo, y me estaban dando aire. No puede ser lo que está pasando en este país... Yo voté a Rajoy, pero esto no puede ser», ha terminado.


jueves, 27 de septiembre de 2012

Sobre el 25-S español


Lo que ayer viví en la manifestación del 25-S fue algo inaudito, ninguno de los compañeros de prensa podíamos dar crédito.

Fuimos secuestrados literalmente por la policía al interior del cordón policial con la excusa de que era por nuestra seguridad, incluso un compañero que respondió a un policía que salia bajo su propia responsabilidad fue respondido que si no se callaba tenían una furgoneta muy bonita que le podían enseñar.

Por otro lado a dos reporteros les partieron la cámara con la porra, por grabar lo que no les interesaba que grabasen.

El secuestro duro más de una hora mientras la policía efectuaba las cargas más contundentes y dentro del perímetro de seguridad donde nos tenían retenidos y por donde metían a los detenidos, formaban un escudo policial para evitar que tomásemos fotos.

La libertad de prensa fue absolutamente violada, recordaba a los tiempos de Pinochet o Franco.

 Si no podemos realizar nuestro trabajo en libertad se cumplirá el refrán que dice "Ojos que no ven..."

Por cierto, a los que increpan a los periodistas con gritos de "televisión manipulación" les digo que no son los periodistas que se juegan el pellejo entre la lluvia de botellas, empujones, piedras y porrazos para grabar lo que esta pasando los que tienen la culpa de que los medios luego manipulen estas imágenes.


lunes, 24 de septiembre de 2012

La CNT, Amor Nuño y la revisión de la historia: Las acusaciones de Martínez Reverte y las ejecuciones de Paracuellos

Jesús Salgado

ROJO Y NEGRO
(22-enero-2007)

Las acusaciones de Martinez Reverte sobre Paracuellos no se sostienen. El periodista, novelista e historiador Jorge Martínez Reverte ha escrito un libro, un artículo y ha concedido varias entrevistas tratando el tema de la defensa de Madrid durante la guerra civil y los asesinatos de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. El artículo, recordando las ejecuciones, fue publicado por El País el 5 de noviembre de 2006, domingo, día de máxima difusión del periódico. La tesis central del libro y del artículo, aunque hay contradicciones entre ambos, es que los asesinatos fueron responsabilidad de la Federación Local de Madrid de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y de su secretario en aquellos momentos, Amor Nuño, quién en la tarde-noche del 7 de noviembre de 1936, en una reunión secreta celebrada después de la constitución de la Junta de Defensa de Madrid, habría pactado la eliminación de los presos con los responsables de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) que detentaban la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid (es decir, Santiago Carrillo y su suplente José Cazorla). En diferentes páginas, Martínez Reverte atribuye directamente la responsabilidad de las muertes a Amor Nuño. Sin embargo, los hechos son tozudos y niegan la acusación de Martínez Reverte.

Multitud de documentos han mostrado hasta la saciedad la responsabilidad en estos asesinatos de las fuerzas comunistas y de las Juventudes Socialistas Unificadas y sus dirigentes. Hasta el presente, ningún libro o documento inculpaba a los anarquistas y a la CNT. Se sabe, por ejemplo, que las sacas de presos comenzaron en la noche del 6 al 7 de noviembre y que la matanza de Paracuellos del Jarama comenzó antes de las 8 de la mañana del 7 de noviembre de 1936. Ni la CNT ni las Juventudes Libertarias pertenecían todavía a la Junta de Defensa de Madrid, ya que se incorporaron a la misma en la tarde del día 7, como se demuestra en las actas de la Junta y, por lo tanto, no pudieron participar en las ejecuciones, puesto que se habían realizado antes de la supuesta reunión entre los anarquistas y los miembros de las JSU. Pero esto trae sin cuidado a Martínez Reverte, quien elabora una conjetura histórica y trata de adaptar los documentos y los hechos a tal conjetura, sin importarle la veracidad de los mismos. Tanto el libro como el artículo están plagados de errores históricos y tergiversaciones. Un simple ejemplo es que en el libro (pag. 246) dice correctamente que las Milicias de Etapas —que tenían asignados los controles de salida e Madrid— estaban al mando de la Consejería de Orden Público o de la de Guerra (la primera de la JSU y la segunda del PCE), pero en el artículo escribe «los comunistas necesitan a los libertarios porque estos controlan las Milicias de Etapas». Con este cambio, la conjetura y la acusación parecen más robustas.

En los dos últimos años, en el libro y el artículo mencionados, Martínez Reverte implica a la CNT en tales asesinatos, basándose en un documento que dice haber encontrado en los archivos del Comité Nacional de la CNT que se encuentran en la Fundación de Estudios Libertarios 'Anselmo Lorenzo’ de Madrid, (desafortunadamente, no indica ningún código de referencia de microfilm para poder cotejarlo). En determinados momentos de sus escritos, la implicación que quiere hacer Martínez Reverte va más allá del mero consentimiento de los anarquistas, hasta responsabilizar a la CNT de dichos asesinatos y decir que los anarquistas son los instigadores, descargando a las JSU de la responsabilidad de los mismos. Y para hacer esta labor acusatoria, Martínez Reverte se centra en la persona de Amor Nuño, joven de veinte años a la sazón y secretario de la Federación Local de Sindicatos Únicos de Madrid de la CNT durante los seis últimos meses del año 1936, con quien se ensaña. Según Martínez Reverte, Nuño sería el auténtico responsable de los asesinatos y a lo largo del libro y en los artículos le dedica todos los calificativos más denigrantes que puede conseguir. Lo califica como «anarquista de actitudes viscerales», «mentiroso», «cobarde», «traidor», «rodeado de hombres duros y violentos», «desarbolador de controles», «imberbe», «poco cauto», «imprudente» e, implícitamente, 'asesino’. Para acabar de deshonrarle, afirma que Amor Nuño fue expulsado de la CNT y del Movimiento Libertario en diciembre de 1936 acusado de traidor y fascista y que desapareció sin dejar rastro y sin que se haya sabido nada de él desde entonces debido al miedo que tenía por los asesinatos de Paracuellos. Siendo lo más curioso del asunto, que tal documento, que dice haber hallado Martínez Reverte y que transcribe en su libro, no contiene ni una sola prueba acusatoria contra Amor Nuño, ni siquiera menciona su nombre, y todo se basa en los supuestos que hace Martínez Reverte al leer el acta de la CNT: 1) identificar Federación Local (FL) con Nuño y 2) que el informe que está realizando el representante de la FL (no Amor Nuño) se refiere a un pacto secreto y no al informe sobre la reunión de la Junta de Defensa de Madrid que se había celebrado 8 horas antes. Además, no aporta ni una sola prueba de que militantes anarquistas participaran en las ejecuciones, pero esto no lo detiene en su afán difamatorio y revisionista.

La tergiversación de Martínez Reverte ha tenido ya efectos perversos. Por ejemplo, basándose en la obra de Martínez Reverte, el historiador Anthony Beevor, en su obra La Guerra Civil Española, menciona que la decisión de fusilar a los presos en Paracuellos se tomó el día 8 de noviembre, a las 10.30 horas, durante una reunión entre representantes de la Juventud Socialista Unificada y de la federación local de la CNT para llegar a un acuerdo sobre lo que había que hacer con los presos. Otros periodistas, como German Yanke (ABC, 12 noviembre 2006) e historiadores como Javier Cervera (Época 24, 31 diciembre 2006) han aceptado con algunas matizaciones la afirmación de Martínez Reverte, aunque a diferencia de éste no afirman que Amor Nuño sea el autor del acuerdo de la CNT con las JSU, ya que no aparece su nombre entre los asistentes, cosa que Martínez Reverte se empeña en afirmar. Incluso el periodista Rafael Cid, aun cuando menciona algunos elementos de crítica y contextuación, concede a Martínez Reverte el beneficio de la duda al afirmar que «siempre se ha caracterizado por el rigor y la profesionalidad de sus trabajos y del que personalmente tengo la mejor opinión».

El interés de Martínez Reverte para trata de manipular los documentos, reescribir la historia e implicar a la CNT es desconocido en este momento, pero se parece en mucho a la fórmula de Agit-Prop durante la guerra civil, amparado en una aparente imparcialidad y objetividad. Lo de Beevor, al ser un historiador profesional, es muy grave ya que indica que no se ha tomado el tiempo necesario para examinar detenida y cuidadosamente las afirmaciones esparcidas por Martínez Reverte a lo largo del libro, poniendo al mismo nivel trabajos concienzudos como el del libro de Ian Gibson y trabajos descuidados como el de Martínez Reverte.

Es fácil demostrar que Martínez Reverte falsea la historia en los tres aspectos esenciales que hemos mencionado: 1) expulsión de Amor Nuño y huida de éste; 2) su presencia en la reunión de la CNT y 3) la existencia de un pacto secreto. Por lo que se refiere a la primera acusación, es totalmente falso que Amor Nuño hubiera sido expulsado del Movimiento Libertario en diciembre de 1936 acusado de fascista y traidor y que, como escribe Martínez Reverte «desaparecerá sin dejar rastro una vez abandonada su responsabilidad de la Junta Delegada de Defensa. Su enfermedad real es el miedo. Un miedo muy razonable.». Por ejemplo, en abril de 1937 fue elegido (por la Regional Centro) para el secretariado de la Federación Nacional de la Industria de Transportes y el 4 de mayo de 1937 fue detenido en Barcelona junto con otros militantes de la CNT durante las famosas «Jornadas de Mayo». Por tanto, Nuño seguía teniendo puestos de responsabilidad en la CNT en 1937. En marzo de 1939 se encuentra en el puerto de Alicante con miles de cenetistas, de donde fue llevado al campo de concentración de los Almendros y al de Albatera, junto con el secretario de las Juventudes Libertarias y el director del periódico Castilla Libre, entre otros. Es verdad que desparecerá a finales de junio de 1939, pero por ser asesinado, destrozado mediante palizas, por las fuerzas franquistas en el Ministerio de la Gobernación en Madrid. Tanto Eduardo de Guzmán en su libro Nosotros los asesinos como José Leiva en el suyo titulado Memorias de un condenado a muerte dan cuenta de la muerte de Amor Nuño en Gobernación. Por tanto, ni Amor Nuño era un cobarde, ni fue expulsado del Movimiento Libertario ni huyó sin dejar rastro, simplemente ocurre que Martínez Reverte está indocumentado. No ha leído el libro de De Guzmán, ni el de Leiva, ni tampoco las memorias de García Oliver, relevantes para el presente caso, por ser el ministro de Justicia en aquellas fechas o las de Cipriano Mera, también importantes en este asunto.

