lunes, 7 de noviembre de 2011

La URSS desconocida


Por VOLIN


El Estado bolchevique, montado en sus grandes líneas en 1918-1921, existe desde hace veinte años.

¿Qué es, exactamente, este Estado?

Se denomina Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Pretende ser un Estado proletario o aun obrero y campesino. Afirma ejercer una dictadura del proletariado. Se jacta de ser la patria de los trabajadores, el baluarte de la revolución y del socialismo.

¿Qué hay de verdad en todo ello? ¿Justifican estas declaraciones y estas pretensiones los hechos y los actos? Un rápido examen nos permitirá responder a estos interrogantes.

He dicho: examen rápido. En efecto, un estudio detallado y más o menos completo sobre el Estado ruso actual es un tema particular, que no constituye el objetivo de esta obra. Por otra parte, después de cuanto precede, bastará una mirada general. Contemplemos y ensamblemos lo que ya hemos dejado entrever.

Aprovecho la ocasión para hacer saber al lector no iniciado que existe actualmente [escrito este texto en 1939] en Francia una rica literatura en libros, folletos, artículos de revistas y de periódicos, etc., que permite hacerse una idea asaz exacta de la estructura, el funcionamiento y el espíritu del Estado soviético. Desde algunos años ha, han aparecido numerosas obras que ponen bien de relieve el verdadero carácter de este Estado: la naturaleza real de su gobierno, la situación verdadera de sus masas laboriosas, el exacto estado de su economía, su cultura, etc. Estas obras ponen a la luz los bastidores y los «bajos» ocultos del régimen, sus extravíos, sus «enfermedades secretas».

Los autores no procuran, por cierto, profundizar el problema a fin de establecer las causas y las consecuencias de la decadencia. Ni menos hacen alusión alguna a esa otra llama: la idea libertaria, su papel y su suerte en la Revolución rusa. Para ellos, como para tantos otros, es éste un terreno desconocido. No entrevén ninguna solución. Mas comprueban sinceramente los hechos. Hacen ver así la ruta falsa tomada por la Revolución y prueban irrefutablemente la quiebra de ésta. Sus estudios, generalmente, proporcionan una documentación abundante y precisa.

Nos limitaremos aquí a una amplía mirada de conjunto que bastará a nuestro fin. Pues es el carácter general de este Estado lo que nos interesa, en la medida en que él nos explica la secuela de los acontecimientos.

Hemos dicho antes que el cuidado principal del partido bolchevique en el poder era el de estatalizar toda actividad, toda la vida del país, todo lo que podía ser estatalizado. Se trataba de crear ese régimen que la terminología moderna califica de totalitario.

Una vez en posesión de una fuerza coercitiva suficiente, el partido y el gobierno bolcheviques se esmeraron en esa tarea, creando su inmenso aparato burocrático. Acabó por formar una numerosa y poderosa casta de funcionarios responsables, que hoy constituye una capa altamente privilegiada de unos dos millones de individuos. Dueña efectiva del país, del ejército y de la policía, ella sostiene, protege, venera y lisonjea a Stalin: su ídolo, su Zar, el solo hombre capaz de mantener el orden y de salvaguardar sus privilegios.

Poco a poco, los bolcheviques estatalizaron, monopolizaron, totalizaron, cómoda y rápidamente, la entera administración, las organizaciones obreras, campesinas y de otra índole, las finanzas; los medios de transporte y de comunicación; el subsuelo y la producción minera; el comercio exterior y el gran comercio interior; la gran industria; el suelo y la agricultura; la cultura, la enseñanza y la educación; la prensa y la literatura; el arte, las ciencias, los deportes, las distracciones, aun el pensamiento o, por lo menos, todas sus manifestaciones.

La estatalización de los organismos obreros: soviets, sindicatos, comités de fábrica, etc., fue la más fácil y la más rápida. Su independencia fue abolida. Se convirtieron en simples rodajes administrativos y ejecutivos del partido y del gobierno.

Se maniobró con habilidad. Los obreros ni siquiera advirtieron que estaban a punto de ser maniatados. Puesto que el Estado y el gobierno eran los suyos, les pareció natural no desligarse de ellos. Encontraron normal que sus organizaciones llenasen funciones en el Estado obrero y ejecutasen las decisiones de los camaradas comisarios. Bien pronto, ningún acto autónomo, gesto libre alguno les fueron ya permitidos a esas organizaciones.

Ellas acabaron por darse completa cuenta de su error. ¡Pero era demasiado tarde! Cuando ciertas organizaciones obreras, molestadas en su acción e inquietudes, sintiendo que «algo no marchaba en el reino de los Soviets», manifestaron algún descontento y quisieron reconquistar un poco de independencia, el gobierno se opuso con toda su energía y toda su astucia. Por una parte, inmediatamente adoptó medidas y sanciones. Por otra, trato de razonar. «Puesto que —les decía a los obreros, con el tono más natural del mundo— ahora tenemos un Estado obrero, en el que los trabajadores ejercen su dictadura y todo les pertenece, este Estado y sus órganos son los vuestros. ¿De qué independencia, entonces, puede hacerse cuestión? Tales reclamaciones carecen ahora de sentido. ¿Independencia de qué? ¿De quién? ¿De vosotros mismos? ¡Pues el Estado es ahora vuestro! No comprenderlo significa no comprender la revolución cumplida. Levantarse contra este estado de cosas significa levantarse contra la Revolución misma. Semejantes ideas y movimientos no podrán ser tolerados, pues no pueden estar inspirados sino por los enemigos de la Revolución, de la clase obrera, de su Estado, de su dictadura y del poder obrero. Quienes entre vosotros son aún lo bastante inconscientes para escuchar los cuchicheos de esos enemigos y prestar oídos a sus nefastas sugestiones, porque todo no marcha a maravilla en vuestro joven Estado, ésos cometen un verdadero acto contrarrevolucionario.»

Va sin decir que todos los que persistieron en protestar y en reclamar fueron despiadadamente triturados.

Lo más difícil fue la apropiación definitiva del suelo, la supresión del cultivador individual, la estatalización de la agricultura. Como se sabe, es Stalin quien realizó esta transformación, algunos años ha. Mas periódicamente la situación se complica, y seriamente. La lucha entre el Estado y las masas campesinas se reanuda, bajo otras formas.

Puesto que cuanto es indispensable para el trabajo y la actividad de los hombres —dicho de otro modo, todo lo que es, en el vasto sentido del término, capital— pertenece en Rusia al Estado, se trata en este país de un integral capitalismo de Estado.

Capitalismo de Estado: tal es el sistema económico, financiero, social y político de la URSS, con todas sus consecuencias y manifestaciones lógicas en todos los dominios de la vida: material, moral, espiritual.

El rótulo exacto de este Estado sería no URSS, sino URCE: Unión de Repúblicas Capitalistas Estatistas. (La consonancia: URS y ¡ay! el fondo, permanecerían los mismos.)

Económicamente, esto significa que el Estado es el propietario real y único de todas las riquezas del país, de todo el patrimonio nacional, de todo lo que es indispensable a millones de hombres para vivir, trabajar, obrar (comprendido en ello, subrayémoslo, el oro y el capital-moneda, nacional y extranjero.

He ahí lo más importante, lo que se trata de comprender ante todo. Lo demás se desprende de ello fatalmente.

La Revolución desconocida
Libro Segundo, Quinta Parte,
Cap. I «La naturaleza del Estado.»


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