lunes, 31 de octubre de 2011

El anarquismo en los consejos de fábrica italianos

Por Daniel Guérin
Capítulo III, parte III de Anarquismo


Siguiendo el ejemplo de lo sucedido en Rusia, inmediatamente después de la primera guerra mundial, los anarquistas italianos caminaron por un tiempo del brazo con los partidarios del poder de los soviets. La revolución soviética había tenido profunda repercusión entre los trabajadores italianos, especialmente entre los metalúrgicos del Norte de la península, que estaban a la vanguardia del movimiento obrero. El 20 de febrero de 1919, la Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos (FIOM) obtuvo la firma de un acuerdo por el cual se establecía que en las empresas se designaran comisiones internas efectivas. Luego, mediante una serie de huelgas con ocupación de los establecimientos, la federación intentó transformar dichos organismos de representación obrera en consejos de fábrica que propenderían a dirigir las empresas.

La última de esas huelgas, producida a fines de agosto de 1920, tuvo por origen un cierre patronal. Los metalúrgicos decidieron unánimemente continuar la producción por sus propios medios. Prácticamente inútiles fueron sus intentos de obtener, mediante la persuasión, primero, y la fuerza, después, la colaboración de los ingenieros y del personal superior. Así librados a su suerte, tuvieron que crear comités obreros, técnicos y administrativos, que tomaron la dirección de las empresas. De esta manera se avanzó bastante en el proceso de autogestión. En los primeros tiempos, las fábricas autoadministradas contaron con el apoyo de los bancos. Y cuando éstos se lo retiraron, los obreros emitieron su propia moneda para pagar los salarios. Se estableció una autodisciplina muy estricta, se prohibió el consumo de bebidas alcohólicas y se organizó la autodefensa con patrullas armadas. Las empresas áutoadministradas anudaron fuertes vínculos solidarios. Los metales y la hulla pasaron a ser propiedad común y repartíanse equitativamente.

Pero una vez alcanzada esta etapa era preciso ampliar ei movimiento o batirse en retirada. El ala reformista de los sindicatos optó por un compromiso con la parte patronal. Después de ocupar y administrar las fábricas durante algo más de tres semanas, los trabajadores tuvieron que evacuarlas tras recibir la promesa -no cumplida- de que se pondría un control obrero. En vano clamó el ala revolucionaria -socialistas de izquierda y anarquistas- que aquel paso significaba una traición.

Antonio Gramsci

Dicha ala izquierda poseía una teoría, un órgano y un portavoz. El primer número del semanario L'Ordine Nuovo apareció en Turín el 19 de mayo de 1919. Su director era el socialista de izquierda Antonio Gramsci, a quien secundaban un profesor de filosofía de la Universidad de Turín, de ideas anarquistas, que firmaba con el seudónimo de Carlo Petri, y todo un núcleo de libertaríos turineses. En las fábricas, el grupo de L'Ordine Nuovo contaba principalmente con el apoyo de dos anarcosindicalistas militantes del gremio metalúrgico: Pietro Ferrero y Maurizio Garino. Socialistas y libertaríos firmaron conjuntamente el manifiesto de L'Ordine Nuovo, acordando que los consejos de fábrica debían considerarse como órganos adaptados para la futura dirección comunista de las fábricas y de la sociedad.

L'Ordine Nuovo tendía, en efecto, a sustituir la estructura del sindicalismo tradicional por la de los consejos de fábrica. Ello no significa que fuera absolutamente hostil a los sindicatos, en los cuales veía las sólidas vértebras del gran cuerpo proletario, Simplemente criticaba, a la manera del Malatesta de 1907, la decadencia de aquel movimiento sindical burocrático y reformista que se había hecho parte integrante de la sociedad capitalista; además, señalaba la incapacidad orgánica de los sindicatos para cumplir el papel de instrumentos de la revolución proletaria.

En cambio, L'Ordine Nuovo estimaba que el consejo de fábrica reunía todas las virtudes. Era el órgano destinado a unificar a la clase obrera, el único capaz de elevar a los trabajadores por encima del estrecho círculo de cada gremio, de ligar a los no organizados con los organizados. Incluía en el activo de los consejos la formación de una psicología del productor, la preparación del trabajador para la autogestión. Gracias a ellos, hasta el más modesto de los obreros podía descubrir que la conquista de la fábrica no era un imposible, que estaba al alcance de su mano. Los consejos eran considerados como una prefiguración de la sociedad socialista.

Los anarquistas italianos, más realistas y menos verbosos que Antonio Gramsci, ironizaban a veces sobre los excesos taumatúrgicos de la predicación en favor de los consejos de fábrica. Aunque reconocían los méritos de éstos, no los exageraban. Asi como Gramsci, no sin razón, denunciaba el reformismo de los sindicatos, los anarcosindicalistas hacían notar que, en un período no revolucionario. también los consejos de fábrica corrían el riesgo de degenerar en organismos de colaboración con las clases dirigentes. Los libertarios más apegados al sindicalismo encontraban asimismo injusto que L'Ordine Nuovo condenara por igual el sindicalismo reformista y el revolucionario practicado por su central, la Unión Sindical Italiana.

La interpretación contradictoria y equívoca del prototipo de consejo de fábrica, el soviet, propuesta por L'Ordine Nuovo era sobre todo motivo de cierta inquietud para los anarquistas. Por cierto que Gramsci usaba a menudo el epíteto libertario y había disputado con Angelo Tasca, autoritario inveterado que defendía un concepto antidemocrático de la dictadura del proletariado y que reducía los consejos de fábrica a simples instrumentos del Partido Comunista y acusaba de proudhoniano al pensamiento gramscista. Pero Gramsci no estaba tan al corriente de lo que sucedía como para ver la diferencia entre los soviets libres de los primeros meses de la Revolución y los soviets domesticados por el Estado bolchevique. De ahí la ambigüedad de las fórmulas que empleaba. El consejo de fábrica era, a sus ojos, el modelo del Estado proletario que, según anunciaba, se incorporaría a un sistema mundial: la Internacional Comunista. Creía poder conciliar el bolcheviquismo con el debilitamiento del Estado y una concepción democrática de la dictadura del proletariado.

Camilo Berneri

Los anarquistas italianos saludaron el nacimiento de los soviets rusos con un entusiasmo falto de espíritu crítico. Uno de ellos, Camillo Berneri, publicó el 19 de junio de 1919 un articulo intitulado La Autodemocracia, en el cual saludaba al régimen bolchevique como el ensayo más práctico y en mayor escala de democracia integral y como la antítesis del socialismo de Estado centralizador. Un año después, en el Congreso de la Unión Anarquista Italiana, Maurizio Garino utilizaría un lenguaje muy distinto: los soviets implantados en Rusia por los bolcheviques diferían sustancialmente de la autogestión obrera concebida por los anarquistas. Constituían la base de un nuevo Estado, inevitablemente centralizador y autoritario.

Luego, los anarquistas italianos y los amigos de Gramsci tomarían por caminos divergentes. Los segundos, que siempre habían sostenido que el partido socialista, al igual que el sindicato, estaba integrado en el sistema burgués, por lo cual no era indispensable ni recomendable adherirse a él, hicieron una excepción con los grupos comunistas que militaban en el partido socialista y que, después de la escisión de Liorna del 21 de enero de 1921, formaron el Partido Comunista Italiano, incorporado a la Internacional Comunista.

En lo que atañe a los libertarios italianos, tuvieron que abandonar algunas de sus ilusiones y recordar las advertencias de Malatesta, quien, en una carta escrita desde Londres en el verano de 1919, los había puesto en guardia contra un nuevo gobierno que acaba de instalarse (en Rusia) por encima de la Revolución, para frenarla y someterla a los fines particulares de un partido (...) mejor dicho, de los jefes de un partido. El viejo revolucionario afirmó proféticamente que se trataba de una dictadura con sus decretos, sus sanciones penales, sus agentes ejecutivos, y, sobre todo, su fuerza armada, que también sirve para defender a la Revolución contra sus enemigos externos, pero que mañana servirá para imponer a los trabajadores la voluntad de los dictadores, detener la Revolución, consolidar los nuevos intereses establecidos y defender contra la masa a una nueva clase privilegiada. No cabe duda de que Lenin, Trotski y sus compañeros son revolucionarios sinceros, pero también es cierto que preparan los planteles gubernativos que sus sucesores utilizarán para sacar provecho de la revolución y matarla. Ellos serán las primeras víctimas de sus propios métodos.

Luigi Fabbri

Dos años más tarde, en un congreso reunido en Ancona entre el 2 y el 4 de noviembre de 1921, la Unión Anarquista Italiana se negó a reconocer al gobierno ruso como representante de la Revolución; en cambio, lo denunció como el mayor enemigo de la Revolución, el opresor y explotador del proletariado, en cuyo nombre pretende ejercer el poder. Aquel mismo año, el escritor libertario Luigi Fabbri concluía: El estudio crítico de la Revolución Rusa tiene enorme importancia (...) porque puede servir de guía a los revolucionarios occidentales para que eviten en lo posible los errores que la experiencia rusa ha puesto al descubierto.

sábado, 29 de octubre de 2011

El anarquismo individualista en los Estados Unidos, en Inglaterra y en otras partes. Los antiguos intelectuales libertarios americanos.

Por Max Nettlau
Capítulo 3 de La anarquía a través de los tiempos.

La gran lucha por la independencia norteamericana, comprometida por la parte liberal de los coloniales contra la potencia central inglesa había adquirido desde 1775 a 1783 todas las formas de protesta constitucional, de insurrección cambiada pronto en guerra (1775); de la declaración de la independencia (4 de julio de 1776) al tratado final de paz, en 1783, siguieron otros siete años de campañas. Esto ocurría enteramente entre los patriotas americanos y los que habían acudido de Europa en su apoyo, y los ejércitos a sueldo de Inglaterra; la mentalidad más estrictamente gubernamentalista tuvo la primacía y no se tocó ni a las condiciones sociales ni a la esclavitud de los negros, ni fueron escuchados los votos de los que abogaban por un mínimo de gobierno, por la descentralización, por libertades reales. Lo que se estableció como constitución, fue una maravilla comparado con las monarquías europeas y fue un cuadro en el cual ciertas autonomías locales podían desenvolverse y fueron al comienzo toleradas, pero fue al mismo tiempo un aparato gubernamental formidable, casi inalterable, equivalente, por sus garantías sutiles reservadas al poder, al absolutismo abierto de las antiguas monarquías.

Eso fue bien reconocido por algunos, por hombres de Estado incluso, como Thomas Jefferson, y los mejores luchaban contra esa nueva tiranía velada; pero el aparato constitucional está construido tan ingeniosamente que es fácil agregar autoridad e interpretar lo que existe en un sentido más autoritario, pero es imposible reducir esa autoridad seriamente. El pueblo es conducido como en las monarquías; hay amplitud o sus movimiento son circunscritos según la voluntad del amo; en el caso presente, según la voluntad gubernamental controlada por los intereses de la propiedad.

Esta situación produjo pronto el descontento de espíritus audaces, y Voltairine de Cleyre y C. L. James han esbozado esas primeras protestas de hombres que, ciertamente, no fueron anarquistas en el sentido presente, pero que tuvieron horror al estatismo y a la dominación insolente de los monopolistas sobre las riquezas naturales de medio continente. En las ciudades del Este, sobre la costa del Atlántico, hubo no poca efervescencia democrática vertida en un socialismo laborista que, precisamente al ver a los políticos llenarse la boca de libertad, retóricamente, fue autoritario, riguroso, estatista. Se reimprimió el gran libro de Godwin (Filadelfia, 1796), el irlandés John Driscol (Equality, or A History of Lithoconia, 1801-2), y J. A. Etzler (en Pittsburgh, en 1833) compusieron una utopía y un ditirambo sobre la liberación del hombre por la máquina, tratando de ser lo menos posible autoritarios; pero, en suma, de esas ciudades tan rápidamente industrializadas y convertidas así en focos de la política y en centros de las finanzas, no salió jamás una verdadera vida socialista integral, y los trabajadores se organizan paralelamente a los capitalistas. De igual modo los inmensos territorios agrarios, nuevamente roturados, contienen poblaciones absorbidas por el trabajo, poco accesibles todavía a las ideas, dejándose alimentar o condenar al hambre intelectualmente por lo que los curas, la prensa y los políticos les entregan.

Es entre esos inmensos medios autoritarios y conservadores, donde ha florecido, en el gran territorio, una vida socialista y anarquista muy variada, muy activa, muy abnegada, numerosa relativamente, pero sin embargo casi al margen de la sociedad, de donde se recuerdan de esos hombres algunas veces para simular que les admiran, muy a menudo para perseguirles, pero que, con frecuencia también, sobre todo antiguamente, se les dejaba hacer, como se deja a las sectas religiosas o a hombres de vida privada, tranquila en general. Tales me parecen las proporciones de los hombres y de su ambiente por alrededor de un siglo después de 1776. Porque había entonces sobre todo espacio, latitud, condiciones para fundar una vida nueva, tierra todavía relativamente libre, en el territorio de los Estados Unidos, lo que Europa no ha conocido desde hace 1.500 años, desde la caída de los romanos. Y eso tuvo una influencia psicológica vigorizante sobre muchos hombres, y en aquellos que tenían un fondo altruista produjo el anarquismo individualista americano; en otros, con un fondo religioso, se produjo un espiritualismo libertario: dos fenómenos que las condiciones de vida creadas desde hacía cincuenta años, al reforzar el autoritarismo, el mecanismo, la brutalización, han reducido mucho, pero que son bellas páginas de la historia de la anarquía.

Había desde el siglo XVIII un pequeño mundo que vivía aparte en comunidades cooperativas de emigrados reunidos por un sectarismo religioso especializado, de tendencia social, como mucho antes en los primeros conventos. Después se introdujo la experimentación socialista, por Robert Owen mismo (New Harmony), por otros después que fueron influenciados por las ideas de Fourier y otros. Inevitablemente, las empresas en que los espíritus no estaban nivelados o quebrantados por la disciplina o la devoción religiosa, tuvieron una existencia azarosa, y New Harmony, una colonia de 800 personas, en el curso de varios años mostró mucha desarmonía, lo que indujo a uno de los colonos, Josiah Warren (1798-1879), un americano de carácter resuelto y tenaz, a deducir la imposibilidad de la convivencia social desinteresada a causa de la diversidad natural de los hombres, y concluyó en la individualización completa de la vida social, es decir, en las relaciones de cambio igual, de reciprocidad estricta entre los hombres, y consideró el tiempo que requiere un producto o un servicio como medida de su valor de cambio, según la conciencia de cada uno.