Con respecto a la segunda acusación —la presencia de Amor Nuño en la reunión del Comité Nacional de la CNT— tal acusación carece de fundamento, aunque a Martínez Reverte le sea indiferente. El análisis del acta de la reunión del Comité Nacional de la CNT indica que participaron once personas en la misma, cuyos nombres van apareciendo desgranados a lo largo de la misma, pudiéndose identificar fácilmente las representaciones que ostentaban en la reunión, si uno se toma la molestia de leer detenidamente y con cuidado. El nombre de Amor Nuño no aparece en el acta porque, simplemente, no participó en dicha reunión. La representación de la Federación Local en aquella reunión la llevaba Enrique García. A pesar de esto, Martínez Reverte insiste en la presencia de Amor Nuño.

Con respecto a la tercera acusación, antes de demostrar su falsedad, es preciso señalar que la reunión secreta no se celebró, que sólo es una creación de la mente de Martínez Reverte. Hay dos libros que muestran que a la hora en que según Martínez Reverte se produjo la reunión secreta, Carrillo estaba en una entrevista con el diplomático Felix Schlayer, quien lo cuenta en sus memorias publicadas en 1938 (tampoco consultadas por Martínez Reverte) y es la primera persona que puso al descubierto los asesinatos de Paracuellos, y que Amor Nuño estaba en una reunión con Gregorio Gallego, quien ya en el año 1976 lo contó en su libro Madrid, corazón que se desangra. Es otra indicación de la falta de documentación de Martínez Reverte. El análisis del contenido del acta de la reunión de la CNT junto con las informaciones aportadas por Aróstegui y Martínez sobre el contenido de los temas tratados en la reunión de la Junta de Defensa que se realizó en la noche del 7 al 8 de diciembre, posterior a la de constitución de la Junta de Defensa, permiten identificar claramente que lo que estaba haciendo el representante de la Federación Local en la reunión del Comité Nacional de la CNT era presentar el informe de la reunión de la Junta de Defensa de Madrid que había finalizado ocho horas antes del comienzo de la reunión cenetista. Por tanto, la información aportada en esta última reunión era concerniente a las propuestas realizadas en la Junta de Defensa presidida por el general Miaja y en la que estaban presentes los partidos Izquierda Republicana, Unión Republicana, PSOE, Partido Sindicalista, Partido Comunista y Juventudes Socialistas Unificadas y las organizaciones UGT, CNT y Juventudes Libertarias (la FAI no estaba representada en la Junta de Defensa). Que todos los partidos y grupos eran conocedores de esta información lo demuestra el hecho de que tres días después —en el acta de la Junta de Defensa del día 11 de noviembre de 1936— Caminero, el representante del Partido Sindicalista, pregunta a Carrillo si ya se han evacuado los presos y Enrique García (CNT) propone que se trasladen con seguridad exterior. Así pues, no hay ningún acuerdo privado y secreto entre CNT, Juventudes Libertarias y JSU como quiere ver Martínez Reverte. Además, como ya se ha indicado, las matanzas de Paracuellos ya se habían efectuado, incluso antes de la supuesta reunión «secreta».

En conclusión, el acta que encontró Martínez Reverte, de la reunión mantenida por el Comité Nacional de la CNT con los miembros de la FL de Madrid y de la Regional Centro, aporta una información histórica valiosa sobre el contenido de los temas tratados en la segunda sesión de la reunión de la Junta de Defensa de Madrid del día 7 de noviembre y que finalizó a las dos y media de la madrugada del día 8 de noviembre. Decían en 1984 los historiadores Aróstegui y Martínez que de tales acuerdos no había constancia. Ahora, gracias a los archivos de la CNT se sabe algo más del contenido de los mismos, aunque falta también información complementaria importante, por ejemplo la referida a cómo la Junta iba a proceder a las ejecuciones de los presos fascistas y peligrosos, si sabían que ya se habían producido ejecuciones masivas (es de suponer que no lo sabía la mayoría de las organizaciones entre ellas la CNT, habida cuenta del nombramiento de Melchor Rodríguez y sus reacciones, aunque sí las JSU y Miaja por haber sido informados por Felix Schlayer), o si delegaron en la Consejería de Orden Público la selección de los presos.

En cualquier caso, queda demostrado que, en contra de lo sostenido por Martínez Reverte, la CNT no participó ni activa ni pasivamente en tales ejecuciones, que Amor Nuño no hizo ninguna reunión secreta con los delegados de las JSU, que Amor Nuño no fue expulsado del Movimiento Libertario, sino considerado uno de los miembros más destacados en la Región Centro hasta el final de la guerra y que Amor Nuño no fue ningún cobarde que huyó sin dejar rastro, sino que fue asesinado en los calabozos del Ministerio de la Gobernación en junio de 1939, a la edad de veintitrés años. Así pues, la labor revisionista de Martínez Reverte, como otras de distinto signo, es insostenible documentalmente.

Llama poderosamente la atención que Martínez Reverte, afirmando que se celebró tal reunión secreta, no haya entrevistado en todos estos años al único superviviente de dicha Junta de Defensa e hipotético participante en la reunión entre las JSU y la CNT: Santiago Carrillo. Es inexplicable tanto desde el punto de vista periodístico como desde el punto de vista de historiador que no haya preguntado a Carrillo si se celebró tal reunión y cómo interpreta la información que aparece en las actas del Comité Nacional de la CNT. Sin esa entrevista, debió matizar mucho sus acusaciones.

Como coda final, creo que en el trabajo de Martín Reverte falta la lectura y análisis de importante documentación histórica, en especial la que proviene del Movimiento Libertario, y que sobran las licencias literarias que se permite en relación con la CNT y los anarquistas (véase, por ejemplo la pagina segunda de su libro donde dice literalmente que «los cafés de Madrid están servidos por dirigentes de la CNT emboscados desde hace años como camareros de esmoquin y frecuentados por putas de tres al cuarto que quieren contar que son milicianas y que vienen a pelear contra los requetés de Mola que presionan en la Sierra»). Dada la labor de deshonra que ha hecho sobre Amor Nuño, una rehabilitación pública, por su parte, de la figura de Nuño sería especialmente recomendable, sobre todo si se piensa en la loa que Martínez Reverte dirige a Santiago Carrillo, de quien dice «él [Santiago Carrillo] y el comunista Fernando Claudín se han convertido en dos piezas esenciales de la resistencia contra el asalto de los franquistas». ¿Será posible una rectificación? Es difícil responder.

 Junta de Defensa de Madrid, Amor Nuño es el tercero por la derecha.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Declaración pública de la IFA a los trabajadores explotados y oprimidos del mundo

Tierra y Libertad
Nº 289-290 (Agosto/Septiembre 2012)

Los encuentros internacionales de Saint-Imier han permitido reunirse a numerosos grupos y militantes que son miembros y no miembros de la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA). La IFA tratará de hacer un balance de los últimos días.

Hace ciento cuarenta años, en esta ciudad, se estableció un movimiento anti-autoritario. Desempeñó un papel importante en la creación de un movimiento organizado de anarquistas. Trabajaron en pro de una profunda transformación social, y con este fin hemos participado, como IFA, en el encuentro internacional en Saint-Imier.

Lo que tenemos que ofrecer es el mejor tipo de sociedad que la humanidad sea capaz de lograr. Queremos crear un mundo en el que se haya logrado la más completa igualdad económica, es decir, que no exista ninguna propiedad personal, sino que produzcamos y poseamos todo en común, sin necesidad de dinero.

Pero además de la igualdad económica, habrá el máximo de libertad personal. Esto significa que viviremos como queramos, y nadie podrá obligarnos a hacer lo que no queramos o impedirnos hacer lo que queramos, a menos que eso limite la libertad de otros. Además, no habrá jerarquías ni opresión de ninguna clase. No será necesario un Estado o policía, porque no necesitaremos control ni coerción. Y no habrá guerras ni conflictos globales porque no tendremos enemigos políticos ni ningún deseo de apropiarnos de los recursos de otros. Eso es lo que llamamos anarquismo.

Los anarquistas rechazan la idea de que está en la naturaleza humana el explotarnos unos a otros, y que no somos iguales. Es verdad que los dirigentes y los Estados han mantenido ese sistema a través de los siglos. Esa mentira justifica el capitalismo como un sistema «natural». Se oye decir que hay una «crisis» del capitalismo, pero el capitalismo es la crisis. A escala histórica es un sistema reciente y ya ha puesto a la humanidad de rodillas en numerosas ocasiones antes de llevarnos a la situación actual. Pero a través del mundo la gente ve la mentira y resiste contra los Estados y el capitalismo como nunca antes lo había hecho, y trata de coordinar sus esfuerzos a través de las fronteras nacionales. Eso hace a la sociedad anarquista más posible que nunca.

Pero el anarquismo no es utópico. Obviamente, para que una sociedad así funcione, hay que cambiar primero muchas cosas, y nuestra tarea consiste en ayudar a desarrollar esas grandes transformaciones y proponer un análisis que sea útil para ello. La clase obrera, con la que nos referimos a todos los explotados y empobrecidos, incluidos nosotros, debe crear un movimiento de masas. Ante todo, no debe confiar la lucha a nuevos dirigentes con ideas viejas; debe definir ella misma su camino.

Hoy en día, los movimientos sociales llevan a cabo nuevas formas de organizarse que se asemejan en gran medida al anarquismo. Por ejemplo, el hecho de llevar a cabo las acciones directamente y hacerlas progresar a pesar de los obstáculos, y experimentar con formas no jerárquicas de organización. Esto incluye a los movimientos estudiantiles, la acción contra la destrucción del mundo natural y los recursos comunes, las luchas antimilitaristas, las luchas contra las cumbres del G8 y el capitalismo en general, y más recientemente, la lucha contra la austeridad que une a la clase obrera internacional. Movimientos tales como Occupy y los Indignados y movimientos similares de auto-organización y contra el sistema bancario han demostrado la importancia de utilizar la acción directa para reclamar el espacio público. Los levantamientos de los oprimidos pueblos indígenas en las últimas décadas, tales como los zapatistas, han inspirado a los nuevos movimientos sociales y han influido en el propio anarquismo. Estos nuevos movimientos crean grandes asambleas para tomar decisiones en conjunto sin líderes. Se constituyen federalmente, como organizaciones de igual estatus, sin órganos centrales de toma de decisión.

