lunes, 10 de mayo de 2010

ANARQUISMO E INTERNACIONAL OBRERA: MIGUEL BAKUNIN

Por Ángel J. Cappelletti.

Si la primera etapa del pensamiento anarquista está bien representada por la obra de Proudhon, la segunda no lo está menos por Bakunin.

Nacido en la provincia de Tver al noroeste de Moscú, el 20 de mayo de 1814, en el seno de una aristocrática familia rusa, ingresó en 1829 en la Escuela de Cadetes e inició la carrera militar. Después de haber servido como oficial en varios regimientos (en la región de Minsk, en Vilna, etc.), decidió abandonar su cuartel de Grodno en 1835, para dedicarse al estudio de la filosofía.

Entusiasmado por Kant, Fichte y Hegel, se dirigió a la Universidad de Berlín, donde fue alumno de Schelling. Su contacto con los jóvenes hegelianos y la lectura de los primeros socialistas lo llevaron a Suiza, a Bélgica y finalmente a París, donde reencontró sus amigos rusos Herzen y Bielinski; conoció a Proudhon y a varios de los líderes republicanos del momento, y se vinculó con los emigrados polacos. Decidido a llevar la revolución a los países eslavos (su ideal era por entonces el paneslavismo concretado en la república federativa y socialista) partió hacia el este, asistió al Congreso de Praga, luchó con el pueblo de esta ciudad checa contra las tropas imperialistas austriacas, regresó a Berlín, y se vio envuelto en la revolución de los demócratas de Dresde contra el rey de Sajonia. Hecho prisionero, fue entregado primero al Imperio austríaco y luego al zar, quien después de tenerlo encerrado desde 1851 a 1857, lo desterró a Siberia.

Al cabo de cuatro años de exilio, logró escapar por Japón, de donde llegó a Norteamérica y a Europa. Vivió primero en Londres, con Herzen y Ogarev; intentó por última vez una expedición armada para liberar a Polonia y, fracasado el intento, acabó por fijar su residencia en Italia primero y después en Suiza. Esta última etapa de su vida fue la más fructífera desde el punto de vista de la elaboración de las ideas.

Ella constituye el período propiamente anarquista de Bakunin. En 1868 fundó la Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Al año siguiente la disolvió públicamente para integrarla en la Asociación Internacional de Trabajadores, que había sido fundada por un grupo de obreros (predominantemente proudhonianos) en 1864. En el seno de la Internacional los discípulos de Bakunin, es decir, los federalistas o antiautoritarios, se impusieron durante varios congresos a los autoritarios y centralistas, es decir, a los amigos de Marx. De estos últimos años de su vida provienen también los libros más importantes que nos dejó: Federalismo, socialismo y antiteologismo, La Comuna de París y el Estado, Cartas a un francés, Carta abierta a mis amigos de Italia, El Imperio Knutogermánico y la revolución social, Dios y el Estado, Consideraciones filosóficas sobre el fantasma divino, etc.

Una última intervención revolucionaria de Bakunin se produjo cuando, después del desastre de Sedan, se proclamó en Lyón la república (1871). El 1 de julio de 1876 falleció en Berna (Suiza) y allí mismo fue sepultado.

Bakunin fundamenta su socialismo federalista y antiautoritario en una posición materialista que fluctúa entre el positivismo comteano y la dialéctica de origen hegeliano. Estrictamente determinista y definidamente ateo (o mejor, «antiteologista», según él mismo dice), concibe la libertad humana como dominio ejercido sobre la propia naturaleza por la observación de las leyes, como independencia frente al poder despótico de los hombres y como organización reflexiva de la sociedad de acuerdo con las leyes naturales.

Así como Proudhon insistía en la correlación propiedad-gobierno, Bakunin acentúa el paralelismo Dios-Estado.

Aunque durante muchos años el objetivo de sus esfuerzos conspirativos y revolucionarios fue la formación de una federación de Estados democráticos eslavos, al abandonar los ideales del nacionalismo y del paneslavismo para abrazar exclusivamente la causa de los trabajadores, el socialismo se le presenta como inseparable del federalismo o antiestatismo.

De tal modo, su ideario queda bien sintetizado en el título de uno de sus escritos más conocidos: Federalismo, socialismo y antiteologismo.

Su filosofía social se define en el curso de las polémicas sostenidas durante los diez o doce últimos años de su vida con Mazzini y con Marx.

El socialismo, que no podrá realizarse sino a través de una revolución proletaria, necesariamente violenta (dados los caracteres de la burguesía y del Estado), equivale a la toma de la tierra y de los instrumentos de trabajo por parte de los trabajadores. Se trata de transferir a la sociedad (aunque no al Estado) los medios de producción. Por otra parte, todos los hombres estarán obligados a trabajar. A cada uno se le exigirá lo que según su capacidad, física e intelectual, sea capaz de dar; y a cada uno se le retribuirá también de acuerdo con lo que efectivamente ha dado.

Bakunin es así partidario del colectivismo, conserva en principio el sistema del salariado y del derecho exclusivo al fruto del propio trabajo. Pesa en esto sobre él la decisiva influencia del Proudhon y, sin duda, también el hecho de que la sociedad industrial en la cual se mueve conserva todavía importantes estratos y no pocas modalidades del artesanado. El comunismo integral, que comporta la supresión del salariado, le parece tal vez un llamado a la irresponsabilidad y la pereza. En todo caso, la idea del comunismo se encuentra para él vinculada a la del Estado como nuevo y universal patrono.