Warren concluyó igualmente en el repudio de todo lo que una colectividad impusiera a los individuos en servicios públicos; compete a los individuos, si quieren, arreglarse para hacer ejecutar esos servicios por personas empleadas y pagadas por ellos según el tiempo que dediquen a esos trabajos. Aplicó sus ideas concebidas de acuerdo a su experiencia a partir de 1825 en New Harmony, en Cincinnati primero, a partir de mayo de 1827, en su «Time Store» (tienda donde vendía y compraba él mismo sus mercancías según la medida del tiempo) e hizo propaganda de ese sistema por su acción personal, por los escritos, por el periódico The Peaceful Revolutionist, en 1833, en Cincinnati —el primer periódico anarquista, según toda apariencia— y entró en correspondencia con los cooperadores en Inglaterra; en una palabra, atrajo el interés y sus libros Equitable Commerce (1846) y Practical Details in Equitable Commerce (1852) («Detalles prácticos en el comercio equitativo»), fueron muy difundidos. Sobre todo en 1851-52, en Nueva York, Stephen Pearl Andrews (1812–1886) dio a esas ideas una forma ruidosa por conferencias y su gran libro The Science of Society (1851; dos partes, VI, 70 y XII, 214 páginas), cuya primera parte es: «La verdadera constitución de un gobierno en la soberanía del individuo», y la segunda: «Los gastos como límite del precio: una medida científica para la honestidad en el comercio como principio fundamental para la solución de la cuestión social». Andrews tomó parte en esa discusión, con motivo de una «Free Love League», con Henry James y Horace Greeley, en The New York Tribune hacia 1852, publicada como Love, Marriage and Divorce («Amor, matrimonio y divorcio»). Muchos adeptos de esas ideas vivían desde 1851 hasta una decena de años más tarde en Trialville (ciudad de ensayo) , más conocida como «Modern Times», en Long Island, a no muy larga distancia de Nueva York, cada cual a su modo, haciendo localmente el cambio entre ellos, empleando notas de trabajo. Fue sobre todo una comunidad de vida independiente, sin autoridad oficial, que atrajo buenos elementos y demostró que la libertad une y la coacción desune a los hombres. La guerra civil en los Estados Unidos (1862-65) con sus consecuencias económicas dispersó esa comunidad.

Estas ideas fueron especializadas por otros hombres y mujeres de pensamiento lógico y de gran tenacidad; tales fueron W. B Greene, Lysander Spooner, Ezra M. Heywood, Charles T. Fowler, Benjamin R. Tucker, Moses Harman, E. C. Walker, Sidney H. Morse, Marie Louise David, Louis Waisbrooker, Lillian Harman y muchos otros. Hubo periódicos notables como The Social Revolutionist, The World, The Radical Review, Liberty (de B. R. Tucker; Boston, luego Nueva York, 1881-1907); Lucifer, Fair Play y muchos más.

Estos anarquistas individualistas combatían todos el estatismo, la intervención de colectividades y de sus mandatarios en la vida de los individuos, los poderes económicos dados al monopolio (emisión de notas, los Bancos), la sumisión por el matrimonio y la familia y fueron también hostiles a lo que debía hacerse en nombre de un socialismo de Estado y de un socialismo anarquista. Muchos de ellos se especializaban sobre todo en el dominio de las finanzas, otros en el de la libertad personal y en la vida sexual liberada de todas sus trabas. El único movimiento social que inspiró simpatías a algunos de ellos, fue el del impuesto único creado por Henry George (Progress Poverty) y al respecto hubo y hay todavía cierto matiz de ellos que llega a una fusión de ideas. Son los anarchist single taxers, (los anarquistas del impuesto único), de los que The Twentieth Century, redactado por Hugh O. Pentecost, fue la cuna, hace alrededor de cuarenta años. Los hombres de ese matiz, aparte de ciertas defecciones, han entrado a menudo desde entonces en relaciones de buena vecindad con los comunistas libertarios y con todas las buenas causas de los movimientos de los obreros americanos. Pero por otro lado B. R. Tucker fue feroz en su anticomunismo (contra Kropotkin, Most, etc.) , en 1883, y ha hecho accesibles así una parte de las ideas bakuninianas en Estados Unidos y en Inglaterra.

Ese movimiento de 1827, un siglo después, se encuentra frente a una América enormemente cambiada, y si queda él mismo sin cambiar, es de un siglo atrás, y si cambia es difícil decir lo que quedaría de él o si no se engaña en la dirección de ese cambio a operar. En los ambientes sencillos de territorios recientemente poblados, las condiciones sociales de los hombres se parecen, y si el cambio honesto es proclamado frente a la codicia y al fraude de algunos, ese principio moralizador puede triunfar, pero no ha triunfado siquiera entonces y el monopolio se ha vuelto cada vez más fuerte, hasta acaparar el Estado completamente después de la gran guerra civil, durante y después de la cual el capital puso mano sobre la tierra y sus riquezas y fundó en sesenta años el Imperio de la plutocracia más poderoso que se conoce. Warren murió en 1879 conservando sus ilusiones, que Tucker (nacido en 1854) defendió entonces contra toda evidencia, propiciando esa reciprocidad entre gentes honestas frente al monopolio que, al regimentar a todo el pueblo en su servicio, destruye la independencia personal, la primera base de la reciprocidad. Otra base de ésta es el sentimiento social, el deseo, el placer de obrar socialmente por tanto honestamente, con desinterés. Al presuponer ese sentimiento esos antisocialistas son en realidad muy sociables y muchos malentendidos no se habrían tenido si hubiesen dicho claramente que su acción procede de su voluntad de no pasar por el socialismo autoritario. Ir más lejos, preconizar un sistema único, como lo hicieron con encarnizamiento desde Warren a Tucker, es sectarismo que corresponde mal a la amplitud de miras de algunos de ellos.


Benjamin Tucker

En la práctica, la rama principal de ese movimiento, antes extendido, se ha restringido al cambio directo (mutualismo) o se pierde en la reforma monetaria. Las ramas de libertad personal y de libertad sexual, tan exuberantes en tiempos de Heywood y de Harman, han tenido una cierta satisfacción por la creciente libertad de las costumbres y sobre todo por el derecho de ciudadanía que supo conquistar el neomalthusianismo bajo el nombre de birth control. Los antiguos militantes han muerto, a veces hasta en suicidio frente a persecuciones sistemáticas, y la juventud se contenta con las mayores facilidades que halla ahora y no promueve ya esas cuestiones de libertad y de dignidad como hicieron los antiguos. Cuando el anarquismo individualista debía afirmarse más en nuestro tiempo de estatismo desenfrenado, no está ya en acción o sólo se presenta en forma pequeña y anodina.

Estas ideas fueron muy pronto conocidas en Inglaterra por la correspondencia de Josiah Warren, que trató de hacer una brecha en el movimiento. No logró más que muy poco; se puede nombrar ante todo a Ambrose Caston Cuddon, el alma de un pequeño grupo en los años antes y después de 1850 a 1870 y hasta su muerte en edad avanzada. El libro de Stephen Pearl Andrews y la colonia «Modern Times» daban un nuevo interés a esas ideas, y ese grupo tomó por nombre la London Confederation of Rational Reformes (agosto de 1853) , publicando sus principios y un folleto explicativo, que debe ser de Cuddon (octubre) .Estos hombres venían de los matices socialistas de Robert Owen y de Bronterre O’Obrien, y William Pare, que se interesó también por esas ideas ( 1855), había estado ligado con William Thompson. Se puede nombrar todavía al Coronel Henry Clinton. Allí se encuentra ese individualismo penetrado de espíritu socialista, y por lo poco que se sabe de lo sucesivo, se puede suponer que en ese ambiente inglés las ideas de Warren —si se exceptúa a Cuddon—-, tal vez fueron reabsorbidas por un socialismo de acción popular directa que desconfía del Estado.

Es un hecho extraño, por cierto, que hasta 1885 aproximadamente ese anarquismo individualista americano pasó desapercibido en el mundo socialista europeo, aparte de esas repercusiones en Inglaterra, que a su vez no han debido ser conocidas en el continente. Hago excepción de Stephan Pearl Andrews y de «Modern Times». Sus ideas y la fundación de la colonia fueron discutidas en particular en el semanario The Leader (Londres), en 1851, entonces un órgano democrático muy difundido, por Henry Edger, que vivió en «Modern Times», un positivista que desde allí mantenía correspondencia también con Auguste Comte. Si The Sovereignity of the Individual es tan afirmada por Andrews (1851) ¿es por puro azar que Pi y Margall escribe en La Reacción y la Revolución (Madrid, 1854): «Nuestro principio es la soberanía absoluta del individuo; nuestro objeto final, la destrucción absoluta del poder, y su sustitución por el contrato; nuestro medio, la descentralización y la movilización continua de los poderes existentes...» No hay duda que Pi y Margall ha debido conocer los dos famosos libros libertarios de 1851, la Idea general de la Revolución en el siglo XIX, de Proudhon, y las Social Statics, de Herbert Spencer. ¿Por qué no habría tenido conocimiento del libro de Andrews discutido en el Leader, órgano que tenía tantas noticias sobre el movimiento avanzado en España? Incluso en 1854 apareció en Cádiz una traducción española de un gran libro relativamente poco importante del mismo Andrews (The Basic Outline of Universology...). De «Modern Times» se tiene conocimiento generalmente por un artículo de Moncure D. Conway en una gran revista inglesa (Fortnightly Review, julio de 1865) de que se habla incluso de Rusia en el Sovremennik, la antigua revista de Chernishevski. Elías Reclus ha debido ver a algunos de esos anarquistas americanos en ocasión de su viaje a los Estados Unidos y ha colaborado en The Radical Review, en 1877, redactada por Tucker. Tucker mismo ha hecho en 1874 un viaje a Londres, donde vio todavía a Cuddon, de 83 años de edad, y viajó por Francia e Italia. Se puso a traducir grandes volúmenes de Proudhon, entonces las primeras ediciones americanas. Se sabe también que Elías Reclus, en 1878, conoció a Tucker y The Radical Review, como Tucker, en 1889, en París, por medio de Elías, conoció a Eliseo Reclus. Pero los hermanos Reclus se han sentido tan distantes, en su comunismo generoso, de la meticulosidad del cambio igual de esos americanos, que no han creído necesario o importante hablar de esas concepciones en su ambiente europeo.

Hubo probablemente algunos de esos individualistas en la famosa sección 12 de la Internacional, compuesta enteramente de americanos de matices diversos, en Nueva York, que causó tanta tristeza a Marx, porque no se puso bajo la tutela de uno de sus hombres de confianza. No le quedó más recurso que tratar de hacerla expulsar. Uno de sus miembros asistió al Congreso de La Haya (1872), sin ser reconocido delegado; se hizo a la sección el reproche de contener también espiritistas y partidarios del amor libre, y con eso se contentó la mayoría marxista del Congreso para rechazar a ese delegado.

Por los acontecimientos de huelga violenta en Pittsburgh, en 1877, algunos jóvenes individualistas de Boston fueron removidos, como Morse, que escribió entonces un folleto vehemente (Los reyes de los ferrocarriles desean negar a un Imperio...) y de ese medio de jóvenes surgió la revista The Anarchist (Boston) en enero de 1881, cuyo primer número fue muy difundido, mientras que el segundo, en preparación, fue impedido por la policía. Allí, según la opinión y el deseo de un joven de espíritu aventurero, esas ideas americanas habrían tenido puesto junto a las socialistas revolucionarias entonces de Most y del anarquismo comunista francés. Ese esfuerzo fue quebrantado, pero también en Liberty, que Tucker fundó en agosto de 1881, a pesar de la rigidez teórica, había al comienzo un soplo de solidaridad con los revolucionarios internacionales, los nihilistas rusos, etcétera.

Es verdaderamente todo lo que me recuerdo haber apercibido del contacto entre esos anarquistas americanos y los de Europa durante más de cincuenta años, hasta 1881. Ni Proudhon, ni Bakunin, ni Elíseo Reclus, ni Déjacque, ni Coeurderoy han hablado de ellos, aunque tres de esos cinco han vivido o pasaron algún tiempo en los Estados Unidos, y Cuddon, en Londres, había sido el 10 de enero de 1862, presidente de una delegación obrera inglesa que saludó a Bakunin de regreso de Siberia.

El 6 de agosto de 1881 apareció Liberty, redactada por Tucker, un órgano muy combativo, que se puso a negar el derecho a llamarse anarquista a los colectivistas y comunistas libertarios, a Kropotkin mismo, y se replicó no considerando anarquistas a esos individualistas, por el hecho de reconocer eventualmente la propiedad privada, etc. En mi opinión, se conocían mutuamente muy poco, no se sabía nada en Europa del pasado anarquista americano de cincuenta años entonces, y muy poco en América también del mismo pasado europeo desde hacía cincuenta años. Había bastante espacio para las dos corrientes que hasta entonces se habían estorbado tan poco una a la otra, que ni siquiera se habían apercibido la una de la existencia de la otra.

Liberty circulaba un poco en Londres, y un tipógrafo inglés, Henry Seymour, fundó allí, en marzo de 1885, The Anarchist; en Melbourne (Australia), apareció Honesty, en abril de 1887. En Inglaterra el pequeño movimiento se perdió algunos años después en esas especializaciones financieras sobre la emisión libre de papel–moneda y sobre panaceas semejantes, que en ese país han absorbido el esfuerzo de gran número de socialistas que, entonces, no volvieron a encontrar el camino hacia las ideas. También en Alemania, más tarde, antes ya de la guerra, fueron iniciadas tales especializaciones infructuosas (los nuevos fisiócratas, Silvio Gessel, «Freigeld»). Son cosas que no se pueden hacer sin tener el poder, y si se tuviese ese poder, no habría necesidad de hacerlas y se haría algo muy distinto.