Pero estas tentativas no siempre logran éxito porque los cambios sociales significativos exigen también que cambiemos nosotros como individuos. Queremos ser libres e iguales como individuos, pero debe existir también la responsabilidad personal. La misma clase obrera tiene sus divisiones y opresiones, y sus jerarquías, que no desaparecerán solo porque no queramos tener dirigentes y porque queramos ser todos iguales. Como miembros de la clase obrera, luchamos por tanto con nosotros mismos contra nuestro propio racismo, nuestro sexismo y nuestras actitudes y prácticas patriarcales. Luchamos también contra la afirmación según la cual la heterosexualidad es la norma, o las categorías claramente definidas como «masculino» o «femenino» son «normales». Debemos identificar, y oponernos, a la discriminación y los estereotipos basado en la edad o la capacidad. Hasta que las desigualdades y la sumisión a la autoridad no sean identificadas y abolidas, no podremos ser libres, por lo que nos identificaremos y nos opondremos a ellas en los movimientos sociales y en las organizaciones de trabajadores tanto como en la sociedad en general.

Por último, para crear esta sociedad libre e igualitaria, la propia clase obrera debe derribar a los poderosos y al capital. Llamamos a esto «revolución social». Los anarquistas tratan de suscitar en el seno de la clase obrera la confianza en nuestra capacidad para tener éxito del modo más rápido y menos violento posible. Lo lograremos mejor uniéndonos a otros trabajadores para ganar pequeñas victorias. Lo hacemos mejor por la acción directa y no a través de reformas y negociación con los patronos. La acción directa significa no esperar, sino tomar lo que nos debería pertenecer a todos. Tenemos que afianzar nuestras luchas a través del apoyo mutuo. Esto significa solidaridad en tiempos difíciles. Al mismo tiempo que nos ayuda en el día a día, demostramos a la gente lo que somos. Por lo tanto, practiquemos ahora la anarquía al máximo posible según nuestra manera de organizarnos para demostrar que una sociedad anarquista es posible.

Saludamos a los compañeros del pasado, su trabajo y los sacrificios personales que hicieron para la emancipación humana. Seguimos su tarea y desarrollamos de manera crítica sus ideas, aplicándolas a nuestra situación actual. Ellos, a su vez, saludaron a la clase obrera mundial en ese momento de su historia, en su combate por una verdadera libertad e igualdad.

La IFA se ha ocupado de muchos temas en los últimos cinco días, y en particular:

-La crisis económica y las luchas sociales
-La solidaridad internacional
-El antimilitarismo
-Lo antinuclear y las energías alternativas
-La emigración

Sobre esta base, la IFA ha reforzado sus propias actividades e invita a todos los explotados a luchar por la transformación de la sociedad, por el anarquismo.

Saint-Imier, 12 agosto 2012

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Financiando la disidencia: Quien paga, manda


Michel Chossudovsky
10-Octubre-2011

El Foro Social Mundial y el Foro Económico Mundial, las ONG y movimientos de oposición a la globalización están controlados por las mismas fuerzas ante las cuales protestan. La fabricación de consentimiento implica la manipulación y la formación de la opinión pública. Se establece la conformidad y aceptación de la autoridad y la jerarquía social. Se busca el cumplimiento de un orden social establecido.

Bajo la ilusión de capitalismo contemporáneo, la ilusión de democracia debe prevalecer. Es en el interés de las élites corporativas de aceptar la disidencia y la protesta como una característica del sistema en la medida en que no pongan en peligro el orden social establecido. El propósito no es reprimir la disidencia, sino, por el contrario, dar forma y moldear el movimiento de protesta, para establecer los límites de la disidencia. Para mantener su legitimidad, las élites económicas favorecen formas de oposición limitadas y controladas, con el fin de prevenir el desarrollo de formas radicales de protesta, lo que podría sacudir los cimientos mismos y las instituciones del capitalismo global. En otras palabras, «la fabricación de disidencia» actúa como una «válvula de seguridad», que protege y sostiene el Nuevo Orden Mundial. Para ser eficaz, sin embargo, este proceso debe ser cuidadosamente regulado y supervisado por los que son objeto del movimiento de protesta.

¿Cómo se ha logrado crear y mantener el proceso de fabricación de la disidencia? Esencialmente financiándola, es decir, mediante la canalización de recursos financieros de los que son objeto del movimiento de protesta a los que están involucrados en la organización del movimiento de protesta. La cooptación no se limita a la compra de favores de los políticos. Las élites económicas –que controlan grandes fundaciones– también supervisan la financiación de numerosas organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil, que históricamente han estado involucradas en el movimiento de protesta contra el orden económico y social establecido. Los programas de muchas ONGs y movimientos populares dependen en gran medida tanto de fondos públicos como privados, incluyendo las fundaciones Ford, Rockefeller, McCarthy, entre otras. El movimiento anti-globalización se opone a Wall Street y a los gigantes del petróleo controlados por Rockefeller y otros.

Sin embargo, las fundaciones y organizaciones benéficas de Rockefeller y otros, generosamente fundan redes anti-capitalistas, así como ecologistas (frente a las grandes petroleras) con el fin último de supervisar y formar sus diversas actividades. Los mecanismos de «fabricación de disidencia» requieren un entorno de manipulación, un proceso de presión y la sutil cooptación de los individuos dentro de las organizaciones progresistas, incluyendo coaliciones anti-guerra, ambientalistas y el movimiento anti-globalización. Considerando que los medios de comunicación «fabrican consentimiento», la compleja red de organizaciones no gubernamentales (incluidos segmentos de medios alternativos) son utilizados por las élites corporativas para moldear y manipular el movimiento de protesta.

Los movimientos de protesta están directamente controlados por fundaciones y «organizaciones benéficas» que financian sus actividades. El objetivo de las élites corporativas ha sido el de fragmentar este movimiento en un gran mosaico individual. La guerra y la globalización ya no están en la vanguardia del activismo de la sociedad civil. El activismo tiende a ocurrir poco a poco. No hay integración de los movimientos contra la globalización y contra la guerra. La crisis económica no se considera como relacionada con las guerras patrocinadas por los países poderosos como EEUU. La disidencia se ha compartimentado. Movimientos independientes que pretenden atacar diferentes asuntos (medio ambiente, globalización, paz, derechos de la mujer, cambio climático) son generosamente financiados para impedir la aparición de un movimiento de oposición masivo coherente. Este mosaico era ya común en la lucha contra la cumbre del G7 y Cumbres de los Pueblos de la década de 1990.

La cumbre anti-globalización en Seattle en 1999 vista como un triunfo para el movimiento anti-globalización: «una coalición histórica de los activistas de cerrar la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, la chispa que encendió un movimiento global anti-corporativo». Seattle fue, de hecho, una importante encrucijada en la historia del movimiento de masas. Más de 50.000 personas de diversos orígenes, organizaciones de la sociedad civil, derechos humanos, sindicatos y ambientalistas se habían reunido en una búsqueda común. Su objetivo era desmantelar la agenda neoliberal incluyendo su base institucional. Pero Seattle también marcó un cambio importante. Con la aparición de disidencia en todos los sectores de la sociedad, la cumbre de la OMC necesitaba desesperadamente la participación simbólica de los líderes de la sociedad civil «en su interior», para dar la apariencia de «democrático». Mientras miles de personas convergieron en Seattle, lo que ocurrió detrás de la escena fue una victoria para el neoliberalismo. Un puñado de organizaciones de la sociedad civil que se opusieron formalmente a la OMC han contribuido a legitimar la arquitectura de comercio global de la OMC. En lugar de desafiar a la OMC como un organismo intergubernamental ilegal, acordaron un diálogo previo a la cumbre entre los gobiernos occidentales y la OMC.

«Participantes acreditados de las ONG fueron invitados a mezclarse en un ambiente amigable con los embajadores, ministros de comercio y los magnates de Wall Street en varios de los eventos oficiales, incluidos los numerosos cócteles y recepciones.»

La agenda oculta era debilitar y dividir el movimiento de protesta y orientar el movimiento anti-globalización en áreas que no pusieran en peligro los intereses del establecimiento comercial. Financiados por fundaciones privadas (como Ford, Rockefeller, Rockefeller Brothers, Charles Stewart Mott, la Fundación para la Ecología Profunda), estos «acreditados» de la sociedad civil se habían posicionado como los grupos de presión, en calidad de oficiales en nombre del movimiento popular.

El Foro Económico Mundial está compuesto de elitistas, académicos y varios artistas como el cantante de U2, Bono, quienes se encargan de llevar el falso sentido de inclusión a los grupos «sin voz». Los ejecutivos de los sindicatos y los líderes de organizaciones de la sociedad civil (entre ellas Oxfam, Amnistía Internacional, Greenpeace) suelen ser invitados al Foro Económico Mundial de Davos, donde se mezclan con los más poderosos del mundo; los actores económicos y políticos. Esta mezcla de las élites empresariales del mundo con «progresistas» escogidos a dedo es parte del ritual que crea y mantiene el proceso de «fabricación de la disidencia».

El Foro Económico Mundial no representa a la comunidad empresarial en general. Es un encuentro elitista: Sus miembros son gigantescas corporaciones mundiales (con un mínimo de 5.000 millones de dólares en volumen de negocios anual). Las organizaciones no gubernamentales (ONG) son vistas como socios, «partes interesadas», así como un conveniente portavoz de los sin voz que a menudo son excluidos de la toma de decisiones. Ejecutivos sindicales son también incorporados, en detrimento de los derechos de los trabajadores. Los dirigentes de la Federación Internacional de Sindicatos (IFTU), la AFL-CIO, la Confederación Europea de Sindicatos, el Canadian Labour Congress (CLC), entre otros, suelen ser invitados a asistir a las reuniones anuales del Foro Económico Mundial en Davos, así como a las cumbres regionales.

La cumbre de Seattle contra la globalización en 1999 sentó las bases para el desarrollo del Foro Social Mundial. Este foro constituye uno de los engaños más grandes al movimiento de oposición al globalismo y capitalismo global de las élites.

La primera reunión del Foro Social Mundial tuvo lugar en enero de 2001 en Porto Alegre, Brasil. Este encuentro internacional contó con la participación de decenas de miles de activistas de organizaciones de base y organizaciones no gubernamentales. La reunión del FSM de las ONG y organizaciones progresistas se llevó a cabo simultáneamente con el Foro Económico Mundial de Davos (WEF). La intención era ser la voz de la oposición y la disidencia al Foro Económico Mundial con sus líderes empresariales y ministros de finanzas. El Foro Social Mundial desde el principio fue una iniciativa del ATTAC de Francia y varias organizaciones no gubernamentales brasileñas.