Para Bakunin, en efecto, la lucha contra el capitalismo y la burguesía es inseparable de la lucha contra el Estado. Acabar con la clase que detenta los medios de producción sin liquidar al mismo tiempo el Estado es dejar abierto el camino para la reconstrucción de la sociedad de clases y para un nuevo tipo de explotación social. Principio y meta del Estado es la conquista. Ningún Estado se constituye sino por el sometimiento de un pueblo a un poder soberano, por la fuerza de las armas o por el engaño y la astucia. Pero ningún Estado se conforma tampoco con el poder que ejerce sobre un territorio y sobre un pueblo, sino que, por su propia naturaleza, tiende a expandirse y a conquistar a los Estados que lo rodean: «Redondearse, crecer, conquistar a todo precio y siempre es una tendencia fatalmente inherente a todo Estado, cualquiera que sea su extensión, su debilidad o su fuerza, porque es una necesidad de su naturaleza.»

Cuando se tiene presente esto, se comprenderá, según Bakunin, por qué el solo hecho de que exista otro Estado es, para cada Estado, una perpetua amenaza, se comprenderá por qué la guerra se presenta como la situación normal y la paz sólo es una situación pasajera.

El Estado tiende a imponer como suprema norma moral el principio de que es bueno cuanto sirve a sus propósitos e intereses; malo cuanto se opone a ellos. De tal manera, establece una antítesis entre su propia moral y la de la humanidad: «Siendo el Estado una parte, se coloca y se impone como el todo; ignora el derecho de cuanto, no siendo él, se encuentra fuera de él, y cuando puede sin peligro, lo viola». Por esta razón -concluye Bakunin-, «el Estado es la negación de la humanidad».

Junto con el Estado nacen la sociedad dividida en clases y la propiedad privada. Quienes se instalan en el Gobierno (sus familias, sus amigos, sus partidarios) constituyen el núcleo de la clase dominante y se apoderan de los medios de producción. En torno a este núcleo se reúnen aquellos elementos sociales cuyo apoyo consideran los gobernantes indispensables para perpetuar su dominio sobre el pueblo (guerreros, sacerdotes, etc.), y también ellos pasan a integrar la clase superior. El pueblo no es sólo política y militarmente oprimido sino, al mismo tiempo, económicamente explotado, en la medida en que se le priva de la tierra y de los instrumentos de producción y se le obliga a entregar el producto de su trabajo.

Por esta razón, la revolución deberá ser, para Bakunin, simultáneamente dirigida contra la clase dominante (la que detenta la propiedad de los medios de producción) y contra el Estado (es decir, contra el gobierno, cualquiera que sea su denominación o su forma).

Pretender abolir primero la propiedad privada y liquidar las clases, esperando que el Estado se vaya derrumbando por sí mismo, como pretenden los marxistas, significa desconocer el carácter activo del Estado, que no es un mero producto o una superestructura sino que, al mismo tiempo, es engendrado y engendrador de la clase dominante.

En este tópico puede decirse que se encuentra el punto esencial de la controversia ideológica entre Bakunin y Marx, entre el anarquismo y el marxismo.

Con casi profética clarividencia anunció Bakunin el futuro de la revolución conducida según las ideas del socialismo centralista y autoritario de Marx. Cuando el partido de la clase obrera se apodera del gobierno, lejos de instituir una dictadura del proletariado, establece, en el mejor de los casos, la dictadura de algunos proletarios, o, para ser exactos, de algunos exproletarios.

Éstos desplazan sin duda a los anteriores gobernantes y no mandan ya de acuerdo con los intereses de la antigua clase propietaria y dominante, pero necesaria y fatalmente tienden a sustituirlos por sus propios intereses de grupo, constituyéndose ya desde el primer momento en una nueva clase con intereses opuestos a los de los trabajadores. La dictadura del proletariado se convierte así siempre en dictadura sobre el proletariado.

Como único medio de evitar este suicidio o, por mejor decir, este aborto de la revolución, Bakunin se esfuerza por dar un concepto diferente en la misma: la revolución no consiste en la toma del poder estatal sino en su radical abolición, y no consiste en la «nacionalización» de la tierra y de los instrumentos de producción sino en su utilización directa y sin trabas por parte de la comunidad de los trabajadores.

El socialismo federalista y antiautoritario de Bakunin se impuso en las organizaciones obreras desde España, Italia, Portugal, Suiza francesa, Francia y América Latina, y tuvo también considerable influencia en Bélgica, Holanda, Bulgaria, Rumania, Rusia, China, Japón, Corea y Estados Unidos de Norteamérica. En muchos de esos países predominó hasta la Primera Guerra Mundial sobre el marxismo y sólo fue parcialmente sustituido por el comunismo de Kropotkin a partir de la década de 1890.

Bakunin fue, como dice G. Woodcock, «un rebelde que en casi todas sus acciones parecía expresar los aspectos más violentos de la anarquía».

Estaba convencido de que la pasión por la destrucción es una pasión creadora. Más que ningún otro entre los ideólogos del anarquismo, exaltó la espontaneidad de la masa y la fuerza revolucionaria del campesino (y aun del lumpen proletariat); propició la conspiración y los movimientos clandestinos con romántico apasionamiento; realizó una enorme y desordenada pero no incoherente propaganda escrita. Su filosofía social representa el momento en que el anarquismo se vincula orgánicamente con el movimiento obrero internacional y expresa una visión de la historia y de la sociedad fundada en parte sobre el positivismo y el materialismo cientificista (más que sobre las ciencias mismas) y en parte estructurada todavía por la dialéctica a través de la versión de la izquierda hegeliana. La voluntad de poner a salvo, por encima de todo, la libertad del individuo humano explica, al mismo tiempo, el colectivismo (por oposición al comunismo) y el espontaneismo (por oposición a la organización político-militar). El propósito de evitar, tras la revolución, el surgimiento de una nueva clase dominante lo impulsa a oponerse con todo rigor a la idea de la dictadura del proletariado.


Extraído de La ideología anarquista de Ángel J. Cappelletti.

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