Enteramente independiente de esas corrientes de buena fe, el burguesismo antisocialista, que es también antiestatista, en tanto que es enemigo de toda intervención social del Estado para proteger a las víctimas de Ia explotación (horas de trabajo, higiene, etc.), esa avidez de la explotación ilimitada había creado en Inglaterra una agitación por un pseudo–individualismo, el burguesismo ilimitado, con una pseudo–literatura mercenaria. Hablo de la Liberty and Property Defense League de los años 1880-90, etcétera. A ella se refieren, por grados doctrinarios y fanáticos de un «individualismo» siempre absolutamente estéril, de ese no intervencionismo que dejaría morir de hambre a un hombre por no herir su dignidad al mezclarse en sus asuntos y al darle de comer. De ahí, por otros grados, se llega al voluntarismo absoluto, la doctrina de Auberon Herbert hacia 1880, idea benévola y vigorosamente antiestatista; pero todo eso, en fin, es diletantismo, medios ineficaces que no han impedido acrecentarse terriblemente el mal autoritario en estos cuarenta años que siguieron.

El anarquismo, como fue elaborado estrechamente por Tucker (cuyo libro lnstead of a book, Nueva York, 1893, 512 páginas, reproduce las partes más significativas de sus artículos y notas en Liberty), se vuelve a encontrar en el periódico alemán Libertas (Boston, 1888; 8 números) y fue aceptado durante mucho tiempo después por el joven poeta alemán John Henry Mackay, fascinado desde 1888-89 por las ideas de Max Stirner, de Proudhon y las de B. R. Tucker; sus libros Die Anarchisten (1891), Der Freiheitssucher (1920) y un tercer tomo lo muestran inspirándose en esas tres concepciones. Su esfuerzo fue secundado por una propaganda en algunos periódicos y folletos en Alemania. Mackay murió en 1933.

Fuera de esto, el individualismo anarquista americano fue presentado en Francia y en Bélgica en algunos periódicos y por autores que, sin embargo, no lo han aceptado o conservado ellos mismos integralmente. Hubo también pequeñas repercusiones escandinavas. Es llamado mutualismo por la propaganda americana presente y ha encontrado también algunos aficionados italianos. En suma, me parece que nos debe una explicación clara con la situación mundial presente, que es mucho más complicada que cuando Josiah Warren, en 1827, fundó su primer «Times Store». Si hay que superar las primitividades del comunismo, hay que superar también las del individualismo.

No tengo que hablar aquí de lo que se llama individualismo en los movimientos socialistas libertarios francés, italiano y otros, pues no tienen relación alguna con la corriente americana.

Transcendentalistas norteamericanos

Lo que he llamado espiritualismo libertario americano, es el pensamiento y el sentimiento de un pequeño número de intelectuales concienzudos que en los Estados Unidos, sobre todo en los años 1830-1860, más desde 1840 a 1850, se dedicaban a vivir y a obrar como hombres libres. Sobre una base religiosa deísta vivía en ellos el espíritu humanitario del siglo XVIII, el espíritu social que tomaban de los escritos de Fourier y de Owen, un espíritu crítico que les hizo ver el mal hecho por la autoridad a través de la historia y tenían una causa viviente ante ellos, la de la esclavitud vergonzosa de los negros, institución legal, que todos estaban forzados a ver erigida ante sus ojos. Yo sé que los esclavistas respondían cínicamente demostrando los horrores de la esclavitud de los blancos en las fábricas, pero no disminuye nunca un mal el hecho de presentar otro; entonces hay que combatir los dos, y los abolicionistas se decían muy lógicamente que una sociedad brutalizada por la esclavitud de los negros no poseía la fuerza moral para poner remedio a la esclavitud de los blancos. Para la burguesía, los hombres peligrosos eran entonces los que querían destruir inmediatamente la esclavitud, y mucho menos los que hablaban de un socialismo del porvenir lejano, o los que, entre ellos, en pequeñas comunidades, practicaban hábitos sociales. Los hombres en cuestión fueron de los unos y de los otros, abolicionistas del tipo de William Lloyd Garrison, y socialistas de Brook Farm. Había hombres y mujeres como Emerson, W. E. Channing, Margaret Fuller, Frances Wright, Nathaniel Hawthorne y otros. Se puede decir que lo que hay en América del Norte de civilización, se liga de cerca o de lejos a ese ambiente cultivado de la antigua Massachusetts, tan diferente del Estado presente de ese nombre que ha dejado matar durante siete años a los dos anarquistas italianos que sabemos.

La más bella figura de ese ambiente es, desde el punto de vista libertario, Henry David Thoreau (1817–1862), el autor de Walden: my Life in the Woods (1854) y del famoso ensayo On the duty of Civil Disobedience (1849) («Del deber de la desobediencia civil»). Walt Whitman es un tipo muy diferente, según mi impresión. Tiene las expansiones libertarias más bellas, pero su culto entusiasta a la fuerza le acerca, para mí, a los autoritarios.

Hubo algunos otros americanos de verdadero valor conquistados para las buenas causas y para la de la humanidad libre ante todo; Ernest Crosby, fue uno de los mejores.


     Nota del autor: Este capítulo resume las páginas 103-132 del libro Vorfrühling y remito también a mi artículo Anarchism in England fifty years ago, en Freedom (Londres), noviembre diciembre 1905, que se ocupa sobre todo de Ambrose Caston Cuddon, caído en olvido completo entonces; fue reimpreso por Tucker, en Liberty (1906)

domingo, 23 de octubre de 2011

Kôtoku Shûsui, la razón anarquista


Por Alexis Rodríguez

Este año se cumple el centenario del asesinato de Denjiro Kôtoku Shûsui y otros anarquistas por parte del Estado japonés en el denominado como Taigyaku Jiken («incidente de alta traición»). Seguramente, para la inmensa mayoría del mundo libertario occidental, este hecho ha pasado sin ningún recuerdo, inadvertido, sepultada su memoria en el olvido de la historia. Y sin embargo, a Kôtoku debemos la difusión de las ideas anarquistas en el Japón que a principios del siglo XX frenó la imparable propagación de los partidos políticos socialistas entre la clase proletaria nipona, en esos momentos inmersa en un proceso de industrialización salvaje. Vayan, pues, estas líneas en sentido homenaje a este anarquista que tuvo la posibilidad de encumbrarse personalmente pero que prefirió seguir el postulado de Kropotkin y acudir al pueblo, mezclarse con él, para enseñarle un futuro libre e igualitario.

Denjiro Kôtoku Shûsui nace en 1871 en la localidad de Nakamura, en la prefectura de Kôchi, siendo hijo de un farmacéutico, lo que le permitió acceder a estudios superiores. Como la inmensa mayoría de la juventud de su época, se trasladará a la ciudad de Tokio en busca de conocimientos y una nueva oportunidad, en donde trabajará como sirviente del político liberal Hayashi Yûzô, lo que le permitirá, por un lado, conocer los escritos del filósofo Atsusuke Nakae, principal traductor de Jean-Jacques Rouseau y otros pensadores franceses en Japón y, por otro lado, le abre las puertas a los diversos diarios liberales que se editaban por esa época, lo que le otorgaría cierta fama a partir de 1893 como columnista del diario más radical del momento, el Yorozu Chôhô («las noticias de cada mañana»).

Por esa época, su credo político, liberal inicialmente, irá girando hacia la socialdemocracia, sobre todo tras su experiencia al seguir como reportero la huelga de ferroviarios de 1897, la primera gran lucha obrera del Japón moderno, en donde comprende que la clase obrera necesitaba de sus propios instrumentos de defensa, participando en la fundación del sindicato Rôdô Kumiai Kiseikai y del partido Shakai Minshutô (Partido Democrático Social) en 1901, automáticamente prohibido por el gobierno. Coherente con su posicionamiento socialista, cuando se desate la histeria belicista que conducirá a la Guerra Ruso-Japonesa de 1905, se negará a seguir colaborando con el periódico Yorozu Chôhô, claramente belicista, y decide, junto a Sakai Toshihiko, fundar un semanario pacifista, una operación bastante arriesgada, en 1903 bajo la cabecera de Heimin Shinbun («periódico del hombre común») que, por la represión gubernamental deberá ser sustituido por Chokugen («hablando francamente») y posteriormente Hikari («la luz») hasta que en febrero de 1905, con el estallido de la guerra, Kôtoku es detenido y condenado a cinco meses de prisión.

Esta condena supuso un antes y un después en los planteamientos de Kôtoku. Entre rejas leerá el libro de Kropotkin, Campos, fábricas y talleres, que le llegará de manos del anarquista norteamericano Albert Johnson, lo que le llevará a cuestionarse la opción política como instrumento de cambio social, sobre todo con el comportamiento de los socialistas frente a la guerra, al tiempo que comprende el papel fundamental jugado por el Emperador en el sostenimiento de la realidad social que le tocaba vivir. Hasta ahora, había considerado, de manera similar al SPD alemán, que los cambios sociales se podían lograr mediante la acción legislativa y que no era necesario derrocar al Estado y su representante el Emperador. Al contrario de lo que mantenían los socialistas, Kôtoku vislumbra que si se quería cambiar algo, se debía primero destruir el imperio para construir desde cero la igualdad pregonada por los anarquistas.

En carta a Johnson, expresa su evolución ideológica: «Cinco meses de prisión no han afectado a mi salud, aunque me han dado muchas lecciones sobre las cuestiones sociales. He apreciado y estudiado profundamente muchos de los denominados como “criminales” y me he convencido de que las instituciones gubernamentales —juzgado, ley, cárcel— son los únicos responsables de ellos —pobreza y crimen—. (…) De hecho, llegué como socialista marxista y regreso como anarquista radical» (Carta a Johnson, 10 de agosto de 1905).

Necesitando un cambio de aires y escapar de la presión policial, una vez cumplida su condena, emigrará a los Estados Unidos, residiendo durante seis meses en California. A pesar del escaso tiempo que permaneció en el país fue un momento de rápida transición al anarquismo pues las ideas que venía barajando desde su permanencia en la cárcel, se verán plasmadas en la práctica. Por una concatenación de casualidades, entrará en contacto con la comunidad anarquista rusa en California, a través de su casera, una tal señora Fritz, anarquista ella, la cual igualmente le pondrá en contacto con Kropotkin (traducirá las cartas de Kôtoku). Al mismo tiempo, será invitado a participar a las reuniones previas a la fundación de la IWW (Industrial Workers of the World, sindicato revolucionario), lo que le abrirá las puertas a la incipiente literatura obrera sobre la huelga general, como ocurrirá con el folleto de Siegfried Nacht, La Huelga General Social, publicado en Chicago bajo el pseudónimo de Arnold Roller y que posteriormente traducirá y editará Kôtoku en Japón bajo el título de Keizai Soshiki no Mirai («la futura organización económica») para burlar la represión estatal. Denjiro veía plasmada en la práctica esa herramienta proletaria que había concebido en su estancia en la prisión: una gran central obrera de marcado carácter ácrata.

A su regreso a Japón, pondrá en práctica estas ideas rompiendo con la socialdemocracia, haciendo suyo el consejo que le diera Kropotkin en el sentido de desvincular el movimiento obrero de los partidos políticos.

«Estoy seguro que le complacerá saber que desde el próximo 1 de noviembre comenzaremos a editar el nuevo periódico en lengua inglesa llamado Voice of Labor («la voz del obrero»). Buscando sobre todo la solidaridad entre todos los trabajadores, este nuevo periódico rechaza estar vinculado a cualquier tendencia política. En otras palabras, será un órgano de lo que en Francia y Suiza se conoce como sindicalismo anti-político (en Francia, el diario La Voix du Peuple («la voz del pueblo») representa esta tendencia. En Lausana, el diario de igual nombre también representa esta tendencia). Esto supone una vinculación con el actual movimiento que está surgiendo por todos lados, dando lugar a unas organizaciones obreras sin relaciones con la opción parlamentaria de la socialdemocracia. Este movimiento es, en otras palabras, sindicatos anti-parlamentarios según la tradición de la antigua Asociación Internacional de Trabajadores. A la vez, este movimiento es más socialista que los actuales sindicatos británicos, negando su participación en la opción parlamentarista socialdemócrata. Nuestro periódico pretende representar este movimiento y esperamos que esto suceda» (Carta de Kropotkin a Kôtoku, 25 de septiembre de 1906).

Esta ruptura con la socialdemocracia quedará expresada públicamente en un artículo que publicará el 5 de febrero de 1907 bajo el título de «El cambio de mi pensamiento»: «Como socialista, miembro del Partido Socialista, tengo más confianza para llegar a alcanzar nuestro proyecto —la revolución radical de la organización económica, es decir, la supresión del asalariado— en diez trabajadores conscientes y organizados que en mil personas que hayan firmado una petición reclamando el sufragio universal. Más que en gastar 2.000 yens para la propaganda electoral, creo que es urgente consagrar 10 yens para organizar a los trabajadores. No es por medio del sufragio universal y la política parlamentaria, en absoluto, como se hará una verdadera revolución; para lograr los objetivos del socialismo, no hay otro medio que la acción directa de todos los trabajadores unidos. Tal es ahora mi opinión».

Estas palabras influyeron profundamente entre los militantes socialdemócrata, afiliados al Nippon Shakaitô (Partido Socialista de Japón, fundado en febrero de 1906) legalizado al renegar públicamente de cualquier acción revolucionaria y aceptar la legislación vigente, provocando Kôtoku una ruptura dentro del mismo al pasar los elementos más jóvenes al campo anarquista, como ocurriera con Ôsugi Sakae, Arahata Kanson o Yamakawa Hitoshi, y explica que en la conferencia del partido en febrero de 1907 se aprobara, en contra de sus propios estatutos, hacer un llamamiento a favor de la huelga general revolucionaria, lo que llevó a la inmediata ilegalización del partido y su desmantelamiento. La fuerza de las ideas libertarias pregonadas por Kôtoku y el ala libertaria del otrora Partido Socialista queda ejemplificada en el conocido como el Incidente de las Banderas Rojas en 1908 en donde públicamente se sacan banderas de ese color, totalmente prohibidas por el gobierno, con las siguientes inscripciones: «Museifu» (anarquía), «Kakumei» (revolución) o «Museifu Kyousan»" (comunismo libertario), al tiempo que se gritaban proclamas a favor de la revolución social y en contra del Estado y las fuerzas del orden. Las consiguientes cargas policiales conllevaron varios heridos y la detención, entre otros, de Sakae, Arahata y Yamakawa.