Un grupo de ONG francesas, incluidas las de ATTAC, los amigos de L’Humanité y amigos de Le Monde Diplomatique, patrocinaron un Foro Social Alternativo en París titulado «Un año después de Seattle», a fin de preparar una agenda para las protestas que se realizaron en la próxima cumbre de la Unión Europea en Niza. Los oradores pidieron «la reorientación de ciertas instituciones internacionales como la OMC, FMI, Banco Mundial… a fin de crear una globalización desde abajo» y «la construcción de un movimiento internacional de ciudadanos, no para destruir el FMI, sino para reorientar sus misiones». Desde el principio, en 2001, el FSM fue apoyado con la financiación de la Fundación Ford, que se sabe que tiene vínculos con la CIA que se remontan a la década de 1950. Entre otros socios destaca la Fundación Heinrich Boll, que está controlada por el partido alemán Los Verdes, el gobierno alemán y un partidario de las guerras en Yugoslavia y Afganistán (su líder, Joschka Fischer, es el [ex] ministro de Relaciones Exteriores de Alemania).

La Fundación Ford otorgó apoyo básico para el Foro Social Mundial, con contribuciones indirectas a través de «organizaciones asociadas» de la Fundación MacArthur, la Fundación Charles Stewart Mott, la Fundación Friedrich Ebert, la Fundación W. Alton Jones, la Comisión Europea, varios gobiernos europeos (incluido el Gobierno laborista de Tony Blair), el gobierno canadiense, así como una serie de organismos de la ONU (entre ellos la UNESCO, UNICEF, el PNUD, la OIT y la FAO). Además del apoyo de la Fundación Ford, muchas de las organizaciones de la sociedad civil participantes reciben financiación de grandes fundaciones y organizaciones benéficas.

El mismo sindicato, que se suele invitar a mezclarse con los directores ejecutivos de Wall Street en el Foro Económico Mundial (FSM), incluyendo la AFL-CIO, la Confederación Europea de Sindicatos y el Canadian Labor Congress (CLC) también forman parte del Consejo Internacional del FSM. Entre las ONG financiadas por fundaciones importantes está el Instituto de Política Agrícola y Comercial (IATP), que supervisa el Observatorio del Comercio con sede en Ginebra en el Consejo Internacional del Foro. La Red de Donantes sobre el Comercio y la Globalización (FTNG), se describe como «una alianza de concesionarios de ayuda comprometida a construir comunidades justas y sostenibles en todo el mundo». Los miembros de esta alianza son la Fundación Ford, Rockefeller Brothers, Heinrich Böll, CS Mott, Fundación Merck de la Familia, el Open Society Institute, Tides, entre otros.

Gobiernos occidentales frenan las cumbres contra la globalización y reprimen el movimiento de protesta. En una amarga ironía, las subvenciones, incluyendo el dinero de la Unión Europea se usan para financiar grupos progresistas (como el FSM) que participan en la organización de protestas contra los mismos gobiernos que financian sus actividades.

«Los gobiernos también han financiado a grupos de protesta. La Comisión Europea, por ejemplo, financió dos grupos que se movilizaron con un gran número de personas para protestar en las cumbres de la UE en Gotemburgo y Niza. La lotería nacional de Gran Bretaña, que es supervisada por el gobierno, ayudó a financiar a un grupo en el corazón del contingente británico.»

Se trata de un proceso diabólico: El gobierno anfitrión financia la cumbre oficial, así como las reuniones de las organizaciones no gubernamentales que participan activamente en la contra-cumbre. También financia la operación de la policía antidisturbios, que tiene el mandato de reprimir a los participantes de las contra-cumbres. El objetivo de estas operaciones combinadas, incluyendo acciones violentas cometidas por las fuerzas de policía antidisturbios, es desacreditar el movimiento de protesta e intimidar a sus participantes. El objetivo general es transformar la contra-cumbre en un ritual de disidencia, que sirve para defender los intereses de la cumbre oficial y el gobierno anfitrión. Esta lógica ha prevalecido en numerosas cumbres desde la década de 1990.

El FSM es un mosaico de iniciativas individuales que no amenazan directamente o desafían la legitimidad del capitalismo global y sus instituciones. Se reúne anualmente. Se caracteriza por una multitud de sesiones y talleres. «Otro mundo es posible», pero no puede ser alcanzado de manera significativa en el marco del presente acuerdo. Quien paga manda. Cualquier organización, movimiento o iniciativa que se levante contra un sistema salvaje como el actual, si no se autofinancia y parte de un cambio radical de este sistema, caerá en puro reformismo y lo engullirá el propio sistema, como así lo ha demostrado la historia. En palabras de McGeorge Bundy, presidente de la Fundación Ford (1966-1979): «Todo lo que la Fundación Ford hace se podría considerar como mecanismos para hacer el mundo seguro para el capitalismo corporativo».

martes, 18 de septiembre de 2012

La matanza de mineros revela el apartheid económico

El asesinato de 34 mineros pone en entredicho el consenso generado por el Congreso Nacional Africano y pone de relieve la desigualdad en el país.

AURORA M. ALCOJOR

Periódico Diagonal


El asesinato, el 17 de agosto, de 34 mineros sudafricanos por disparos de la policía en la mina de platino de Marikana, a unos cien kilómetros de Johannesburgo, ha dejado al descubierto la profunda división social que vive Sudáfrica, que va mucho más allá de la violencia policial y los conflictos laborales.

Las protestas en el sector minero han sido frecuentes durante todo el año —ya en enero otras tres personas murieron en enfrentamientos, también en una mina de platino—, debido a las lamentables condiciones de vida de estos trabajadores, que cobran un salario aproximado de unos 350 euros al mes, y a la incapacidad delGobierno para mejorar la vida de los ciudadanos más pobres.

La imputación de los mineros

La actuación de la policía ante los mineros encendió la mecha y la situación terminó de explotar cuando la Fiscalía pretendió imputar a los compañeros de los fallecidos el cargo de asesinato, valiéndose de una ley anterior a la instauración de la democracia.

Cumplidos 25 años del fin del Apartheid, la precaria situación de buena parte de la población y las imágenes de la matanza de Marikana se asemejan demasiado a situaciones ya vividas en tiempos de la dictadura, lo que supone un duro golpe para el gobernante Congreso Nacional Africano (CNA), —el partido de Mandela, liderado ahora por Jacob Zuma— y su gran apoyo, el Congreso de Sindicatos de Sudáfrica (Cosatu), el todopoderoso y principal sindicato del país. Son precisamente estos dos estamentos los que más perjudicados pueden salir si no gestionan bien la situación, pues se enfrentan a una grave crisis de legitimidad y pérdida de confianza por parte de sus tradicionales votantes y afiliados, quienes consideran que no han hecho lo suficiente para cambiar el estado de las cosas.

No se trata sólo de desilusión. Los medios de comunicación han comenzado a hablar abiertamente de las prebendas que disfrutan los antaño líderes antiapartheid, y en el terreno sindical los dirigentes de Cosatu han visto emerger una nueva organización, la Asociación de Mineros y Trabajadores de la Construcción (AMCU), más radical en sus demandas y que pone en peligro sus décadas de hegemonía. Lo que la población demanda es una verdadera redistribución de las riquezas del país. Porque, a pesar de las tasas de crecimiento económico de los últimos años, millones de sudafricanos no han visto mejorar un ápice su nivel de vida: el desempleo entre los jóvenes negros es de un 50,5%, y en muchos de los townships (barriadas situadas a las afueras de las ciudades) la situación es inaceptable: a la falta de higiene, agua potable y servicios básicos como luz o recogida de basuras se añade la superpoblación de estas zonas, que diariamente reciben decenas de inmigrantes llegados desde Zimbabwe, Mozambique, Lesotho o Swazilandia.

‘El triángulo de hierro’

Frente a ello, florece una pequeña pero bien instalada clase política y económica que campa a sus anchas por las altas instancias. Es lo que algunos han llamado el «triángulo de hierro» del poder, compuesto por el CNA, la industria y Cosatu. El sindicato, con más de dos millones de afiliados, atrae votos para el partido; éste ofrece cargos y puestos de alta responsabilidad a sus dirigentes, y la industria enriquece a cualquiera que pueda pagarle con condiciones ventajosas a la hora de hacer negocios.

Un ejemplo claro, convertido en blanco fácil, es el de Cyril Ramaphosa. En 1987, Ramaphosa, por entonces secretario general del Sindicato Nacional de Mineros (NUM, según sus siglas en inglés) lideró una exitosa huelga de 360.000 personas contra las malas condiciones de los trabajadores. Hoy forma parte del Comité Nacional Ejecutivo del partido y es miembro de Consejo de Administración de Lonmin PLC, precisamente la empresa en la que se han producido los enfrentamientos.

Ramaphosa es, de hecho, uno de los hombres que «manejan la compleja red de la industria extractiva en Sudáfrica», según publicaba Jonathan Faull, analista político, en el Mail & Guardian sudafricano, periódico de referencia en el país. «Desentendido ya de la lucha contra el Apartheid —escribía Faull— Ramaphosa supervisa y controla una amplia red de intereses mineros de distintas multinacionales que orquestan las condiciones de vida de unos mil mineros negros». Suficiente para que Julious Malema, exdirigente de las Juventudes del Congreso Nacional Africano, controvertido, populista, y hasta hace poco protegido por Jacob Zuma, asegurase en un encuentro con trabajadores de Lommin que «los mineros murieron para proteger las acciones [en bolsa] de Ramaphosa», una gravísima acusación que fue acogida con entusiasmo por su auditorio.

Más allá de casos particulares, la realidad es que «las grandes compañías mineras son casi un Estado propio dentro del Estado», tal y como decía en 2009, durante una conferencia, Anne Mayher, coordinadora de Alianza Internacional para los Recursos Naturales en África (IANRA, por sus siglas en inglés), una de las organizaciones que más está luchando por que las grandes empresas mineras respeten las comunidades y la tierra en la que trabajan. Buena muestra de ello es la transnacional minera Anglo American, que según la BBC se ha convertido en «actor principal dentro de la economía de Sudáfrica, aportando al fisco mil millones de dólares» [datos de 2008].

Y la parte más negativa es que en las minas todavía se siguen produciendo «un alto número de muertes, un excesivo uso de trabajadores subcontratados y un fuerte impacto medioambiental», según un comunicado hecho público por Bench Marks Foundation, una ONG que supervisa las prácticas de corporaciones multinacionales. «Las minas están obsesionadas con la rebaja de costes (…), que se producen generalmente a costa del medioambiente, los trabajadores y las comunidades», añaden en otro informe. De esta forma, sigue aumentando la brecha social, hasta crear, como escribe Eric Chol, director de Courrier international «un nuevo tipo de apartheid». Pero esta vez no se trata de blancos contra negros, sino de ricos contra pobres.