Consumada la ruptura con los partidos políticos, Kôtoku iniciará una frenética labor de propaganda, muchas veces sin trabajo ni medios de subsistencia, recorriendo el país divulgando los nuevos planteamientos, colaborando con los periódicos anarquistas Ôsaka Heimin Shinbun («periódico del hombre común de Osaka») posteriomente Nihon Heimin Shinbun («periódico del hombre común de Japón»), Kumamoto Hyôron («revista de Kumamoto»), Yaradsu Chohu («acción directa»), Tatsu Kwa («hierro y fuego»), Hikari («relámpago»), Chokugen («adelante»), Shin-»Shi-Cho («"la idea nueva»), Fiyu Shiso («libre pensamiento»), al tiempo que traduce y publica, en muchos casos de manera clandestina, trabajos de Kropotkin como La conquista del pan, Campos, fábricas y talleres o El apoyo mutuo. El empuje de sus planteamientos queda ejemplificado en la amplísima difusión de su libro de recopilación de artículos entre los estudiantes de la Universidad de Tokio a pesar de ser secuestrada su edición por la policía. Es de considerar que en la Universidad estudiaba una amplia comunidad de jóvenes chinos que habían sido becados por el Estado y que, una vez vuelvan a China, divulgarán los escritos de Kôtoku, difundiendo el ideal libertario.

Por la propia dinámica económica del Japón, con un claro predominio del sector primario fuertemente afectado por la introducción de un incipiente de las relaciones capitalistas, hacía muy atrayente los postulados de Kropotkin a favor de la explotación comunal de las tierras a través del apoyo mutuo como tradicionalmente se realizaba en buena parte del agro nipón, dando lugar a un fuerte raigambre del anarquismo en el mundo rural a lo largo de buena parte del siglo XX y explica la amplia difusión de trabajos como el de Akaba Hajime, Nômin No Fukuin («el evangelio de los granjeros») en 1910, en donde se afirmaba: «Debemos enviar a los usurpadores de la tierra a la guillotina y volver a las “comunidades aldeanas” tradicionales, para alegría de nuestros antepasados. Debemos construir el paraíso libertario del “comunismo libertario”, en donde podremos desarrollar la explotación comunitaria con los más avanzados desarrollos científicos y con la superior moralidad del apoyo mutuo».

Si el anarquismo crecía fácilmente en el mundo rural, el anarcosindicalismo, aunque presente en el mundo urbano, tenía grandes problemas para desarrollarse. Los anarquistas tenían muy presente la situación creada por la insurrección de los mineros de Ashio en 1907; éstos habían logrado controlar la cuenca minera durante más de tres días y, desesperados, esperaron un levantamiento general en todo el país que nunca se produjo por la labor desmovilizadora de las fuerzas socialistas. Finalmente fueron doblegados por el gobierno al poder concentrar grandes contingentes militares en la zona. Esto demostraba que la clase obrera, actuando unida, podía derrocar al Estado aunque para ello era necesaria una gran central sindical que permitiera coordinar revolucionariamente la acción conjunta de todo el proletariado. Sin embargo, eso también lo sabía el Estado y desarrolló una fuerte represión en los centros urbanos, creando incluso una unidad especial de la policía para vigilar las 24 horas del día a los anarquistas más destacados, y una legislación bajo la denominada «Ley Policial de Pacificación Pública» que dejaba las manos libres a las autoridades para prohibir y sancionar cualquier atisbo de movilización social. Esta situación llevó a un grupo de anarquistas a desesperar por la lentitud de los progresos en cuanto a la movilización del proletariado y a buscar otra vía para hacer detonar la revolución social, tomando el ejemplo de los nihilistas y revolucionarios rusos en cuanto a ajusticiamiento de los represores, y comienzan hacia 1908 a concebir un plan para acabar con el emperador como máxima expresión del Estado. Comenzaron a investigar cómo fabricar una bomba, aunque al carecer totalmente de recursos y materiales, hacia 1910 sólo habían logrado fabricar unos simples petardos. Sin embargo, esto permitió al gobierno montar la gran farsa judicial conocida como Daigyaku Jiken («Proceso de alta traición»), concebida como un instrumento para descabezar todo el movimiento libertario.

Además de detener a los cuatro implicados directamente en los intentos de fabricación de las bombas, se produjo una intensa represión, encarcelando a cientos de anarquistas a lo largo del país, procediendo a montar un juicio sumario contra 26 de ellos, entre los que se encontraban Kôtoku y su compañera Kano Sugano.

Los medios libertarios occidentales se hicieron rápidamente eco de la situación, como ocurrió en la revista norteamericana Mother Earth, que inició una campaña de protesta, rápidamente seguida por Freedom en Inglaterra, Les temps nouveaux en Francia, Tierra y Libertad en España o Le Réveil en Suiza. Sin embargo, como reconocía el propio Alexander Berkman, poca agitación se pudo hacer pues parecía que la distancia era el olvido, incluso entre los anarquistas, como expresaba la propia Emma Goldman cuando se quejaba con cierta tristeza sobre el desinterés general incluso para levantar un monumento en recuerdo a Kôtoku: «Mi gran pesar en relación a Chicago fue mi fracaso para interesar a nuestros amigos en el monumento a Kôtoku. Existía una carencia de oradores, además de que Japón está muy lejos; incluso entre los anarquistas no es fácil superar las distancias».

Para darnos cuenta de la falta de garantías judiciales, sólo tenemos que tener en cuenta lo relatado en las páginas de Mother Earth, en donde en un breve párrafo se condensa perfectamente la secuencia de los hechos. «Kôtoku y otros fueron arrestados el último otoño bajo el cargo de conspiración, aunque la policía no pudo hallar ninguna prueba. Sin embargo, en Keishicho, el cuartel de la policía de Tokio, han manufacturado algunas evidencias, usando a infiltrados policiales y agentes provocadores, llevando a los detenidos ante un juzgado especial, no la corte suprema. Bajo esta corte especial no tienen posibilidad de apelar; el juicio no fue abierto para el público, salvo quince minutos en el primer día del juicio, el 10 de diciembre, pero nunca más. El juzgado estaba custodiado por cientos de policías y soldados armados. Sus abogados estaban designados por el gobierno y fueron sentenciados a la pena de muerte el 10 de enero» (Mother Earth, 12, febrero de 1911).

A eso hay que añadir las presiones recibidas por un grupo de abogados que intentaron actuar en defensa de los acusados, a los cuales se les amenaza con su ejecución, lo que explica y da sentido a la carta recientemente descubierta de Kano Sugano dirigida al periodista Sugimura, en donde le ruega que busque un abogado que pueda defender a Kotoku.

Como se puede apreciar, los 26 procesados serán juzgados y sentenciados en un mes: 24 a la pena de muerte y 2 condenados a 8 y 11 años de condena; posteriormente, se conmutarán 12 penas capitales por cadena perpetua, ejecutando la sentencia el 24 de enero de 1911. Ese día perdieron su vida ahorcados, de uno en uno desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde, Kôtoku Shûsui (41 años), Kano Sugano (compañera de Kôtoku), Unpei Morichika (director de periódico), Tadao Niimura (25 años), Takichi Miyashita, Rikisaku Hurukawa (28 años), Keushi Okumiya (54 años), Seinosuke Ooishi (médico, 45 años), Heishiro Naruishi, Uichita Matsuo, Uichiro Niimi y Gudo Uchiyama (sacerdote budista), y todo ello sin pruebas directas, más allá de simples suposiciones nunca demostradas, que vincularan a la mayoría de los ajusticiados con los que planeaban atentar contra el emperador, como ocurrió con Kôtoku, a quien se le acusaba de haber actuado de inspirador del acto por sus charlas y escritos. Seguramente Vicente García, en las páginas de Tierra y Libertad del 28 de diciembre de 1910, resume perfectamente cuál era el objetivo de este asesinato: «El doctor Kotoku es el Ferrer nipón, y claro está que hombres así son peligrosos para los parásitos, y como ellos mandan, lo lógico, aunque sea bárbaro y criminal, es que el fuerte quite al débil que le estorba».

Tal fue la ola de terror que agitó el país, con nuevos supuestos complots «descubiertos» meses después, como ocurrió en Nagoya en donde en casa de un tal Genmatsu Goto se encontró dinamita para atentar contra el Emperador y que «pertenecía al grupo de Kotoku», que incluso un escritor conservador, como era Mori Ogai, narró en su relato corto La torre del silencio la fuerte represión que se vivía en esos momentos contra los anarquistas, considerados como «demonios occidentales»:

«Todo escrito era requisado para buscar en él referencias al naturalismo o al socialismo. Todo escritor o literato resultaba un sospechoso naturalista o socialista, blanco de inquisición (…) Las peligrosas publicaciones extranjeras transmitían una ideología que alteraba la tranquilidad. La ideología que convulsiona la moralidad tiene su origen también en las peligrosas publicaciones extranjeras (…) Muerte a todo lector de las peligrosas publicaciones extranjeras.»

Sirte, antes y después

Un vídeo sobre la ciudad libia de Sirte («el Stalingrado del desierto»), antes y después de ser bombardeada. Vídeo elaborado por gente de Rusia enemiga de todas las guerras:

Las ciudades son como los seres humanos.
Cada una tiene su historia y su destino,
una mezcla de alegrías, victorías,
dolor, derrotas, subidas, caídas,
felicidad, tristeza, perdición...

Las ciudades son como los seres humanos.
Ellas nacen, viven y se vuelven más bellas.

Las ciudades son como los seres humanos.
Mueren cuando no pueden
oponer resistencia a las tinieblas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Desobediencia Civil

Por Henry David Thoreau

[Éste texto fue muy leído por algunos que de los que luchamos en la década de los 90 contra el servicio militar obligatorio, pero también contra el militarismo y sus atroces guerras "humanitarias" (Irak, Bosnia, Somalia, Kosovo, etc.). A pesar de lo espectacular del título de este ensayo, Thoreau en el fondo no era más que un liberal (esas referencias al "comercio libre" a lo largo del texto), pero era un liberal "radical" que no duda de desobedecer las leyes aunque emanen de un estado, al menos en teoría, "democrático", siempre que éstas choquen con la conciencia individual, y en este sentido, el pensador norteamericano era ya plenamente anarquista (o anarcoindividualista si se prefiere). Aquí os dejo este clásico, que he tomado prestado de la biblioteca virtual de La Antorcha.]

El desobediente H. D. Thoreau


NOTA EDITORIAL

Descendiente de inmigrantes franceses, nace el 12 de julio de 1817 Henry David Thoreau en Concord, Massachusetts; la ciudad que fue el sitio de las primeras batallas de la guerra de independencia de los Estados Unidos, en Lexington precisamente el 19 de abril de l775 y que posteriormente iba a ser -gracias a Emerson y al mismo Thoreau- la cuna del renacimiento cultural de Nueva Inglaterra.

A los dieciséis años, Henry David ingresa a la Universidad de Harvard. Después de obtener su bachillerato en Artes, regresa en agosto de 1837 a su pueblo natal, en donde al mes siguiente inicia su labor de maestro, por cierto muy revolucionaria y en consecuencia cortísima ya que pensaba ser compañero de sus alumnos... y abolir los castigos corporales ; teoría pedagógica inadmisible para aquellos años y para los miembros del consejo de la escuela pública de Concord.

Sin embargo al año siguiente, en 1838, con su hermano John abre una escuela privada en donde desarrollarían sus propios métodos de enseñanza basados en el estudio directo de la naturaleza y evidentemente omitiendo los castigos corporales, algo así como la antesala de las escuelas racionalistas. Pero a pesar del éxito de la escuela y de sus métodos, Thoreau la abandona después de trabajar en ella durante dos años como maestro de matemáticas, griego y latín.

Pocos años antes, se había instalado en Concord Ralf Waldo Emerson, quien influiría en la formación intelectual de Thoreau a través del Club Trascendentalista, que constituyó el punto de partida del movimiento filosófico-literario que se extendió entre 1830 y 1860 en Estados Unidos y que fue la más alta expresión del idealismo romántico: panteísta, individualista y democrático en su rechazo al conformismo social, al formalismo en la religión y al autoritarismo en la política.

Después de vivir algún tiempo en casa de la familia Emerson y de permanecer luego en Nueva York, regresa a su casa dedicándose a ayudar a su padre en la fabricación de lápices; trabajo fructífero ya que Henry David descubriría un peculiar proceso que permitió elaborar grafito de gran calidad, lo que daría a conocer en el mercado a los lápices de los Thoreau como los mejores.

A raíz de este éxito industrial sufre un auge económico y percatándose de que esta bonanza podía distraerle del camino que se había trazado abandonó esta actividad y cualquiera que pudiera sujetarle a una rutina.

No fue hecho para enajenarse ;
Nunca se casó, vivió solo;
Nunca fue a la iglesia;
Nunca votó, rehusó pagar
impuestos al Estado.
No comió carne.
Ni bebió vino.
Ni fumó.
y aunque fue naturalista,
Jamás utilizó una trampa o un fusil.
Escogió para sí,
Inteligentemente sin duda,
ser amante del pensamiento
y de la naturaleza...

escribió Ralf Waldo Emerson.

Finalmente en 1845, en un terreno propiedad de Emerson construye su cabaña en la ribera del Estanque Walden en donde viviría durante dos años de acuerdo a sus propias normas, escribiría su bellísimo Walden o la vida en los bosques y elaboraría el texto que ahora presentamos, el cual fue publicado en mayo de 1849, o sea tres años después de haber pasado una noche en la cárcel de su pueblo natal por rehusar pagar el impuesto personal, ya que se oponía tanto a la guerra que los Estados Unidos habían declarado a México el 13 de mayo de 1846 por conducto del entonces presidente norteamericano James Polk, así como al esclavismo. Es importante agregar que su acentuado odio hacia la esclavitud le llevó a participar activamente en el funcionamiento del llamado tren subterráneo por medio del cual se transportaba a los esclavos hacia su libertad: el Canadá.

Durante la década de 1850 su vida está basada en la búsqueda de medios de subsistencia sin que por ello tenga que enajenarse. Así, se vuelve deslindador de terrenos en Concord; actividad que le permite estar en contacto con la naturaleza, escribir, meditar y viajar.

En 1857 conocería a John Brown -el célebre luchador antiesclavista- a quien admiraba profundamente, tan es así que el 30 de octubre de 1860, Henry David Thoreau leería su discurso La Oración por John Brown el día anterior al asesinato legal de este hombre -ejecutado en la horca-, defensor de las libertades humanas.

A finales de 1860, Thoreau tuvo que guardar cama, enfermó supuestamente de bronquitis; después del invierno, se levantó débil decidiendo ir a Minnesota donde pensaba erróneamente que su estado de salud podría mejorar. Pero cuando regresó estaba aún más débil, hasta que poco a poco sus fuerzas le abandonaron y por la mañana del 6 de mayo de 1862 cerró para siempre sus ojos a la naturaleza que tanto amó y tanto disfrutó.

La lectura de Desobediencia civil nos conlleva a ubicar claramente al pensamiento de la corriente más humanitaria y positiva del pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica. Si realmente el pensamiento de individuos como Henry David Thoreau siempre ha sido minoritario en el seno del pueblo norteamericano, esto no constituye razón para despojarle o minimizarle su inmenso valor en la cotidiana lucha, emprendida desde hace siglos, en pro del irrestricto respeto a la personalidad humana, al reconocimiento total y completo de la individualidad.

Thoreau se sitúa en el campo del liberalismo radical, de aquí su apasionado individualismo racional y su negación a la existencia de un poder capaz de someter al individuo. Los visos de un anarquismo filosófico son constantes en la presente obra, visos que bien podrían interpretarse como los puntos básicos de evolución del liberalismo hacia el anarquismo.

Cabe destacar, y para nosotros esto es fundamental, las razones que llevaron a Thoreau a escribir su Desobediencia civil, mismas que él expresó al sentenciar: el pueblo norteamericano tiene que cesar de tener esclavos y de hacer la guerra a México, aunque le cueste su existencia como pueblo. El plantea el derecho a la revolución, a una revolución pacífica que se iniciaría con la negación al pago de impuestos por parte de la población. Esto, teóricamente, supondría la limitación de recursos al gobierno norteamericano en su agresiva guerra contra México. Resulta lógico y es hasta necio el decirlo que el pueblo norteamericano o por lo menos su abrumadora mayoría, no hizo caso de tal consejo. Este resultado seguramente era previsto por Thoreau, quizá por esta razón se preguntaba y respondía: ¿Cuántos hombres hay por cada mil millas cuadradas en este país? Difícilmente uno.

Este ensayo es terriblemente crítico, corrosivo. El discurso en pro de la subversión es evidente y directo. Rápidamente llega al punto culminante: En verdad -proclama-, declaro en silencio la guerra al Estado a mi manera, aunque siempre haré el uso y conseguiré la ventaja que de él pueda.

Así, la actitud de Thoreau es desafiante. A él no le importan las mayorías ni las minorías; le importa la labor del hombre consecuente con su hombría; del individuo consecuente con su individualidad. Porque -como muy acertadamente señala- no importa lo pequeño que parezca el comienzo: lo que se hace bien una vez, está hecho para siempre.

Chantal López y Omar Cortés.



DESOBEDIENCIA CIVIL

Acepto plenamente la divisa: el mejor gobierno es el que menos gobierna, y quisiera verlo actuar en este sentido más rápida y sistemáticamente. Realizada, equivale en última instancia a esto en lo que también creo: el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto, y cuando los hombres estén preparados para él, éste será el tipo de gobierno que todos tendrán. El gobierno es, bajo óptimas condiciones nada más que un recurso, pero la mayoría de los gobiernos suelen ser, y a veces todos los gobiernos son inoportunos. Las objeciones que han sido planteadas contra la existencia de un ejército regular, son muchas y de peso. Finalmente éstas pueden también aplicarse a un gobierno establecido. El ejército regular no es más que un tentáculo del gobierno establecido. El mismo gobierno, que sólo es el medio escogido por el pueblo para ejecutar su voluntad, está igualmente sujeto a sufrir abusos y corrupción antes de que el pueblo llegue a actuar a través de él. Lo prueba la actual guerra mexicana, obra de relativamente pocos individuos que utilizan el gobierno establecido como instrumento personal, ya que, al principio, el pueblo no habría aceptado este proceder.

¿Qué es este gobierno norteamericano si no una tradición, aunque reciente, que se propone transmitirse a sí misma intacta a la posteridad, pero que a cada instante pierde parte de su integridad? No tiene la vitalidad ni la fuerza de un solo hombre viviente, ya que un solo hombre puede doblegarlo a su voluntad. Es una especie de pistola de madera para la misma gente. Pero no por esto es menos necesario ya que el pueblo debe tener algún aparato complicado, o lo que fuere, y escuchar el ruido que produce para satisfacer la idea que tiene de gobierno. Así, los gobiernos demuestran cuán exitosamente se les puede imponer a los hombres y, los hombres a su vez, imponerse a sí mismos para su propio beneficio. Esto es excelente, todos debemos admitirlo. Sin embargo este gobierno nunca fomentó por sí mismo ninguna empresa que no fuera el empeño con que se apartó de su camino. El no mantiene libre al país. El no coloniza el oeste. El no educa. El carácter inherente al pueblo norteamericano es el autor de todo la que se ha realizado, y habría hecho algo más si el gobierno no se hubiese interpuesto a veces en su camino; ya que el gobierno es un recurso por el cual los hombres accederían gustosos a dejar a los demás en paz, y como hemos dicho cuando más oportuno es, es cuando deja más en paz a los gobernados. Si el intercambio y el comercio no fuesen maleables, jamás conseguirían librar los obstáculos que los legisladores les colocan continuamente en el camino. Si hubierá que juzgar plenamente a estos legisladores por los efectos de sus acciones y no parcialmente por sus intenciones, merecerían que se les colocase y castigase junto con las personas nefastas que obstruyen las vías férreas.

Pero para hablar de manera práctica y como ciudadano, a diferencia de quienes se autoproclaman partidarios del no gobierno, no pido inmediatamente que no haya gobierno, sino inmediatamente un gobierno mejor. Dejemos que todo hombre dé a conocer qué tipo de gobierno merecería su respeto y esto sería un paso para obtenerlo.

A final de cuentas, una vez que el poder está en manos del pueblo, la razón práctica por la cual se permite que una mayoría mande, y por mucho tiempo, no es porque ésta tienda más a estar en la correcto ni porque esto parezca más justo a la minoría, sino porque físicamente es más fuerte. Pero un gobierno donde la mayoría manda en todos los casos, no puede basarse en la justicia ni siquiera hasta donde los hombres la comprendan. ¿No puede haber un gobierno en el que las mayorías decidan virtualmente según su conciencia y no en relación a lo correcto e incorrecto? o ¿en el que las mayorías decidan únicamente sobre aquellas cuestiones a las cuales es aplicable la regla de la conveniencia? ¿Debe el ciudadano renunciar a su conciencia, siquiera por un momento o en el menor grado a favor del legislador? ¿Entonces porque el hombre tiene conciencia ? Pienso que debemos primero ser hombres y luego súbditos. No es deseable cultivar tanto respeto por la ley como por lo correcto. La única obligación que tengo derecho de asumir es la de hacer en todo momento lo que creo correcto. Se ha dicho con bastante verdad que una corporación no tiene conciencia, pero una corporación de hombres conscientes es una corporación con conciencia. La ley jamás hizo a los hombres ni un ápice más justos; además, gracias a su respeto por ella hasta los más generosos son convertidos día a día en agentes de injusticia. Un resultado común y natural del indebido respeto por la ley es que se puede ver una fila de soldados: coronel, capitán, cabo, soldados, dinamiteros y todo, marchar en admirable orden cruzando montes y valles hacia las guerras, contra su voluntad, sí, contra su propio sentido común y su conciencia, lo que convierte esto, de veras, en una ardua marcha de corazones palpitantes. No abrigan la menor duda de que están desempeñando una ocupación detestable teniendo todos inclinaciones pacíficas. Ahora bien, ¿qué son? ¿Son acaso hombres? ¿O son pequeños fuertes y polvorines portátiles al servicio de algún inescrupuloso hombre en el poder? Visitemos el Astillero de la Marina y contemplemos a un marino, un hombre tal como lo puede hacer un gobierno norteamericano, o tal como puede hacer a un hombre este gobierno con su magia negra -sombra y reminiscencia- de humanidad, un hombre muerto en vida, de pie, y ya, para así decirlo, sepultado con sus armas y acompañamientos fúnebres, aunque podría ser que,

Ningún tambor se oyó, tampoco una nota fúnebre Not a drum was heard, not a funeral note,
Cuando transportamos su caballo hacia el fuerte; As his horse to the rampart we hurried;
Ningún soldado disparó una salva de adiós Not a soldier discharged his farewell shot
Ante la tumba donde enterramos a nuestro héroe. 0'er the grave where our hero we burried

La masa de hombres sirve al Estado así: no como hombres principalmente sino como máquinas, con sus cuerpos. Son el ejército regular y la milicia, los carceleros, los guardias civiles, la fuerza pública, etc. En la mayoría de los casos no hay libre ejercicio, ni de juicio ni de sentido moral, sino que se colocan en el mismo plano que la madera, la tierra y las piedras; y quizá se pudieran fabricar hombres de madera que sirviesen tan bien a ese fin. Esto no merece más respeto que el que merece un espantapájaros o un puñado de inmundicia. Tienen el mismo valor que los caballos y los perros. Sin embargo a gente como ésta se les tiene comúnmente por buenos ciudadanos. Otros -como la mayoría de los legisladores, políticos, abogados, ministros y funcionarios- sirven al Estado principalmente con la cabeza, y así como raras veces hacen una distinción moral, se prestan, sin proponérselo, a servir tanto al demonio como a dios. Muy pocos -como héroes, patriotas, mártires, reformadores en amplio sentido, y hombres- sirven al Estado también con su conciencia, por lo tanto necesariamente en su mayor parte le resisten, y comúnmente el Estado los trata como enemigos. Un hombre sabio sólo como hombre será útil y no se prestará a ser arcilla, ni a tapar un agujero para que no pase el viento sino que al menos dejará ese oficio a sus cenizas:

Soy de cuna demasiado noble para ser reducido a propiedad. I am too high-born to be propertied,
Para ser un subalterno sometido a tutela, To be a secondary at control,
un útil servidor y un instrumento Or useful serving-man and instrument
de no importa que Estado soberano en el mundo. To any sovereign state throughout the world.

La vida y la muerte del rey Juan, Acto V. Escena 2, W. Shakespeare.

Aquel que se entrega totalmente a sus semejantes resulta inútil y egoísta para ellos; pero quien se les entrega parcialmente es llamado benefactor y filántropo.

¿Cómo llega a ser un hombre al actuar correctamente frente a este gobierno norteamericano de hoy? Respondo que no puede asociarse a él sin humillarse. No puedo aceptar ni por un instante a esa organización política como mi gobierno que es también el gobierno del esclavo.

Todos los hombres aceptan el derecho a la revolución, o sea, el derecho a negar lealtad y a resistir al gobierno cuando su tiranía o su ineficacia son grandes e intolerables.Pero casi todos dicen que éste aún no es el caso. Sin embargo, opinan que tal fue el caso en la revolución del 75. 1775: Inicio de la guerra de Independencia de los Estados Unidos de América. (NdE) Si alguien me dijera que aquel fue un mal gobierno porque impuso tributos a ciertos artículos extranjeros traídos a sus puertos, es muy probable que no hubiera hecho bulla sobre el particular ya que puedo prescindir de ellos. Todas las máquinas generan sus propios conflictos y posiblemente ésta haga suficiente bien para contrabalancear el mal. De todos modos es un gran mal hacer bullicio por eso. Pero cuando el conflicto llega a tener su propia máquina y que la opresión y el robo están organizados, sostengo que ya no debemos tener una máquina así. En otras palabras, cuando una sexta parte de la población de una nación que se ha propuesto ser el refugio de la libertad, es esclava, y cuando todo un país es invadido injustamente y conquistado por un ejército extranjero y sometido a ley marcial, creo que no es prematuro que los hombres honestos se rebelen y hagan la revolución. Lo que hace más imperioso este deber es el hecho de que el país invadido no es el nuestro, sino que nuestro es el ejército invasor.

Paley William (1743-1805). Teólogo y filósofo inglés. (NdE) reconocida autoridad en cuestiones morales, en su capítulo sobre el deber de sumisión al gobierno civil, reduce toda obligación civil a un mero recurso; y prosigue para decir que mientras el interés de la sociedad en conjunto la requiera, esto es, mientras al gobierno establecido no se le pueda resistir ni modificar sin contrariedad pública, es voluntad de dios... que se obedezca al gobierno establecido, y nada más. Admitiendo este principio, la justicia de cada caso particular de resistencia queda reducida a la computación de la cantidad de peligro y agravio por una parte, y de la probabilidad y costo de compensación por la otra. Acerca de esto, dice, cada hombre debe juzgar por sí mismo. Pero Paley no parece haber contemplado nunca aquellos casos a los cuales la regla del recurso no se aplica, en donde tanto un pueblo como un individuo deben hacer justicia a cualquier precio. Si le he arrebatado injustamente su tabla a un náufrago, debo devolvérsela aunque me ahogue. Esto, según Paley, sería inconveniente. Pero quien salve su vida en un caso así, se perderá moralmente. El pueblo tiene que cesar de tener esclavos y de hacer la guerra a México, aunque le cueste su existencia como pueblo.

En su práctica las naciones concuerdan con Paley, pero ¿quién cree que Massachusetts hace exactamente lo correcto en la crisis actual?

Una prostituta de lujo, una mujerzuela vestida de plata, A drab of state, a cloth-o'-silver slut,
con la cola del vestido levantada, To have her train borne up,
y el alma arrastrando en la inmundicia. and her soul trail in the dirt.