LA MATANZA DE 34 TRABAJADORES EN HUELGA

El conflicto en la mina Marikana comenzó el 10 de agosto, cuando unos 3.000 mineros se echaron a la calle para reclamar una subida de sueldo. La tensión fue en aumento hasta que la empresa inglesa Lonmin Platinum dio un ultimátum a los manifestantes para que volvieran al trabajo. Durante los intentos de negociación, los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes fueron a más, provocando la muerte de diez personas, dos de ellas policías. El 17 de agosto, la policía abrió fuego indiscriminado contra los huelguistas causando la muerte de 34 personas y dejando heridas a otras 80.
ANTECEDENTES DEL CONFLICTO LABORAL

El primer productor de platino del mundo

Sudáfrica tiene aproximadamente el 87% de las reservas mundiales de platino y la mina de Marikana es la tercera mayor del mundo en extracción de este mineral, utilizado sobre todo para catalizadores de automóviles y joyería.

Su uso en la industria de la automoción hizo crecer enormemente su demanda en los primeros años de este siglo XXI, pero la crisis económica mundial ha supuesto un duro bajón, cayendo su valor en el mercado hasta los 1.400 dólares por onza, frente a los 2.000 que se pagaban hace un año.

A día de hoy, aunque la extracción de recursos minerales representa tan sólo entre un 5 y un 8 por ciento del Producto Interior Bruto, este sector sigue teniendo un peso estratégico en la economía sudafricana debido al alto número de empleos que ocupa, a los pingües beneficios que reporta y a su valor simbólico como uno de los pilares sobre los que se fundaron muchas de las ciudades de Sudáfrica.

La acusación contra los mineros

Tras el asesinato de 34 mineros sudafricanos el pasado 17 de agosto por parte de la policía sudafricana, la Fiscalía declaró culpables de dicho asesinato a 270 mineros en huelga. La noticia dio la vuelta al mundo, que días antes había contemplado las imágenes de los disparos a quemarropa de las fuerzas de seguridad contra estos trabajadores. Esta acusación llevó incluso al partido de Mandela, en el Gobierno, a pedir explicaciones a la Fiscalía sobre los cargos, que fueron retirados. Aunque la Fiscalía aseguró que los cargos se presentarían según fuese avanzando la investigación.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El antiimperialismo de los necios


Por TARIQ ALÍ
(2002)

En 1973 la situación se estancó y se mantuvo inalterada durante cuatro años. Al parecer, Jimmy Carter, el nuevo presidente demócrata de la Casa Blanca, era partidario de presionar a los bandos enfrentados en Oriente Próximo para que alcanzaran un acuerdo sobre Palestina. Antes de que tuviera tiempo para actuar, el régimen egipcio conmocionó al mundo al adoptar la decisión unilateral de firmar la paz con Israel: el presidente Sadat viajó a Jerusalén en 1977, abrazó públicamente al primer ministro israelí Menahem Begin, y firmó un tratado de paz. Los israelíes evacuaron los territorios egipcios ocupados, ambos países intercambiaron embajadores y por un momento pareció que aquella puesta en escena bastaría para resolver todos os problemas con la misma facilidad. Las noticias transmitidas por la radio y la televisión egipcias iban revestidas de sumisas mentiras. Israel dejó bien sentado entonces, y lo reiteró más adelante, que no renunciaría a su política de establecer asentamientos judíos en los territorios conquistados.

La estrategia de Sadat obedecía a un doble propósito. La intifah («puerta abierta»), que fue el nombre que recibió el proceso, constituía una ruptura oficial con los principios básicos del pasado nasserista. En lo referente a la política exterior, supuso el fin de la neutralidad, la dependencia militar y la reincorporación a la esfera occidental.

La geografía social del país se vio asimismo radicalmente transformada por la intifah. El gigantesco sector público venía prestando a la mayoría del pueblo algún tipo de protección, proporcionándole alimentos, vivienda, atención sanitaria o servicios educativos. Estas ayudas, tal vez insuficientes, eran mejores que lo que estaba por venir. Durante el periodo nasserista, las diferencias de renta se mantuvieron en un nivel relativamente bajo. Los grandes reproches que se hacían al régimen eran la corrupción y la represión política. Y ambos fueron la causa principal de que el pueblo se distanciará del régimen.

Sadat decidió privatizar el país sin liberalizar sus estructuras políticas. En otras palabras, el mercado era sagrado. La izquierda egipcia se quejaba en privado, pero no tenía la fuerza ni el ánimo necesarios para organizar una protesta. Los liberales laicos optaron por respaldar la nueva organización en la creencia de que traería consigo la democratización. Pero no fue así. Las privatizaciones y la apertura al capital extranjero acarrearon una polarización de las clases sociales que no se reflejó en las estructuras políticas del Estado posnasserista. Durante el régimen anterior, la política también había estado sometida a un estricto control, pero las facciones bien delimitadas de la Unión Socialista Árabe actuaban de portavoz de los intereses de las distintas capas sociales. Ahora incluso ese recurso dejó de existir. La única oposición posible habría de ser clandestina.

Los Hermanos Musulmanes y los grupos de signo más radical surgidos de ellos eran las organizaciones con mayor experiencia en las actividades clandestinas. Infiltradas desde hacia tiempo en el ejército, decidieron llevar a cabo una acción pública y espectacular para demostrar su hostilidad al régimen. El 6 de octubre de 1981, en el cuarto aniversario de la intifah, cuatro soldados que marchaban en un desfile militar bajaron sus armas al pasar ante el presidente egipcio y ametrallaron la tribuna de las autoridades. Sadat murió y varis miembros de su séquito resultaron heridos. La élite se quedó apesadumbrada; la nación, indiferente. El contraste con el entierro de Nasser no podía haber sido mayor.

Se capturó, juzgó y ejecutó a los asesinos. Se prohibió el uso de armas cargadas en actos ceremoniales, y no sólo en Egipto. Pero las condiciones internas y externas que habían provocado el pujante resurgimiento de las actividades islamistas permanecieron intactas. Mubarak reemplazó a Sadat y no tardó en hacer concesiones de carácter social y cultural a los extremistas religiosos para que respetaran su apolillada dictadura. De esta suerte, los extremistas reforzaron su posición y consiguieron ampliar sus apoyos sociales. Ahora bien, el acontecimiento que había inspirado el nuevo estallido del fervor político y religioso había tenido lugar fuera del mundo árabe.

Los frentes de batalla simbólicos quedaron establecidos en 1971, cuando un monarca frívolo y henchido de confianza, cegado por los halagos de los aduladores nacionales y extranjeros, e inconsciente de su aislamiento de su pueblo, decidió emular a Cecil B. De Mille celebrando su cumpleaños con un gran festejo en honor a Ciro el Grande y del 2.500 aniversario de la «monarquía iraní». Todo lo relacionado con este evento era muy cuestionable, incluida la fecha. El motivo de la espectacular puesta en escena resultaba evidente: reducir la inseguridad genealógica de la «Luz de los arios», como el Sha gustaba de llamarse a sí mismo. Para la ocasión se escogió un lugar histórico: las ruinas de Persépolis, la antigua capital persa.

Casi todos los invitados acudieron a la cita. Los emperadores Halie Selassie e Hiro-Hito de Etiopía y Japón, los reyes menos encumbrados de los países del Benelux y de Escandinavia, y los de rango aún menor de Marruecos, Jordania y Nepal; el príncipe Carlos, heredero del trono británico, y una miscelánea de políticos diversos. Entre ellos, el picapleitos Spiro Agnew (a la sazón vicepresidente de Estados Unidos) y el presidente soviético, Podgorni, así como un representante del Politburó chino. Pompidou, el presidente de Francia, fue el único político europeo que decidió no participar en la celebración. Tal vez su reciente experiencia de las barricadas parisinas de mayo del 68 le había dotado de una visión de futuro más acertada que la de sus homólogos de otros países. Estaban asimismo presentes numerosas celebridades del mundo académico y de la pantalla, tanto de Estados Unidos como de Europa, entre ellas el distinguido politólogo británico sir Isaiah Berlin, cuyo vigoroso panfleto Two Concepts of Liberty («Dos conceptos de libertad») se había publicado recientemente en Irán y había recibido una acogida clamorosa de los cortesanos. El gran hombre dio una conferencia en Teherán con tal motivo. No se revelaron los honorarios que cobró.

Según los medios de comunicación, los asistentes disfrutaron mucho del festejo. La comida y veinticinco mil botellas de vino se habían traído de París. El único ingrediente nacional del menú fue el caviar, procedente del mar Caspio. Los costes de la celebración ascendieron a la bagatela de 300 millones de dólares —incluidos, es de suponer, los «gastos» de las celebridades ajenas al mundo de la política—, una cantidad suficiente para alimentar durante varios meses a toda la población de un país tercermundista.

El momento álgido del espectáculo fue de puro estilo kitsch. Los invitados se quedaron mudos de asombro cuando los focos iluminaron al engalanado ocupante del Trono del Pavo Real en pie sobre la sepultura de Ciro. El Sha superó el miedo escénico para pronunciar la frase que había ensayado hasta la saciedad: «Duerme tranquilo, Ciro, que nosotros velamos»[1].

Al regresar al prosaico mundo de la universidad estadounidense, los emocionados orientalistas aseguraron que el viento del desierto comenzó a soplar cuando el Sha pronunció las palabras mágicas. No habían advertido que se fraguaban otros vendavales. Mientras el Sha agasajaba a los líderes de Occidente y Oriente, un clérigo iraní poco conocido fuera de su país lanzaba una agorera advertencia. Jomeini hizo sonar la alarma desde el exilio en Irak:
¿Debe celebrar el pueblo iraní el gobierno de un traidor al Islam y los intereses de los musulmanes que entregan petróleo a Israel? Los crímenes de los reyes de Irán han mancillado las páginas de la historia (...). Incluso aquellos a quienes se tiene por «buenos», eran viles y crueles. El Islam se opone por principios a la idea de la monarquía…

Los habitantes de todos los rincones de Irán se dirigen constantemente a nosotros y nos solicitan permiso para destinar los impuestos caritativos que exige el Islam a la construcción de baños públicos, puesto que no los tienen. ¿Qué ha sido de las rutilantes promesas, de las pretenciosas afirmaciones según las cuales Irán ha progresado hasta situarse al nivel de los países más desarrollados del mundo, y el pueblo está satisfecho y goza de prosperidad? Si continúan cometiéndose excesos como estos, nos sobrevendrán desgracias peores…
En Irán, donde Jomeini era tan conocido como temido, no pasó inadvertido el cambio de tono de sus palabras. En 1963, desde su fortaleza de Qom, molesto porque se hubiera llamado «parásitos» a los mu-lás y a los estudiantes pobres de las madrasas (internados religiosos), el ayatolá había aconsejado al despilfarrador monarca que cambiara de política y se cuidara de los falsos amigos:
Permítame que le dé un consejo, Sha. Querido Sha, le aconsejo que desista (…). No quiero que el pueblo se sienta agradecido cuando un gran señor extranjero decida un buen día que usted debe marcharse. No quiero que le suceda lo mismo que a su padre (…). Durante la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Estados Unidos invadieron Irán y ocuparon nuestro territorio. El pueblo quedó expuesto a perder sus propiedades y su honor. Mas Alá sabe que todos se regocijaron por que Pahlevi [el padre del Sha] se había marchado (…). ¿No se da cuenta de que si algún día se produce un alboroto y se vuelven las tornas, ninguno de los que le rodean le brindará su amistad?
El consejo no se tomó en cuenta, y el religioso que lo ofreció con ánimo reformista fue expulsado del país. Desde el exilio en Irak, y más adelante en Francia, Jomeini grababa corrosivos mensajes que empezaron a difundirse por todo el país. En algunas ocasiones, las grabaciones se escuchaban en las mezquitas después de las plegarias del viernes.

La agitación revolucionaria había ido cundiendo en Irán desde finales de 1977. En febrero de 1979, el triunfo de la revolución constituyó un paradójico fracaso. La lucha de las masas contra el gobernante brutal y corrupto apoyado por Occidente culminó con el derrocamiento de la monarquía. En el momento crucial, el ejército iraní se negó a abrir fuego contra el pueblo. Los regimientos especiales creados para reprimir los levantamientos se dividieron. La huida al exilio del Sha de Irán señaló el final de la dinastía más efímera de la historia del país. Se tomaron por asalto las cárceles. Los presos políticos, torturados y aturdidos, no podían creer que su causa al fin se hubiera impuesto.

Llevaban casi dos años de espera. Dentro y fuera de las cárceles se sabía que el Sha tenía perdida la batalla y que su abdicación sólo era cuestión de tiempo, pero el factor tiempo es esencial en las revoluciones. Puede determinarlo todo. Ahora había llegado el momento de liberar a los presos.

Las multitudes festejaban el triunfo en las calles. Reinaba un ambiente de euforia. Se produjeron escenas que ya eran comunes en la historia. El pueblo parisino aglomerado junto a la Bastilla en 1789. Los trabajadores de Petrogrado esperando la llegada del más radical de sus líderes a la estación de Finlandia en 1917. Los regimientos zaristas negándose a abrir fuego y las deserciones en masa en favor de la causa bolchevique. Octubre de 1949: los pekineses esperan con entusiasmo y ansiedad que Mao Tse-tung y sus tropas entren en la ciudad y proclamen el triunfo de la Revolución china. La Habana en 1959: el dictador y sus compinches se dan a la fuga y se produce la entrada triunfante del ejército guerrillero. Saigón en abril de 1975: los comunistas vietnamitas llegan a la ciudad, donde se arrían las banderas estadounidenses mientras el personal de la embajada de Estados Unidos es evacuado en helicóptero.

El panorama no parecía diferente en Teherán en 1979. Las familiares imágenes engañaron a muchos, en especial a los izquierdistas y liberales de Irán y del extranjero. En Europa occidental (y sobre todo en la República Federal Alemana), venía desarrollándose una campaña de solidaridad con los presos políticos iraníes desde principios de los años sesenta, y cada vez que el Sha se desplazaba al extranjero se le recibía con manifestaciones de protesta. Como es natural, las noticias llegadas de Teherán despertaron grandes entusiasmos.

Cierto es que el símbolo de esta revolución era un clérigo barbudo que se había puesto en camino hacia su país desde una barriada parisina, mas la situación no tardaría en cambiar. El ayatolá era un girondino, un padre Gapón, un Kerenski, y pronto acabaría como ellos, en las cloacas de la Historia. Los clérigos serían reemplazados por los trabajadores y las asambleas ciudadanas, o por la alianza de los liberales laicos del Frente Nacional, o por los oficiales radicales del ejército, o por quien fuera. Cualquiera menos Jomeini.

La izquierda iraní restó importancia al hecho de que las masas que participaron en las gigantescas movilizaciones que hicieron posible la victoria revolucionaria coreasen Allahu Akbar («Alá es Grande») y «Larga vida a Jomeini», y que aclamasen a los enturbantados clérigos que hablaban de crear la República Islámica. Los ingenuos y bienintencionados izquierdistas europeos llegados para participar en los históricos acontecimientos se dejaron arrastrar por el entusiasmo y comenzaron a corear las mismas consignas queriendo demostrar su solidaridad. Como no creían en ellas, supusieron que el pueblo iraní también las entonaba por mero oportunismo. La religión no era sino vana espuma que los nuevos y poderosos vientos se llevarían consigo. No era más que un tipo de falsa conciencia que habría de ser corregida prontamente con grandes dosis de lucha de clases. El programa político de Jomeini carecía de importancia, lo que contaba eran sus actos. Nada de esto era cierto, pero muchos quisieron creer que sí lo era.

Los contornos del nuevo régimen empezaron a perfilarse al cabo de tres meses, dibujando el rostro de un jacobinismo islámico severo e intransigente. No se había visto nada igual desde la victoria del fundamentalismo protestante en la Inglaterra del siglo XVII. El tiempo transcurrido desde entonces pesaba mucho. Ésta era una revuelta contra la Historia, contra la Ilustración, contra la «euromanía» y la «intoxicación de occidentalismo»; contra el Progreso. Se trataba de una revolución posmoderna que se había adelantado a la moda del posmodernismo. Foucault fue de los primeros en reconocer esta afinidad y se convirtió en el más célebre defensor europeo de la República Islámica. ¿Cómo se había llegado a esta situación?

El depuesto padre del Sha había tratado de acabar con los clérigos mediante la represión, y durante su gobierno se recurrió a la flagelación pública para castigar la menor muestra de disidencia por su parte. Su hijo, más cuidadoso, trató en vano de sobornarlos con donaciones y subvenciones. El verdadero problema no radicaba en el clero, sino en las condiciones en que vivía la mayoría de la población urbana y rural. En los salones de la buena sociedad iraní la religión tal vez era un aditamento sin importancia, pero en las dependencias de la servidumbre, desempeñaba un papel estelar. La ortodoxia chií fomentaba el escapismo.

En las áreas rurales, donde el campesinado vivía aplastado por la opresión y la injusticia, se esperaba con impaciencia el advenimiento del Imán de nuestra era, del mesías chií. Pero la revolución fue un fenómeno prácticamente urbano. De hecho, casi hasta el último momento, el Sha pudo oponer a las revueltas urbanas un tibio apoyo de los campesinos. Los orígenes de está situación se remontaban en alguna medida a la reforma agraria de los años sesenta, con la que una minoría de campesinos pasó a ser propietaria y los demás sé vieron obligados a llevar una existencia semiproletaria en las ciudades. La necesidad de mano de obra promovida por el proceso industrializador de la década dé los setenta desarraigó a los campesinos, pero las fábricas no pudieron absorber a la mayoría de ellos, que se convirtieron en una capa social marginal que llevaba una existencia precaria. Los campesinos desposeídos fueron la vanguardia de la revolución islámica en las ciudades.

La mezquita del barrio y la ayuda que les prestaba eran el único contacto con un mundo ajeno al de sus preocupaciones inmediatas. Así pues, depositaron sus esperanzas en que el dios de los cielos y sus representantes en la tierra les proporcionaran una vida mejor después de la muerte. Mas no por ello observaban todos los preceptos. Agotados por el trabajo semanal, no era raro que buscasen un momento de solaz en la botella de arak; eso sí, sin olvidar enjuagarse bien la boca después, por si de regreso a casa se topaban con un mulá. El chiísmo castigaba el adulterio con tanta dureza como el sunnismo, pero ofreció una vía de escape al institucionalizar las aventuras de una noche: camino del burdel o de la habitación de alquiler, los hombres podían solicitar un certificado religioso que santificase su «matrimonio transitorio».

La crisis económica que sufrió Irán entre 1975 y 1976 puso de manifiesto el fracaso de las tan cacareadas «reformas» del Sha. La estructura estatal parasitaria consumía buena parte de la riqueza derivada del petróleo. Los gastos en armamento eran muy elevados en una época en que había un millón de desempleados y la inflación se había elevado un 30 por ciento. Los comerciantes de los bazares se consideraban víctimas de las restricciones de los créditos bancarios y de la relajación de los controles a la importación. Así pues, decidieron apoyar con dinero la lucha del clero contra él régimen.

El clero prometía justicia social acabar con la corrupción y realizar una limpieza cultural, objetivos que satisfacían a los pobres de las ciudades. Además, se presentaba como la única alternativa viable, insistiendo en que el nacionalismo y el comunismo habían fracasado. Egipto y Camboya se esgrimían como ejemplos notables de ese fracaso. Sólo el Islam sobrevivía. Y podría encumbrarse de nuevo si el pueblo respaldaba su proyecto. Como el hundimiento oficial del comunismo aún estaba por llegar, los islamistas se apropiaron sin ningún sonrojo de una parte de su ropaje. La expresión «sociedad sin clases» se oía a menudo en boca dé los sectores más radicales del movimiento religioso. Los defensores más estridentes de la sociedad sin clases eran los muyahidines, una especie sin par en el mundo islámico. En las cárceles, rechazaban confraternizar con los mulás y otros presos religiosos que no querían compartir mesa con la izquierda «impura». Hubo un momento en que los muyahidines se aproximaron tanto al marxismo, dentro y fuera de las cárceles, que llegaron a renunciar al Islam y a declararse marxistas revolucionarios. Este grupo, denominado Peikar, era la tercera fuerza numérica de la izquierda iraní.

La combinación del apoyo de los comerciantes, la incorporación a la lucha de los desempleados y los trabajadores, y la ideología redentora del chiísmo se convirtió en un impulsó arrollador en la sociedad iraní. En febrero de 1979, los clérigos vieron su oportunidad y no la dejaron escapar. Sabían que, en esa ocasión, la huida del Sha sería definitiva. Consagraron un año y medio a construir un aparato represivo, una de cuyas piezas eran los Guardianes de la Revolución, y se lanzaron a extirpar toda influencia izquierdista en fábricas, oficinas, colegios y unidades armadas. El partido Tudeh, que aún no vislumbraba con claridad el futuro, celebró la represión de los «ultraizquierdistas».