Hablando de manera práctica, los opositores a una reforma en Massachusetts no son un centenar de miles de políticos en el sur , sino un centenar de miles de comerciantes y agricultores de aquí, que tienen más interés en el comercio y en la agricultura que en la humanidad y no están dispuestos a hacer justicia al esclavo y a México cueste lo que cueste. No lucho contra enemigos distantes sino contra aquellos que cerca de nosotros colaboran y se solidarizan con los que están lejos, y sin los cuales los últimos serían inofensivos. Acostumbramos decir que las masas de hombres no están preparadas; en realidad, el mejoramiento es lento, porque los pocos no son materialmente más sabios o mejores que los muchos. No es tan importante que los muchos sean tan buenos como usted, como que haya alguna bondad absoluta en alguna parte, ya que esto hará fermentar todo el amasijo. Hay millares que en opinión se oponen a la esclavitud y a la guerra, pero que, sin embargo, no hacen nada para poner fin a ambas; que, considerándose hijos de Washington y de Franklin, se sientan con las manos en los bolsillos y dicen que no saben que hacer, y no hacen nada; quienes hasta relegan la cuestión de la libertad a la cuestión del comercio libre, y leen tranquilamente las fluctuaciones de precios junto con las últimas noticias de México, después de cenar, y que a veces se quedan dormidos sobre ambas. ¿ Cuál es hoy la fluctuación de precios de un hombre honesto y un patriota? Vacilan y lo deploran, a veces suplican, pero no hacen nada serio ni eficaz. Esperarán, dispuestos, a que otros remedien el mal, a que ya no tengan que deplorarlo. A lo sumo sólo otorgan un voto baladí y un débil apoyo así como un deseo de buena suerte a lo correcto y ya. Hay novecientos noventa y nueve patrones de virtud por cada hombre virtuoso. Pero es más fácil entenderse con el verdadero poseedor de una cosa que con el custodio temporal de la misma.

Toda votación es una especie de juego, como las damas o el backgammon, con un leve toque moral en él, un juego con acierto y errores, con cuestiones morales, y acompañado naturalmente por las apuestas. El carácter de los jugadores no interviene para nada. Deposito mi voto al azar, por lo que me parezca bien, pero no me interesa mucho que este derecho prevalezca. Estoy dispuesto a dejarlo a la mayoría. Su obligación, por lo tanto, nunca supera a la de la conveniencia. Ni siquiera votar por lo correcto, es hacer algo por ello. Simplemente es expresar débilmente a los hombres su deseo de que prevalezca. Un hombre sabio no dejará lo correcto librado a la suerte, ni querrá que prevaleciese a través del poder de la mayoría. Hay poca virtud en la acción de las masas de hombres. Cuando la mayoría llegue a votar finalmente por la abolición de la esclavitud, lo hará porque es indiferente a la esclavitud o porque muy poca esclavitud queda pendiente de abolir por su voto. Entonces los únicos esclavos serán ellos. Sólo puede acelerar la abolición de la esclavitud el voto de aquel que afirme su propia libertad por su voto.

Supe que se celebrará una convención en Baltimore, o donde fuere, para nombrar un candidato a la presidencia; convención formada principalmente por directores de diarios y hombres que son políticos profesionales, pero pienso ¿qué significa para cualquier hombre independiente, inteligente y respetable, la decisión que adopten? Sin embargo, ¿no debemos contar con la ventaja de su sabiduría y de su honestidad?, ¿no podemos contar con algunos votos independientes?, ¿no hay muchos individuos en el país que no concurren a las convenciones? Claro que no: considero que el hombre respetable, así llamado, ha abandonado inmediatamente su posición y desespera de su país, cuando su país tiene más motivos para desesperar de él. Inmediatamente adopta entonces a uno de los candidatos seleccionados como el único disponible, probando así que él mismo está disponible para cualquier designio del demagago. Su voto no vale más que el de cualquier extranjero sin principios o de un nativo mercenario susceptible de ser comprado. Nuestras estadísticas son inexactas: arrojan una población demasiado grande. ¿Cuántos hombres hay por cada mil millas cuadradas en este país? Difícilmente uno. ¿Norteamérica no ofrece ningún incentivo para que los hombres se establezcan en ella? El norteamericano ha quedado reducido a un Odd Fellow
[Miembro del Independent Order of Odd Fellows, una sociedad secreta fundada en Inglaterra en el siglo XVIII. (NdE)], persona que puede ser conocida por el desarrollo de su gregarismo, su manifiesta falta de intelecto y su alegre confianza en sí misma; cuya primera y única preocupación, al llegar al mundo, es fijarse que las casas de asistencia se encuentren en buen estado, aún antes de que legalmente haya donado el varonil traje para reunir un fondo con el fin de sostener a las viudas y huérfanos que pueda haber; persona que, en suma, únicamente se aventura a vivir con ayuda de la compañía de seguros mutuos, que le ha prometido enterrarla decentemente.

No es deber de hombre, en efecto, dedicarse a la erradicación de algún mal, por enorme que fuere; uno debe tener siempre sus propios asuntos que lo comprometan, pero es su deber, por lo menos lavarse las manos, y, si ya no le dedica el pensamiento, no prestarle prácticamente su apoyo. Si yo me dedico a otras actividades y meditaciones, primero debo cerciorarme, por lo menos, de que no las realizo sentado sobre los hombros de otro. Debo colocarlo primero a él para que él también realice sus meditaciones. Veamos cuan indecorosa inconsistencia se tolera. He oído decir a algunos de mis conciudadanos: ojalá me ordenasen ayudar a sofocar alguna insurrección de esclavos o marchar a México; verían como me rehusaría, y sin embargo estos muy hombres, directamente por su lealtad, y por lo tanto, indirectamente, cuando menos, con su dinero, hicieron que el gobierno pueda pagar a otro para que haga lo que ellos rehusan hacer. El soldado que se niega a participar en una guerra injusta es aplaudido por los mismos que no se niegan a sostener al gobierno injusto que hace la guerra; es aplaudido por aquellos cuya propia actitud y autoridad él desconsidera y reduce a la nada; como si el Estado se apenase a tal grado que contratase a alguien para que se insubordinara contra sus injusticias, pero no tanto como para dejar de cometerlas. Así en nombre del orden y del gobierno civil, a fin de cuentas estamos hechos para rendir homenaje y prestar apoyo a nuestra propia mezquindad. Tras el primer sonrojo de injusticia se presenta su indiferencia, y así su original inmoralidad se conforma en amoralidad no del todo innecesaria para la vida que hemos hecho.

El error más obvio y más común requiere de la más desinteresada habilidad para sostenerlo. Son las personas nobles las más susceptibles de atraerse sobre sí mismas la leve vergüenza a la que el patriotismo está usualmente propenso. Aquellos que, mientras desaprueban el carácter y las medidas de un gobierno, le prestan su lealtad y su apoyo, son indudablemente sus partidarios más conscientes y, por lo tanto, a menudo se convierte en los más serios obstáculos para realizar reformas. Algunos piden al Estado que disuelva la Unión, que desatienda las solicitudes del presidente. ¿Por qué, entonces, no la disuelven ellos mismos -la unión entre ellos mismos y el Estado- y se niegan a pagar sus impuestos al tesoro? ¿Acaso no están ellos en la misma relación con el Estado que el Estado con la Unión? ¿y acaso las razones que impiden al Estado resistir la Unión no son las mismas que les impiden resistir al Estado?

¿Cómo puede un hombre conformarse con tener sólo una opinión y disfrutarla? ¿Hay algún goce en ello si opina que fue agraviado? Si su vecino le estafa un dólar, usted no se conforma con saber que lo han estafado ni con decir que lo han estafado, o ni siquiera con pedirle que le pague lo que le debe, sino que inmediatamente toma medidas concretas para obtener el importe completo y prever que no le vuelvan a estafar. La acción por principio, la percepción y el desempeño del derecho, modifica cosas y relaciones; es esencialmente revolucionaria y no coincide plenamente con nada de lo que era antes. No solamente divide Estados e Iglesias, divide familias; sí, divide al individuo separando lo diabólico de lo divino en él.

Existen leyes injustas: ¿debemos conformarnos con obedecerlas o, debemos tratar de enmendarlas y acatarlas hasta que hayamos triunfado o, debemos transgredirlas de inmediato? Los hombres en general, bajo un gobierno como éste, piensan que deben esperar hasta convencer a la mayoría para modificarlas. Piensan que si resisten, el remedio sería peor que la enfermedad. Pero es el gobierno quien tiene la culpa de que el remedio sea peor que la enfermedad. El gobierno lo empeora. ¿Por qué no es más capaz de anticiparse y prever para lograr reformas? ¿Por qué no aprecia a su sabia minoría? ¿Por qué llora y se resiste antes de ser herido? ¿Por qué no alienta a sus ciudadanos a estar alertas para señalarle sus faltas y así poder actuar mejor? ¿Por qué siempre crucifica a Cristo, excomulga a Copérnico y a Lutero y declara rebeldes a Washington y a Franklin?

Uno creería que una negación deliberada y práctica de su autoridad fuese la única ofensa jamás contemplada por gobierno alguno; además ¿por qué no le ha asignado el castigo preciso y proporcional que le corresponde? Si un hombre que no tiene bienes se niega sólo una vez a ganar nueve chelines para el Estado, se le encarcela durante un periodo ilimitado sin mediar mandamiento legal alguno, y esto determinado solamente por quienes le colocaron ahí, pero si roba noventa veces nueve chelines al Estado, al poco tiempo se le deja en libertad.

Si la injusticia forma parte de los problemas inherentes a la máquina de gobierno, dejémosla funcionar, que funcione: quizá desaparecerán ciertamente las asperezas y la máquina se desgastará. Si la injusticia tiene una cuerda, una polea, una soga o un eje exclusivamente para ella misma, entonces se podría considerar si el remedio no sería peor que la enfermedad, pero si es de tal naturaleza que requiere que usted sea el agente de injusticia para otro, entonces, digo, ¡viole la ley! que su vida sirva de freno para parar la máquina. Lo que debo hacer es ver a cualquier precio que no me presto para fomentar el mal que condeno.

En cuanto a adoptar los medios que el Estado ha proporcionado para remediar el mal, no conozco tales medios. Toman demasiado tiempo, más que la vida de un hombre. Tengo otros asuntos que atender. No vine a este mundo principalmente para hacerlo un lugar adecuado para vivir, sino para vivir en él, sea bueno o malo. El hombre no debe hacerlo todo, pero sí algo; y como no puede hacerlo todo, no hace falta que haga algo malo. No es de mi incumbencia recurrir al gobernador o a la legislatura, así como no es el suyo recurrir a mi: ¿que hago si ellos no escuchan mi solicitud? Para este caso el Estado no ha proporcionado ningún medio: su mismísima constitución es el mal. Puede que esto parezca chocante, obstinado e intolerante pero esto significa tratar con la máxima amabilidad y consideración al único espíritu que pueda apreciarlo o merecerlo. Por lo tanto, todo cambio es para mejorar como sucede con el nacer o morir que convulcionan al cuerpo.

No titubeo en decir que quienes se llaman a sí mismos Abolicionistas deban retirar inmediata y efectivamente su apoyo, tanto en persona como con sus bienes, al gobierno de Massachusetts, y no esperar a que formen mayoría de uno, antes de adquirir el derecho a prevalecer por medio de ella. Pienso que basta con que tengan a dios de su parte, sin esperar lo otro. Además, todo hombre que tenga más razón que sus vecinos ya constituye una mayoría de uno.

Me encuentro con este gobierno norteamericano o su representante, el gobierno estatal, directamente y cara a cara una vez por año -no más- en la persona de su cobrador de impuestos; ésta es la única forma en que un hombre de mi condición necesariamente lo encuentra; y entonces dice inequívocamente, reconózcame, y la forma más sencilla, más eficaz, y en el estado actual de las cosas, la forma precisa de tratar con él este asunto, de expresar la poca satisfacción y aprecio que se le tenga, es rechazándolo. Mi vecino civil, el cobrador de impuestos, es precisamente el hombre con quien debo lidiar, porque, a fin de cuentas es con hombres y no con pergaminos con los que entro en contienda, y él ha elegido voluntariamente ser agente del gobierno. ¿Cómo va a saber perfectamente él lo que es y lo que hace como funcionario del gobierno, o como hombre, si no se le obliga a considerar si habrá de tratarme a mí, su vecino, al que respeta, como vecino y hombre honesto, o como maniático y perturbador de la paz, y ver si puede superar esta obstrucción de su buena vecindad sin un pensamiento o una palabra más ruda e impetuosa que corresponda a su acción? Sé perfectamente que si un millar, si un centenar, si una decena de hombres a quienes pudiese nombrar -si diez hombres honestos nada más -sí, si un hombre HONESTO solamente, en este Estado de Massachusetts, al cesar de tener esclavos, retirase realmente su colaboración y fuese recluido en la cárcel del condado por eso, sobrevendría la abolición de la esclavitud en Norteamérica. Porque no importa lo pequeño que parezca el comienzo: lo que se hace bien una vez, está hecho para siempre. Pero preferimos hablar y hablar del asunto que decimos es nuestra misión. La reforma tiene muchas veintenas de periódicos a su servicio, pero ni un solo hombre. Si mi estimado vecino, el embajador del Estado, que dedicara sus días al reconocimiento de la cuestión de los derechos humanos en la Cámara del Consejo, en vez de estar amenazado con las prisiones de Carolina, tuviese que ser el prisionero de Massachusetts, ese Estado que está tan ancioso de imponer la esclavitud a su Estado hermano -aunque por el momento sólo pueda descubrir un acto de inhospitalidad comó base de conflicto con él-, la legislatura desistiría del todo este asunto el invierno siguiente.

Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquiera, el verdadero lugar de un hombre justo es también una prisión. Hoy el lugar correcto, el único lugar que Massachusetts ha provisto para sus más libres y menos desalentados espíritus, está en sus cárceles, para que sean desterrados y expulsados del Estado por propia ley de éste, como ya se han autodesterrado por sus principios. Es ahí donde el esclavo fugitivo, el prisionero mexicano en libertad condicional y el indio que llegan para abogar por los males de su raza, deberían encontrarlos; en ese apartado lugar pero mucho más libre y honroso, un sitio donde el Estado coloca a todos los que no están con él, sino contra él -la única casa en un Estado esclavista donde el hombre libre puede habitar con honor. Si alguien cree que su influencia ahí se perdería y que sus voces ya no afligirían el oído del Estado, que no serían como un enemigo dentro de sus muros, no saben cuanto más fuerte es la verdad que el error ni cuanto más elocuente y eficazmente puede combatir la injusticia que él ha experimentado un poco en su propia persona. Deposite todo su voto, no una tira de papel solamente, sino toda su influencia. Una minoría es impotente si se ajusta a la mayoría; entónces ni siquiera es minoría; pero es irresistible si se opone con todo su peso. Si no queda otra alternativa que encerrar a todos los hombres justos en la cárcel o dejar la guerra y la esclavitud, el Estado no vacilará en su elección. Si un millar de hombres no pagase los impuestos este año, la medida no sería ni violenta ni sangrienta, como lo sería, en cambio, pagarlos y proporcionarle al Estado la posibilidad de que cometa actos de violencia y de que derrame sangre inocente. Esta, en efecto, es la definición de una revolución pacífica, si tal es posible. Si el recaudador de impuestos o cualquier otro funcionario público me pregunta, como uno ya lo ha hecho: ¿pero qué quiere que haga?, mi respuesta es: si realmente quiere hacer algo, renuncie a su cargo. Cuando el súbdito ha negado lealtad y el funcionario ha renunciado a su cargo, entonces la revolución se realiza. Pero supongamos que haya derramamiento de sangre. ¿No es una especie de derramamiento de sangre cuando la conciencia está herida? Por esta herida escapa la verdadera hombría e inmortalidad del hombre que sangra hasta la imperecedera muerte. Ahora mismo veo derramarse esta sangre.

He pensado sobre el encarcelamiento del delincuente y no la confiscación de sus bienes -aunque ambos sirvan al mismo fin- porque quienes defienden el más puro derecho, y en consecuencia, son los más peligrosos para un Estado corrupto, por lo general no han pasado mucho tiempo acumulando propiedades. A ellos el Estado les presta relativamente pocos servicios y hasta el más leve impuesto les parece exorbitante, sobre todo si se les obliga a ganarlo mediante el sudor de su frente. Si hubiera alguien que viviese íntegramente sin el uso del dinero, el Estado mismo vacilaría en exigírselo. Pero el rico -no porque quiera hacer alguna comparación envidiosa- siempre está vendido a la institución que lo enriquece. Hablando en términos absolutos, cuanto más dinero, menos virtud; porque el dinero se interpone entre el hombre y sus objetos y obtiene éstos para él, y sin duda no fue gran virtud conseguirlo. El dinero echa a un lado muchas interrogantes que de lo contrario se le obligaría a responder, mientras que la única interrogante nueva que plantea es la concreta pero supérflua: cómo gastarlo. De esta manera sus pies dejan de pisar terreno moral. Las oportunidades de la vida disminuyen en la misma proporción en que lo que se llaman medios aumentan. Lo mejor que un hombre puede hacer por su cultura, cuando es rico, es proponerse llevar a la práctica aquellos planes que abrigaba cuando era pobre. Cristo respondió a los herodianos de acuerdo con su condición. Muéstrenme el dinero de los tributos dijo, y uno de ellos extrajo una moneda de sus bolsillos; -si usan dinero que tiene la imagen del Cesar en él y que éste ha hecho corriente y de valor, o sea que si son hombres del Estado y gozan satisfechos las ventajas del gobierno del César, entonces pagadle lo suyo con lo suyo cuando lo exige. Por lo tanto, dad al César lo que es del César y a dios aquellas cosas que son de dios-con lo cual no los ilustró más que antes en cuanto a de quien era que; porque no querían saber.

Cuando converso con el más libre de mis vecinos percibo que, no importa lo que digan sobre la magnitud y gravedad del asunto y su interés por la tranquilidad pública, es que no pueden prescindir de la protección del gobierno existente y temen las consecuencias que su desobediencia atraería para sus propiedades y familiares. Por mi parte, no quisiera pensar que siempre dependo de la protección del Estado. Pero, si niego la autoridad del Estado cuando me presenta su cuenta de impuestos, pronto se posesionará y derrochará toda mi propiedad y así nos acosará a mí y a mis hijos para siempre. Esto es duro. Imposibilita al hombre vivir honesta y al mismo tiempo cómodamente en los aspectos externos. No valdría la pena acumular propiedad porque sin duda volvería a suceder lo mismo. Hay que trabajar o tomar posesión de una casa en alguna parte, cultivar una pequeña cosecha y comerla pronto. Hay que vivir dentro de uno mismo y depender de sí mismo siempre alerta y listo para comenzar de nuevo y no tener muchas ocupaciones. Hasta en Turquía un hombre puede enriquecerse con la condición de que en todo sentido sea buen súbdito del gobierno turco. Confucio dijo: si un Estado es gobernado por los principios de la razón, la pobreza y la miseria son motivo de vergüenza; si un Estado no es gobernado por los principios de la razón, la riqueza y los honores son motivo de vergüenza. No: hasta que yo quiera que se me extienda la protección del Estado de Massachusetts en algún distante puerto sureño donde peligra mi libertad, o hasta que yo me dedique únicamente a eregir una finca en mi tierra mediante empresa pacífica, puedo permitirme negar lealtad a Massachusetts y su derecho sobre mi propiedad y sobre mi vida. Me cuesta menos en todo sentido incurrir en la penalidad de la desobediencia al Estado, de lo que me costaría obedecer. Me sentiría como si valiera menos en este caso.

Hace algunos años el Estado me vino a ver en interés de la Iglesia [Se refiere a la Iglesia Congregacional. (NdE)] y me ordenó pagar cierta suma para apoyar a un clérigo a cuya prédica asistía mi padre pero yo no. Pague -decía- o de lo contrario irá a la cárcel. Me negué a pagar; pero lamentablemente otro consideró conveniente pagar por mí. No vi la razón por la cual deba imponerse tributo al maestro de escuela para apoyar al sacerdote y no el sacerdote al maestro; porque yo no era el maestro de escuela del Estado sino que me sostenía por suscripción voluntaria. No veía por qué el liceo no debía presentar su cuenta de impuesto y hacer que el Estado respaldara su demanda así como lo hacía la Iglesia. Sin embargo a petición de los regidores, accedí hacer una declaración por escrito: Sepan por estas líneas todos los hombres que yo, Henry Thoreau, no quiero ser considerado como miembro de alguna sociedad corporizada a la que no me he adherido. Entregué la declaración al oficial municipal y ahora él la tiene. Habiéndose enterado entonces el Estado de que no deseaba que se me considerase como un miembro de esa iglesia nunca más ha vuelto a hacerme una demanda similar desde entonces, si bien dijo que debía sostener su presunción original en esa ocasión. Si hubiera sabido nombrarlas, habría debido firmar entonces en detalle la lista de todas las sociedades a las cuales nunca he pertenecido, pero no sabía donde conseguir una lista completa.

Hace seis años que no pago el impuesto personal
[En algunos Estados el pago de este impuesto (en inglés Poll-tax) es un prerrequisito para votar en el Estado o en elecciones locales, pero este prerrequisito está prohibido en las elecciones federales por enmienda constitucional. (NdE)]. Por este motivo me tuvieron una noche en la cárcel y, cuando meditaba examinando las paredes de sólida piedra, de dos a tres pies de espesor, la puerta de hierro y de madera de un pie de espesor, y la reja de hierro que filtraba la luz, no pude menos que pensar en la estupidez de esta institución que me trataba como si simplemente fuese un montón de carne, sangre y huesos, susceptible de encerrarse bajo llave. Me preguntaba si habría llegado a la conclusión de que ésta era la mejor ocupación que podía proporcionarme y que jamás se le ocurrió disponer de mis servicios de alguna manera. Comprendí que, si había un muro de piedra entre yo y mis vecinos de la ciudad había todavía otro aún más difícil de escalar o romper, antes de que ellos llegaran a ser tan libres como lo era yo. Ni por un momento me sentí encerrado, y las paredes me parecieron un gran derroche de piedra y argamaza. Me sentía como si, entre todos los vecinos, yo fuese el único que había pagado el impuesto. Sencillamente no sabían como tratarme, sin embargo se comportaban como personas groseras. En toda amenaza y en todo cumplido erraban, porque creían que mi principal deseo era estar del otro lado de ese muro de piedra. No pude menos que sonreír viendo cuán diligentemente cerraban la puerta a mis meditaciones, que los seguían de nuevo sin prisa ni pausa, y ellos estaban realmente convencidos de que todo eso era peligroso. Como no podían llegar a mí, resolvieron castigar mi cuerpo; parecían chiquillos que si no pueden agredir a la persona contra quien tienen odio maltratan a su perro. Comprendí que el Estado era ingenioso a medias, que era tímido como una mujer solitaria con sus cucharas de plata, que no sabía distinguir a sus amigos de sus enemigos, y perdí todo el respeto que conservaba por él y le tuve lástima.

Así, el Estado jamás confronta intencionalmente el sentido intelectual general del hombre, sino sólo su cuerpo, sus sentidos. No está armado con ingenio ni honestidad superior, sino con fuerza física superior. Yo no he nacido para ser obligado. Respiraré a mi propia manera. Veamos quién es el más fuerte. ¿Qué fuerza tiene una multitud? Sólo pueden forzarme quienes obedecen una ley superior a mí. Me obligan a llegar a ser como ellos. No sé de hombres que sean obligados a vivir de tal o cual manera por masas de hombres. ¿Qué clase de vida sería esa? Cuando encuentro un gobierno que me dice: Su dinero o su vida, ¿por qué he de apurarme a darle mi dinero? Puede estar en un gran apuro y no saber qué hacer; no puedo ayudar en esto. Que se ayude a sí mismo; que haga como hago yo. No vale la pena lloriquear por él. Yo no soy responsable del eficaz funcionamiento de la maquinaria de la sociedad. No soy el hijo del ingeniero. Percibo que, cuando una bellota y una castaña caen juntas, una no permanece inerte para ceder paso a la otra, sino que ambas obedecen sus propias leyes germinando, brotando, creciendo y floreciendo como mejor pueden hasta que una llega a ensombrecer y destruir a la otra. Si una planta no puede vivir de acuerdo con su naturaleza, muere; lo mismo sucede con el hombre.

La noche en la cárcel fue novedosa y bastante interesante. Cuando entré, los presos, en mangas de camisa, disfrutaban una plática y el atardecer en el pasillo. Pero el carcelero dijo: Vamos, muchachos, es hora de regresar a sus celdas; entonces se dispersaron y escuche el ruido de sus pasos que se dirigían a los vacíos apartamientos. El carcelero me presentó a mi compañero de habitación como una persona de primera categoría y muy lista. Cuando se cerró la puerta me mostró donde colgar mi sombrero y como se las arreglaba ahí. Blanqueaban las celdas una vez al mes y ésta por lo menos era la más blanca y la más simplemente amueblada y probablemente el apartamiento más limpio de toda la ciudad. Naturalmente, quiso saber de dónde era y por qué me habían llevado ahí. Cuando se lo dije y le pregunté cómo había ido a parar ahí, suponiendo que era un hombre honesto por supuesto, y cómo están las cosas creo que lo era. Mire -dijo- me acusan de haber quemado un granero pero nunca lo hice. Según pude descubrir, es probable que se haya acostado en un granero estando borracho y ahí fumó su pipa, de manera que el granero se quemó. Tenía fama de hombre listo, estaba ahí desde hacía unos tres meses esperando el proceso y debería aguardar mucho más, pero estaba muy conforme y contento porque le daban pensión gratis y pensaba que lo trataban bien.

El ocupaba una ventana y yo la otra; comprobé que, si uno se queda mucho tiempo ahí, la principal ocupación consiste en mirar por la ventana. Al rato leí todas las inscripciones dejadas en la celda, examiné por donde se habían escapado otros presos y donde habían aserrado un barrote, y me enteré de la historia de los distintos ocupantes de esa celda; descubrí que hasta aquí, había una historia y comentarios que jamás circulaban fuera de los muros de la cárcel. Probablemente sea la única casa del pueblo donde se componen versos que después circulan entre los prisioneros pero no se publican. Me mostraron una larga lista de versos compuestos por algunos jóvenes que fueron sorprendidos cuando intentaban fugarse, y luego se vengaron cantándolos.

Cuestioné a mi compañero de cautiverio todo lo que pude temiendo que nunca volviese a verlo, pero por último me indicó cuál era mi cama y me hizo apagar la lámpara.

Fue como viajar a un remoto país que nunca esperé observar y en donde nunca pensé pernoctar una noche. Me pareció que nunca había oído antes el sonido del reloj de la ciudad, ni los ruidos nocturnos del pueblo, porque dormíamos con las ventanas abiertas, que estaban por dentro de la reja. Habría de ver mi pueblo nativo a la luz de la Edad Media, nuestro Concord convirtióse en una corriente del Rhin y visiones de caballeros y castillos desfilaron ante mis ojos. Eran las voces de viejos aledaños que oía en las calles. Fui espectador y oyente involuntario de todo cuanto se hacía y decía en la cocina de la posada adyacente, experiencia totalmente nueva y rara para mí. Fue una visión más íntima de mi ciudad nativa. Estaba en sus entrañas. Nunca había conocido hasta entonces sus instituciones. Esta es una de sus instituciones peculiares porque es cabeza de condado. Comencé a comprender qué eran sus habitantes.

Por la mañana nos pasaban el desayuno a través del agujero de la puerta en pequeñas bandejas rectangulares de estaño, hechas a medida y sosteniendo ciento veinticinco gramos de chocolate, pan moreno y una cuchara de hierro. Cuando pidieron los recipientes, cometí la ingenuidad de devolver el pan sobrante, pero mi camarada lo atrapó diciendo que debía reservarlo para el almuerzo o la cena. Poco después lo dejaron salir para acarrear pasto seco en un campo vecino adonde iba todos los días y regresaba al medio día; en consecuencia me dio los buenos días diciendo que dudaba de que volvería a verme.