Las cosas habían sido diferentes en 1951. La izquierda y los nacionalistas laicos de tendencia liberal habían obtenido una victoria gracias a la cual Musaddaq fue elegido primer ministro y el Sha huyó al exilio. Pero el gobierno no consiguió el respaldo popular que habría sido necesario para defender el régimen de Musaddaq del contragolpe orquestado por la CIA y el servicio secreto británico. Los occidentales hicieron regresar al advenedizo monarca y destruyeron la única posibilidad que tenía Irán de progresar por sus propios medios. En 1953, el viejo aristócrata, descendiente directo del último rey Qayar, terminó por rendirse. La guardia de Musaddaq resistió hasta el final; el anciano tenía asimismo intención de resistir, confiando en que las células del Tudeh infiltradas en el ejército, que eran una poderosa presencia clandestina, actuaran en su ayuda. Pero la intervención de éstas no tuvo el vigor necesario para lograr el éxito. Algunos líderes del partido esperaban hacerse con el poder una vez que Musaddaq hubiera caído, esperanza tan infundada como sectaria. El regreso del Sha acarreó la brutal destrucción de la organización que el Tudeh había montado dentro del ejército. Fue un golpe del que el partido nunca se recuperaría por completo.

La CIA gastó cinco millones de dólares en ayudar a los clérigos pro-occidentales que se encargaron de sobornar a las multitudes que se manifestaron en contra de Musaddaq hasta conseguir su destitución. Había cometido el mismo delito que Nasser: nacionalizar el petróleo iraní. El gobierno británico reaccionó airadamente. Mussadaq creía que Estados Unidos evitaría que Londres interfiriera en los asuntos internos de Irán, y, en efecto, Truman y Acheson mantuvieron durante algún tiempo un simulacro de neutralidad aconsejando a ambos países que conservaran la calma. Macmillan anotó en su diario: «¡Acheson insta a Gran Bretaña y a Persia a conservar la calma! ¡Como si fuéramos dos países balcánicos y estuviéramos recibiendo un sermón de sir Edward Grey en 1911!».

Ésa no era de momento la situación, pero todo llegaría a su debido tiempo. El gobierno británico explotó el miedo a la guerra fría de Washington para salirse con la suya. Puso de relieve que los comunistas iraníes eran firmes partidarios de Musaddaq y que no cabía excluir la posibilidad de que se alzaran con la victoria en el futuro. El anciano político fue destituido y se le sometió a arresto domiciliario. Una vez eliminada la alternativa nacionalista laica, el Sha quedó en libertad para gobernar el país a su antojo siempre que se subordinase a los intereses de Washington en la región. Y así lo hizo. Se marcó el objetivo de acabar con los comunistas iraníes y sus partidarios. Las detenciones en masa y la tortura se convinieron en un rasgo característico del régimen. Millares de estudiantes e intelectuales iraníes se exiliaron durante la década de los cincuenta. Después, en los años sesenta, se produjo la «revolución blanca» del Sha: la reforma agraria y la concesión del derecho de voto a las mujeres. Jomeini se opuso a ambas medidas. Fue él quien atizó las revueltas de 1963 que le acarrearon la expulsión del país. Fue literalmente expulsado: se le condujo a la frontera con Irak y se le obligó a cruzarla. Jomeini sabría explotar esta salida forzosa durante su exilio.

Las esperanzas concebidas a raíz de la revolución de 1979 por muchos intelectuales, estudiantes liberales e izquierdistas, y por un sector del propio movimiento religioso, no tardaron en desvanecerse. El nuevo régimen se hizo con el poder porque el pueblo estaba harto de la situación social, política y económica. Mas la esperanza de que el radicalismo iba a prescindir de los clérigos carecía de fundamento. Un sector de la izquierda pagaría un alto precio por no lanzar una sola advertencia con respecto a lo que comportaría una dictadura clerical, mientras otros grupos que habían declarado: «La revolución ha muerto, larga vida a la revolución», sí movilizaron a la ciudadanía en contra de los clérigos. Uno de ellos recibió 150.000 votos en Teherán en las únicas elecciones relativamente libres que se celebraron: las de la Asamblea de Expertos que había de redactar la nueva Constitución. El problema de estos grupos no era tanto que no comprendieran el carácter de un régimen clerical, como que no habían captado la importancia que la democracia tiene para el Estado, la sociedad y para cualquier partido.

Los comunistas del partido Tudeh y los liberales laicos del Frente Nacional apenas si participaron en el movimiento de masas. Y esto distó mucho de constituir una ventaja, como esperaban algunos grupos ultraizquierdistas. Su ausencia permitió que los mulás se constituyeran en la única fuerza organizada del movimiento y que su ideología llegara a dominarlo. Su victoria fue una catástrofe para quienes creían haber luchado por los derechos democráticos, contra la opresión de las minorías y en favor de los derechos de las mujeres. El hundimiento del centralizado estado Pahlevi exacerbó las aspiraciones nacionalistas y en Juzistán, Kurdistán, Baluchistán y Azerbaiyán surgieron movimientos independentistas. Los clérigos los combatieron con un vigor que superó el entusiasmo que el antiguo régimen demostraba por la unidad nacional.

La democracia floreció justo después de la Revolución, y proliferaron los panfletos, los libros, los periódicos, las reuniones, los debates y las comisiones. Su presencia, cuando no sus palabras, ponía en tela de juicio la visión clerical de la República Islámica y el «derecho divino» de los clérigos a gobernar. Así pues, éstos decidieron eliminar para siempre dicha amenaza, tarea en la que les ayudaron las declaraciones acríticas de los partidarios del laicismo.

Las oportunistas intervenciones del partido Tudeh después de febrero de 1979 fueron, como poco, ineficaces. El partido cavó su propia tumba al tratar de unirse con los clérigos en un frente popular. En marzo, Jomeini promulgó un edicto por el que se exigía a las mujeres que llevaran velo. Antes de que hubieran pasado veinticuatro horas desde su promulgación, veinte mil mujeres salieron a las calles para manifestarse en su contra. El partido Tudeh censuró a las «mujeres burguesas» por manifestarse en contra de Jomeini; arremetió asimismo contra sus antiguos aliados liberales del Frente Nacional porque defendieron la libertad de prensa; y criticó duramente a los kurdos y a los turcomanos por oponer resistencia a los clérigos. Los grupos ultraizquierdistas tampoco salieron en defensa de las mujeres «perfumadas».

Todos ellos tenían sus días contados. En 1981, se arrestó a los izquierdistas radicales y a los muyahidines. Las cárceles estaban incluso más desbordadas que en los tiempos del Sha. En 1983 se detuvo a los líderes y a los militantes del partido Tudeh, y, a la vez, a las mujeres, a la izquierda revolucionaría y a los kurdos y turcomanos de cuyas luchas se había burlado el partido. La tortura sistemática y el castigo corporal, prohibidos desde comienzos de los años veinte hasta finales de los sesenta, se habían reimplantado en tiempos del Sha. Savak, su policía secreta, se hizo tristemente célebre en el mundo entero, y, año tras año, Amnistía Internacional denunciaba sus terribles violaciones de la dignidad y los derechos humanos. Los presos religiosos y los comunistas sufrieron por igual a manos del régimen, muchas veces compartiendo celda. Y ahora los clérigos empleaban exactamente los mismos métodos contra sus «enemigos».

El Sha se había librado de algunos adversarios sobornándolos o enviándolos al exilio. Los clérigos preferían humillarlos en público. Daban gran publicidad a los juicios y la televisión retransmitía las sesiones de tortura de los presos, que sólo concluían cuando se avenían a arrepentirse. La aparición televisiva de los viejos jefes del Tudeh, veteranos de muchas batallas, renegando de su pasado satánico y proclamando su adhesión al Islam y a sus guardianes chiíes, constituye uno de los episodios más tristes de la historia iraní moderna. Pidieron disculpas por haber llamado «reaccionarios», «pequeño burgueses dementes» y «representantes de la aristocracia terrateniente» a los líderes religiosos y abominaron sus propios escritos [2]. No se pueden condenar los actos de las víctimas de la tortura, pero muchas veces me he preguntado si, con sus exageradas autocríticas, estos políticos no estarían realizando una acción subversiva contra el chiísmo, cuya cultura está bañada por la sangre de los mártires. El hecho de que los miembros del Tudeh rechazaran el martirio indicaba que, para la mayoría de ellos, la «conversión» era una farsa.

Millares de activistas de izquierdas que habían participado con gran valentía en las movilizaciones para derrocar al Sha también fueron torturados. Se negaron a arrepentirse y se les castigó con ejecuciones masivas.

Éste fue el rostro que ofrecía al país la dictadura clerical, que, no obstante, gozó del apoyo de las masas en sus primeros años. La República Islámica obtuvo una sanción popular mayoritaria en el referéndum de marzo de 1979. Hubo quien votó con la única intención de hacer constar su oposición al Sha. La postura de la izquierda radical fue hacer un llamamiento al boicot. El régimen maniobraba para construir su legitimidad en espera del momento en que pudiera eliminar toda oposición. Cierto es que tan sólo había pasado un mes desde la Revolución, mas, en todo caso, los resultados del referéndum fueron reveladores. Las fuerzas laicas estaban totalmente desorganizadas. Y su apoyo valió para que, siguiendo los pasos de Saint-Just y de Trotski, muchos clérigos justificasen el terror diciendo que era la expresión revolucionaria del deseo popular.

La caída del régimen del Sha fue a todas luces un revés para los intereses estadounidenses en Oriente Próximo y Oriente Medio, pero una diferencia cualitativa distinguió estos acontecimientos de, pongamos por caso, la victoria sandinista en Nicaragua. Washington aún vivía las últimas etapas de la guerra fría. Así como La Habana, Hanoi y Managua constituían una amenaza sistémica, la República Islámica se encuadraba en otra categoría. Los peligros encarnados por el régimen de Teherán afectaban a Estados Unidos de una manera indirecta. La amenaza residía en la posibilidad de que Teherán promoviera revueltas chiíes en Irak, Arabia Saudí y los Estados del Golfo.

La política exterior de la República Islámica pretendía agitar a los islamistas del mundo entero. Promovía una guerra a muerte contra el «Gran Satán» (Estados Unidos) y la Unión Soviética. Estados Unidos era el protector de Israel y de otros enemigos del auténtico Islam, como Arabia Saudí. La Unión Soviética era la cuna del ateísmo y del materialismo. Ninguna de estas apreciaciones era errónea. Ahora bien, los clérigos concentraron sus esfuerzos en movilizar a millares de personas frente a la embajada estadounidense para exigir el regreso del Sha y su enjuiciamiento. Después se produjo la espectacular ocupación de la embajada y la toma de rehenes. Fue una acción épica, una reivindicación de venganza contra un gobernante aborrecido, pero ¿fue una acción antiimperialista?

En realidad, las movilizaciones frente a la embajada estadounidense sirvieron de pretexto para implantar medidas sociales profundamente reaccionarias, y al cabo de poco tiempo ya se ejecutaba a las adúlteras y a los homosexuales y se había puesto en marcha la represión absoluta de la izquierda, de las minorías nacionales (se reanudó la guerra en Kurdistán) y de los muyahidines.

¿Podía representar una amenaza para el imperialismo un régimen de tales características? Los verdaderos enemigos del imperialismo habían trascendido las leyes del mercado y, en su momento de máxima pujanza, habían reducido drásticamente su espacio: la Unión Soviética y la República Popular China eran terreno vedado para el capitalismo mundial. La isla de Cuba, a pocos kilómetros de Estados Unidos, asestó un buen revés a esta potencia al sustraerse de la esfera del capitalismo mafioso. Estos tres Estados trataban de implantar un sistema social y económico superior. Su existencia era un reto para el imperialismo. Lo que ofrecía Irán no era sino el antiimperialismo de los necios y, a largo plazo, constituía una amenaza desdeñable.

Un sistema que afirma estar basado en la sanción divina y en el que los clérigos son sus únicos intérpretes, queda en libertad para obrar a su antojo. Toda disidencia en las filas clericales o fuera de ellas equivale a oponerse a los mandatos de Alá, quien no responde ante ninguna otra autoridad. Jomeini asumió a todos los efectos el poder absoluto, con lo que los islamistas más liberales, entre ellos el primer presidente electo, Bani Sadr, hubieron de abandonar el país, y los ayatolás disidentes se encontraron sometidos a un auténtico arresto domiciliario. ¿Cuánto podría durar un régimen basado en la irracionalidad fanática? ¿Qué fuerzas sociales podrían movilizarse para derrocarlo? En las caréeles y en los hogares comenzaban a susurrarse estas preguntas, y fue entonces cuando surgió una auténtica amenaza.

Occidente no se había mostrado favorable a una intervención militar directa, lo cual no implicaba que no le preocupasen los efectos desestabilizadores del régimen de Teherán. Así pues, decidió recurrir a un vecino poco amistoso, Sadam Husein, a quien se consideraba un aliado semifiable en una región que era un polvorín. La política interior de Husein había contribuido a destruir el Partido Comunista iraquí y a marginar a los elementos más radicales del Baas. Y él estaba más que dispuesto a cooperar con Estados Unidos y Gran Bretaña, que le concedían un trato de privilegio desde la caída del Sha.

Washington temía por la seguridad de los emires y los jeques que gobernaban los pequeños Estados del Golfo, y le inquietaba particularmente la «estabilidad» de la monarquía saudí. El consentimiento de Washington era la única legitimidad de que gozaban estos gobernantes. En un pasaje de Las ciudades de sal, un personaje plantea una pregunta cuya respuesta es de todos conocida: «Y el emir, ¿era su emir, estaba allí para defenderlos y protegerlos, o era el emir de los estadounidenses?».

Todos ellos eran sin excepción emires de Estados Unidos, y por eso temían que la enfermedad iraní contagiase a sus pueblos. Sabían que a pesar del apoyo estadounidense y de las disensiones entre el Islam sunní y el chií, de las que se habían valido para dividir y gobernar, sus regímenes podían venirse abajo si el espíritu de desafío prendía en el corazón popular. Si Washington había sido incapaz de salvar al poderoso Sha, ¿podría salvarlos a ellos?

Estos hombres temerosos comenzaron a agitar sus repletas carteras ante los ávidos ojos del déspota de Bagdad. Le bailaban el agua a Sadam. Lo bañaron en monedas de oro. Un coro de aduladores dirigido por la poetisa Souad el-Sabah, vástago de la familia gobernante kuwaití, cantaba sus alabanzas en verso, llamándole «la espada de Irak». Le suplicaban que aplastara a los clérigos iraníes, recordándole, como si fuera necesario, que los chiíes constituían una mayoría en Irak, sede de Karbala, la más santa de las ciudades santas, salpicada siglos atrás por la sangre del mártir Husein. Si los iraníes tomaban Bahrein y Kuwait, promoverían una revuelta en Irak y pondrían en peligro Riad.

El líder del Baas iraquí compartía estos puntos de vista pero no quería comprometerse. La única pregunta que le interesaba era: ¿Qué deseaba el emir de la Casa Blanca? Sadam Husein declaró la guerra al régimen iraní de Jomeini una vez que se le hubo asegurado que Washington había dado luz verde a la guerra y que el USS Enterprise , su mayor portaviones, estaba en alerta para responder a las necesidades militares de Irak. Como los gobernantes del Golfo, Sadam creía de buena fe que los estadounidenses pensaban en todo [3].

La guerra de Irán e Irak fue devastadora. Duró ocho años, de 1980 a 1988. En sus batallas, que recordaban a las de la Primera Guerra Mundial, perdieron la vida más de un millón de musulmanes. La contraofensiva lanzada por el régimen de Teherán en 1982 logró recuperar todos los territorios ocupados por Irak en 1980. La directiva del Baas se reunió en Bagdad y decidió distanciarse de Sadam Husein. Propuso una tregua y la aceptación sin reservas de las exigencias iraníes. Si la propuesta hubiera sido aceptada, Sadam habría perdido el poder. Pero Jomeini, enardecído por sus triunfos militares, la rechazó. Estimaba necesario difundir la Revolución islámica con objeto de que no implosionara, y así lo manifestaron en público numerosos intelectuales que respaldaban el régimen. Esta decisión fue un golpe de gracia para los opositores iraquíes del Baas.

Sadam sobrevivió, eliminó la oposición interna y prosiguió la guerra. La marina de guerra estadounidense se desplazó a la región y comenzó a destruir los buques iraníes, Estados Unidos cometió un acto terrorista sin ninguna justificación al derribar un avión comercial iraní cargado de pasajeros. Al ver que Sadam estaba respaldado por los buques de guerra de Washington y por las centelleantes municiones británicas, los iraníes acabaron por solicitar la paz. Pero el régimen no se hundió. El dominio absoluto de los clérigos se vio temporalmente reforzado, aunque en sus filas afloraron voces disidentes. Y, lo que es más importante, el hecho de que el régimen sobreviviese impidió a sus líderes arroparse con el martirio. No podían culpar a nadie de lo que habían hecho al país y al pueblo. La nueva generación que no había vivido bajo el gobierno del Sha sacaría sus propias conclusiones. Los clérigos sembraron así las semillas de la futura reforma.

Los retoños reformistas se hicieron visibles en primer lugar en las pantallas de los festivales de cine y de los cineclubes. Después se desencadenó una rebelión estudiantil que exigía un cambio. Las mujeres comenzaron a desafiar las restricciones impuestas por la policía religiosa. Y un clérigo reformista salió elegido presidente. Pudo proponer que los bancos pagaran intereses, mas no fue capaz de detener los asesinatos de estudiantes e intelectuales a manos de los matones integristas del régimen. En 2001 hubo cincuenta y dos manifestaciones contra los clérigos, una por cada semana del año; trescientas setenta huelgas, una por cada día del año; y numerosas escaramuzas entre los jóvenes y la aborrecida policía religiosa, una banda de sádicos corruptos. Estos dos últimos años, la festividad de Nauroz, o año nuevo pagano, se ha celebrado abiertamente, como en los tiempos anteriores al Islam, por muchos chicos y chicas sin velo que provocaban a la policía religiosa para que se ensañara con ellos. Y esto no es más que un comienzo que demuestra cómo se aprende por propia experiencia, una maestra mejor que las bombas norteamericanas. La nueva generación se niega a creer las mentiras de un régimen incapaz de ofrecer justificación alguna de sus actos. Son muchos los que aborrecen intensamente a los clérigos y su religión.

El choque de los fundamentalismos:
Cruzadas, yihads y modernidad


NOTAS:

[1] En The Mantle of the Prophet, Londres, 1986, un vigoroso y evocador relato de los orígenes de la intelligentsia islámica iraní, Roy Mottahedeh pone de relieve el contraste que hubo entre la reacción de los orientalistas y la de los iraníes: «En aquel entonces circulaba este chiste: un oficinista iraní se quedó tan extasiado al leer las palabras del Sha en el periódico que volvió corriendo a su casa, antes de lo previsto, para contárselo a su mujer; se encontró a su mujer en la cama con su vecino Ciro. Abrumado por la situación, levantó la mano y dijo: "Duerme tranquilo, Ciro, que nosotros velamos"».

[2] En 1984, apareció en la televisión Ehsan Tabari, el principal teórico del comunismo iraní, un hombre con medio siglo de pasado marxista a sus espaldas. A fuerza de torturarle, le habían hecho olvidarse del pasado: «A diferencia del chiísmo, el materialismo histórico no puede explicar fenómenos como el de Espartaco o el de Pugachev». Sus colegas habían elogiado el «antiimperialismo» de los clérigos, y la retractación de Tabari estuvo salpicada de referencias laudatorias al Islam y a sus pensadores chiíes. A pesar de todo, lo encerraron en una celda de aislamiento. Escribió libros para justificar su conversión. En sus memorias antimarxistas, una obra de una vulgaridad que sorprendió a los clérigos más liberales, calificaba a sus antiguos camaradas de agentes soviéticos, asesinos, traidores a Irán, espías de Sadam Husein, etc. La prensa dominante fue informando de todo esto por entregas. El dolor de la tortura física y mental había obrado el efecto deseado. Tabari murió destrozado, sin haber tenido siquiera la oportunidad de emular la frase: «Y sin embargo, se mueve…».

[3] Solo Israel se mantuvo neutral. «Cuando los goyim [gentiles] matan a los goyim», comentó Begin, «lo único que podemos hacer es contemplar el espectáculo.» Observar y aplaudir, quiso decir. En todo caso, Israel ya consideraba que Irak, con su formidable ejército, constituía una amenaza potencial mayor que Irán. Así pues, en el momento crucial de la guerra, optó por proveer de repuestos a Irán, cuyos tanques y aviones de combate le habían sido suministrados por la industria armamentística estadounidense.