Cuando salí de la cárcel -porque algún entrometido pagó aquel impuesto- no comprendía que habían ocurrido grandes e importantes cambios, como los observados por quien entra joven y sale vacilante y canoso; y ya para mí se había operado un cambio en la escena -el pueblo, el Estado y el condado- mayor de lo que habría podido causar el tiempo. Aún vi con mayor claridad el Estado en el que vivía. Vi hasta qué punto la gente entre la cual vivía era digna de confianza, como buenos vecinos y amigos: que su amistad era para los buenos tiempos solamente; que no se proponían mayormente obrar bien; que eran de una raza distinta a la mía por sus prejuicios y supersticiones, como sucede con chinos y malayos, que en sus sacrificios por la humanidad no corren riesgos, ni siquiera en sus bienes; que, después de todo, no eran tan nobles ya que trataban al ladrón tal y como él les había tratado y esperaban, mediante cierto cumplimiento aparente, algunas oraciones y recorriendo de cuando en cuando cierto sendero recto y particular, aunque inútil, salvar sus almas. Puede que con esto parezca juzgar crudamente a mis vecinos, porque pienso que muchos de ellos no tienen conciencia de que poseen una institución como la cárcel en su pueblo.

Antiguamente en nuestro pueblo se acostumbraba a que, cuando un deudor pobre salía de la cárcel, sus amistades lo saludaban mirándolo a través de los dedos que cruzaban para representar la reja de una ventana de prisión: ¿cómo le va? Mis vecinos no me saludaron así, sino que primero me miraron y después se miraron uno al otro como si hubiese regresado de un largo viaje. Me habían encarcelado cuando iba al zapatero a recoger un zapato remendado.

Cuando me soltaron la mañana siguiente proseguí a terminar el mandado y, habiéndome puesto el zapato remendado, me uní a un grupo de gente que iba a juntar gayubas y estaba impaciente por colocarse bajo mi guía; a la media hora -porque pronto el caballo fue aparejado- estaba en el centro de un campo de gayubas de uno de nuestros cerros más altos, a dos millas de distancia, y desde ahí no se veía el Estado por ninguna parte.

Esta es toda la historia de mis prisiones.

Nunca me negué a pagar el impuesto de carretera porque estoy tan deseoso de ser buen vecino como de ser mal súbdito; y en cuanto al sostenimiento de las escuelas, participo educando ahora a mis conciudadanos. No es en relación al particular punto en la cuenta de impuestos que me niego a pagarla. Sencillamente quiero negar mi lealtad al Estado, retirarme y mantenerme realmente apartado de él. No me interesa trazar el recorrido de mi dólar, aunque pudiera, que hasta puede comprar a un hombre o un mosquete para matar a alguien -el dólar es inocente- sino me preocupa trazar los efectos de mi lealtad. En verdad, declaro en silencio la guerra al Estado a mi manera, aunque siempre haré el uso y conseguiré la ventaja que de él pueda, como suele suceder en tales casos.

Si otros pagan por simpatía al Estado el impuesto que se me exija, no hacen sino lo mismo que ya han hecho en su propio caso, o bien aceptan la injusticia en mayor medida de lo que el Estado requiere. Si pagan el impuesto por erróneo interés en el individuo contribuyente, para salvar su propiedad o impedir que vayan a la cárcel, es porque no han considerado con sabiduría hasta donde pueden permitir que sus sentimientos privados interfieran el bien público.

Por lo tanto ésta es mi posición actual. Pero no se puede estar demasiado en guardia ante un caso así, para que la propia acción no sea influenciada por obstinación o por indebida consideración hacia las opiniones de los hombres. Que se haga únicamente lo que corresponde a uno mismo y al momento preciso.

A veces pienso: pero si este pueblo tiene buenas intenciones, sólo que es ignorante; obraría mejor si supiese cómo; ¿por qué dar a tus vecinos la pena de tratarte como ellos no tienen inclinación? Pero vuelvo a pensar: esto no es razón para que yo haga como hacen ellos ni para permitir que otros sufran una pena mucho más grande de distinta naturaleza. Además, a veces me digo: cuando muchos millones de hombres, sin acaloramiento, sin mala voluntad, sin una predisposición personal de ninguna índole, demandan de ti unos pocos chelines solamente, sin la posibilidad, tal es su constitución, de retirar o modificar su actual solicitud y sin la posibilidad, de tu parte, de apelar a otros millones, ¿por qué exponerte a esta abrumadora fuerza bruta? Por lo tanto, tú no resistes el frío y el hambre, los vientos y las olas, obstinadamente; te sometes calladamente a un millar de necesidades similares. No pones la cabeza en el fuego.

Pero exactamente en la misma proporción en que no considero que sea esto del todo fuerza bruta, sino en parte fuerza humana, considero que tengo relaciones con estos millones así como con muchos millones de hombres y no con millones de cosas insensibles e inanimadas, veo que ese llamamiento es posible, primero e instantáneamente de ellos a su creador, y luego de ellos a ellos mismos. Pero si pongo mi cabeza deliberadamente en el fuego, no hay apelación al fuego o al creador de fuego y sólo me tengo a mí para reprochármelo. Si pudiera convencerme de que tengo derecho de conformarme con hombres tal como son y de tratarlos de acuerdo a eso, y no de acuerdo, en algunos aspectos a mis exigencias y esperanzas de lo que ellos y yo deberíamos ser, entonces como un buen y fatalista musulmán, debería tratar de conformarme con las cosas como son y decir que es voluntad de dios. Además, por encima de todo, existe la siguiente diferencia entre estar resistiendo esto y una fuerza puramente brutal o natural, cuando puedo resistir esto con algún efecto, pero no puedo aspirar, como Orfeo, a cambiar la naturaleza de las rocas, de los árboles y de las bestias.

No deseo reñir con ningún hombre ni nación. No quiero hacer mezquinas diferencias o finas distinciones ni eregirme mejor que mis vecinos. Busco más bien, diría, hasta una excusa para amoldarme a las leyes de la Tierra. Estoy perfectamente listo para amoldarme a ellas. Realmente, tengo motivos para sospechar de mí mismo en este sentido, y todos los años, cuando el recaudador de impuestos viene por las cercanías, me encuentro dispuesto a reconsiderar los actos y la posición de los gobiernos general y estatal, así como el espíritu del pueblo para descubrir un pretexto para la conformidad.

Debemos amar a nuestra patria como a nuestros padres, We must affect our country as our parents,
y si alguna vez permitimos And if at any time we alienate
que nuestro amor o nuestras obras dejen de honrarla, Our love or industry from doing it honor,
debemos tener en cuenta los efectos y enseñar al alma We must respect effects and teach the soul
cuestiones de consciencia y religión Matter of conscience and religion,
y no deseos de poder o lucro. And not desire of rule or benefit.

Creo que el Estado pronto estará en condiciones de quitarme todo mi trabajo de ese tipo, y entonces no seré mejor patriota que mis conciudadanos. Contemplada desde un punto de vista inferior, la Constitución, con todas sus fallas, es muy buena; la ley y las cortes son muy respetables; hasta este Estado y este gobierno norteamericano son, en muchos sentidos, cosas muy admirables y raras que debemos agradecer, tal como muchísimos las han descrito; pero contempladas desde un punto de vista un poco más alto, son como las describí; contempladas desde un punto aún más alto y desde el más alto, ¿quién diría lo que son o que sean dignas de mirar o pensar en ellas en absoluto?

Sin embargo, el gobierno no me interesa mayormente y le concederé mínimos pensamientos. No son muchos los momentos en que vivo bajo un gobierno, ni siquiera en este mundo. Si un hombre es de libre pensamiento, de libre fantasía, de libre imaginación, eso que nunca parece existir por mucho tiempo para él, mandatarios o reformadores imbéciles no pueden interrumpirlo fatalmente.

Sé que la mayoría de los hombres piensan distinto a mí, pero aquellos que por profesión dedican su vida al estudio de estos temas u otros afines me contentan tan poco como cualquiera. Los estadistas y legisladores, que se hallan por completo dentro de la institución, nunca lo consideran netamente ni al desnudo. Hablan de sociedad en marcha, pero no tienen lugar de descanso sin la institución. Pueden ser hombres de cierta experiencia y discernimiento, y sin duda han inventado sistemas ingeniosos y hasta útiles, por lo que les estamos agradecidos sinceramente; pero todo su ingenio y utilidad están confinados dentro de ciertos limites no muy amplios. Son proclives a olvidar que el mundo no está gobernado por la politica ni la conveniencia. Webster [Se trata de Daniel Webster (1782-1852) orador y político norteamericano. (NdeE.)] jamás va más allá del gobierno y, en consecuencia no puede hablar de él con autoridad. Sus palabras son sabiduría para aquellos legisladores que no contemplan ninguna reforma esencial en el gobierno existente, pero para los pensadores y para los que legislan para siempre, jamás encara ni una sola vez el asunto. Conozco gente cuyas serenas y sabias especulaciones sobre este tema pronto revelarían los limites del alcance y de la hospitalidad de su mente. Sin embargo, comparado con las profesiones de poco valor de la mayoría de los reformadores y la sabiduría y la elocuencia de aún más poco valor de los politicos en general, las suyas son casi las únicas palabras sensatas y valiosas, y agradecemos al cielo por ello. En comparación, siempre es fuerte, original y sobre todo práctico. Sin embargo su cualidad no es la sabiduría sino la prudencia. La verdad del abogado no es la Verdad, sino consistencia o una conveniencia consistente. La Verdad siempre está en armonía consigo misma y no se dedica principalmente a revelar la justicia que pueda caber al obrar mal. Bien merece que se le llame, como ha sido llamado, el Defensor de la Constitución. En realidad los golpes que él tiene que dar no son más que defensivos. No es un líder sino un seguidor. Sus líderes son los hombres del 87. En ese año de 1787 tras largos debates se aprobó la Constitución conciliando la tendencia de los federalistas que querían un gobierno central fuerte, con la de aquellos (posteriormente llamados republicanos) que aspiraban a una amplia autonomía de cada Estado
[La Constitución entró en vigor en 1789 después de ser aprobada por nueve Estados. (NdeE.)]. Nunca hice un esfuerzo -dice- y nunca propongo hacer un esfuerzo; nunca alenté un esfuerzo y nunca tuve la intención de fomentar un esfuerzo tendiente a perturbar el arreglo, tal como se hizo originalmente, por el cual los diversos Estados entraron en la Unión. Todavía pensando en la sanción establecida por la Constitución a la esclavitud, dice: porque formaba parte del conglomerado original, que se quede. No obstante su agudeza y su habilidad especiales, no es capaz de extraer un hecho de sus relaciones meramente políticas y encararlo como debe serlo absolutamente por el intelecto -¿qué, por ejemplo, debe hacer hoy un hombre, aquí en Norteamérica, con respecto a la esclavitud?- sino que se aventura, o es llevado, a ofrecer una respuesta desesperada como la siguiente, mientras declara hablar sin reserva y como hombre privado -de la que se desprende ¿qué nuevo y singular código de deberes sociales surgirá? La forma, dice él, en que los gobiernos de aquellos Estados donde existe la esclavitud deben regularla queda librada a su propia consideración, bajo su responsabilidad ante sus constituyentes, ante las leyes generales de propiedad, humanidad y justicia y ante dios. Las asociaciones formadas en otras partes, surgidas de un sentimiento de humanidad o por otra causa, nada tienen que ver con esto. Nunca han recibido ningún aliento de mi parte y nunca lo recibirán.

Quienes desconocen fuentes más puras de verdad, quienes no han remontado la corriente aguas arriba, se atienen, sabiamente, a la biblia y a la Constitución, y de ella beben ahí mismo con reverencia y humildad; pero los que contemplan donde llega cada gota en este lago o en ese estanque están listos para enfrentar una vez más las dificultades y continúan su peregrinación hacia el ojo de agua.

Ningún hombre de genio para la legislación ha aparecido en Norteamérica. Son raros en la historia del mundo. Hay oradores, políticos y hombres elocuentes a millares; pero todavía no ha abierto la boca para hablar el orador capaz de plantear las tan apremiantes cuestiones del día. Amamos la elocuencia por la elocuencia misma, pero no por la verdad que pueda expresar ni por el heroísmo que pueda inspirar. Nuestros legisladores no han aprendido todavía el valor comparativo del comercio libre y de la libertad, de la unión y de la rectitud para una nación. Carecen de genio y talento para cuestiones relativamente modestas de impuestos y finanzas, comercio y manufacturas, o agricultura. Si quedásemos librados exclusivamente al talento verbal de los legisladores del Congreso para guiarnos, sin que les corrijan la experiencia oportuna y las quejas efectivas del pueblo, Norteamérica no conservaría por mucho tiempo el puesto que ocupa entre las naciones. Hace mil ochocientos años, aunque quizá no tenga derecho a decirlo, se escribió el nuevo testamento; sin embargo ¿dónde está el legislador que posea la sabiduría y el talento práctico necesario para valerse de la luz que arroja sobre la ciencia de la legislación?

La autoridad del gobierno, incluso un gobierno como al que estoy dispuesto a someterme -porque obedecería de buen grado a quienes saben y pueden hacer las cosas mejor que yo, y en muchas cosas incluso a los que no saben ni pueden hacerlo tan bien- todavía es impura; para que sea estrictamente justa tiene que contar con la sanción y consentimiento de los gobernados. No podrá tener algún derecho puro sobre mi persona y mi propiedad que el que yo le conceda. El progreso de una monarquía absoluta a una limitada, de una monarquía limitada a una democracia, es progreso hacia un verdadero respeto del individuo. Hasta el filósofo chino fue suficientemente sabio como para considerar al individuo como base del imperio. ¿Es la democracia, tal y como la conocemos, la última mejora posible en materia de gobierno? ¿No es posible dar un paso más hacia el reconocimiento y organización de los derechos del hombre? Jamás habrá un Estado social realmente libre e ilustrado mientras el Estado no llegue a reconocer al individuo como una potencia superior e independiente, de lo que se derivan su propio poder y autoridad, y lo trate de acuerdo a eso. Me complazco en imaginar un Estado que por lo menos pueda permitirse ser justo para con todos los hombres y tratar al individuo con respecto como vecino; que ni siquiera crea incompatible con su propia tranquilidad el que algunos quieran vivir al margen de él, sin inmiscuirse en él ni ser abrazados por él, dando cumplimiento a todos sus deberes de vecinos y semejantes. Un Estado que diese esta clase de fruto y sufriera el dejarlo caer con la misma rapidez que madura, prepararía el camino para un Estado más perfecto y glorioso todavía, que también he imaginado pero aún no he visto en ninguna parte.